Mi chica - Portada del libro

Mi chica

Evelyn Miller

Capítulo tres

SAVANNAH

Me despierto con el sol brillando a través de mis cortinas abiertas. Tengo calor, el aire está cargado y desprende un olor muy desagradable.

Gimo y me doy la vuelta para encontrarme con otro cuerpo. Me quedo paralizada durante un instante antes de acordarme de lo que me pasó anoche.

Cuando llegamos a casa, tuve un ataque de nervios y Erin acabó viniendo a dormir a mi cama.

—Erin —mi voz sale rasposa. Tengo la boca muy seca—. ¿Fue un sueño? —pregunto esperanzada.

—Lo siento —murmura.

Se me hunde el corazón en el estómago.

Joder. Joder. Joder.

¿Por qué volvió? ¿Por qué ahora?

—Te has liado con Mickey Clark —comento antes de estallar en carcajadas. Ni en mis mejores sueños habría pensado que Erin y Mikey se liarían.

—Uff, no me lo recuerdes. Voy a tener que higienizar mi cuerpo ahora —gime, enterrando su cabeza en mi hombro— ¿Qué vas a hacer? —pregunta, echando una pierna sobre mi cuerpo para quedar acurrucada contra la mía.

—Evitarlo. Tuvo su oportunidad hace cuatro años —respondo—. Aunque debería ser fácil, no es que andemos en los mismos círculos —añado, imaginándome a Tanner y sus amigos entrando en la biblioteca, lo que me hace reír de nuevo— ¿Te los imaginas en la biblioteca? —el cuerpo de Erin tiembla un poco encima de mí, obviamente teniendo el mismo pensamiento que yo.

—Es como si me leyeras la mente —me río.

—¿Se lo vas a decir al viejo Petey? —pregunta, haciendo que mi risa se detenga.

—No sabe lo que ha pasado —murmuro. Al oír mis palabras, Erin se levanta y me mira.

—Me preguntó una vez y le dije que su padre no estaba y que no hablábamos de él —le explico apoyándome en los codos—. ¿Se lo digo? —pregunto, mordiéndome el labio inferior.

Llevamos juntos dos años, quizá debería saber la verdad. Pero, de nuevo, nunca ha vuelto a preguntar.

—Haz lo que creas que es mejor para Rosie y para ti —responde, acurrucándose de nuevo contra mí.

—No lo sé —suspiro—. ¿Le dijiste a Rosie que su padre pegaba a la gente? —suelto de repente, recordando lo que dijo ayer en la biblioteca.

—¿Qué? ¡No! Nunca jamás menciona a su padre.

—Ese chico, Jax, se rompió el brazo y ella le preguntó si había pegado a alguien porque su padre lo hacía —le explico.

—¿Qué coño? —Erin chasquea, sentándose bien— ¿Cómo demonios lo sabe?

—No lo sé —sacudo la cabeza y me siento también—. Quizá lo vio en la tele o algo así —me encojo de hombros, intentando pensar quién más le habría hablado de su padre.

Las únicas personas que saben quién es, somos Erin y yo. Ni siquiera Harry y Mallory lo saben.

—Puedo preguntarle si quieres —ofrece Erin mientras empiezo a agarrar algo de ropa.

—Creo que será mejor que lo haga yo —suspiro, sin ganas. A lo largo de nuestra amistad, Erin siempre ha sido la que ha tenido las conversaciones incómodas.

Incluso les dijo a mis padres que estaba embarazada por mí.

Una hora más tarde, recién duchadas y vestidas, entramos en casa de los Edwards. Oigo a Rosie gritar y reír.

Sonrío al instante al oírla reír. Entro en el salón y veo a Harry sujetándola por los tobillos.

—¿Vas a hacerlo otra vez, niña? —Harry se ríe, balanceándola suavemente de un lado a otro.

—¡Sí! —Rosie chilla de puro placer.

—Oh-oh, ¿qué has hecho? —me burlo juguetonamente.

—¡Tu hija se ha tirado un pedo encima de mí! —grita Harry antes de darle la vuelta a Rosie y ponerla suavemente en pie.

—¡Y lo volveré a hacer! —anuncia mientras corre a mis brazos.

—Hola, mamá —ella sonríe.

—Hola, cariño —le devuelvo la sonrisa y aprieto su cuerpecito contra el mío—. Te he echado de menos —le digo antes de darle varios besos por toda la cara.

—¡No! ¡Para! —se ríe, retorciéndose tratando de liberarse de mí.

—Yo también te he echado de menos, botón de oro —dice Erin, besando el otro lado de su cara.

—¡No más besos! —Rosie se ríe.

Le doy otro beso en la mejilla antes de volver a ponerla en pie y, en un instante, sale corriendo.

—¿Buena noche? —pregunta Harry, dejándose caer en su sillón.

—Llena de acontecimientos —respondo, tirándome en el sofá.

—¿Se supone que eso es un código para algo? —Harry pregunta, levantando ambas cejas.

—Algo así —responde Erin por mí—. ¿Dónde está mamá? Tengo hambre —se queja.

—Es como si nunca te hubieras ido —murmura Harry antes de señalar con la cabeza hacia la cocina.

—¡Mamá! ¡Tengo hambre! —grita Erin.

—¡Pues prepárate algo! —le grita Mallory antes de aparecer por la puerta, secándose las manos con una toalla— Ya hemos comido.

—Uff —responde Erin, arrugando la cara.

—¿Quieres venir al brunch conmigo? —sugiero luchando contra una sonrisa burlona. Rosie y yo vamos a quedar con Pete para almorzar, como hacemos todos los sábados, pero, claro, como Erin odia a Pete, siempre se niega.

—Está bien. Pero no voy a ser amable con él.

Me quedo con la boca abierta. No esperaba que aceptara.

—¡Rosie Posie! ¡Ponte los zapatos! —grita Erin mientras se levanta.

—¿Vienes conmigo y con mamá? —pregunta Rosie, corriendo de nuevo a la habitación, sujetando sus zapatos en ambas manos.

—Sí.

—¡Sí!

***

—Hola, nena —saluda Pete, depositando un suave beso en mi mejilla, tras llegar quince minutos tarde—. Hola, Rosie. Erin —asiente con la cabeza.

—¡Hola, Pete! —chirría Rosie, sin levantar la vista de sus garabatos en el menú infantil.

—¡Hoy tengo pasteles! —anuncia mientras Pete se desliza en el espacio libre junto a Erin, para disgusto de ella.

—¿Qué tal anoche? —pregunta Pete, abriendo el menú y centrando su mirada en él.

Ni siquiera sé por qué se molesta. Siempre pide lo mismo.

Tocino y huevos escalfados. Café solo.

—Estuvo bien —miento a medias. La mayor parte de la noche estuvo bien, solo que no acabó bien. Erin me lanza una ceja interrogativa, niego con la cabeza y miro a Rosie.

—Creo que voy a pedir el tocino y los huevos.

—¡Noooo! Deberías tener pasteles como mamá, tía Erin y yo —Rosie sacude la cabeza, levantando la vista de su dibujo por primera vez.

—No me gusta el azúcar —responde casi con frialdad.

—Pues a mí me encanta —suelta Rosie y vuelve a su dibujo.

—Tenemos que mejorar sus modales —dice Pete, mirándome directamente.

Hemos tenido esta discusión muchas veces.

Él dice que necesita mejores modales; yo digo que es una niña y que lo está haciendo bien para su edad. Pero, de algún modo, siempre acabo aceptando enseñarle más modales.

—No voy a hablar de esto ahora —digo bruscamente, no estoy de humor para esto.

—Que tengas resaca no significa que puedas ser irrespetuoso —dice entre dientes justo cuando la camarera se acerca a tomar nuestro pedido.

Para fastidiar a Pete, nos pido a Rosie y a mí un poco más de sirope. Seguro que le va a dar un subidón de azúcar, pero casi nunca toma azúcar y una vez no le va a venir mal.

Nos quedamos en silencio mientras esperamos la comida. Estoy a punto de abrir la boca para preguntarle a Pete qué hizo anoche cuando Rosie suelta un chillido excitada.

—¡Mamá, ahí está Jax! —chilla, señalando al otro lado del salón, y empieza a trepar por encima de mí. Intento agarrarla para que se quede aquí, pero es demasiado rápida.

Me levanto de un salto y la persigo. Me agarro a su brazo justo cuando se detiene.

—¿Lo has puesto en tu nevera? —pregunta, dando saltitos arriba y abajo.

—¡Claro que sí! —responde Jax alegremente. Lo miro y le dedico una sonrisa comprensiva.

—Vamos, cariño, deja que Jax coma en paz —digo mirando a la pareja mayor con la que está, que supongo que son sus padres.

—No te preocupes, ni siquiera hemos pedido. Tú debes de ser la pequeña Rosie de la que tanto nos ha hablado Jax —la señora sonríe dulcemente, mirándola con ojos de adoración.

—Sí. Tengo tres años —sonríe, levantando tres dedos.

—Lo siento mucho, quiere a Jax con locura como podéis ver —me río nerviosamente, mordiéndome el labio preguntándome qué les habrá dicho Jax.

—Oh, no te preocupes por eso, cariño —la madre de Jax se lo quita de encima—. Soy Ann, y este es mi marido, Ian —presenta dulcemente.

—Soy Sav...

—¿Savannah? —me interrumpe la misma voz masculina de anoche. Se me seca la garganta al instante. Trago saliva, intento que me entre saliva en la boca, pero no sirve de nada.

—Sí —asiento, girándome ligeramente para ver a Tanner y así poder ocultar el cuerpo de Rosie con el mío.

—¿Por qué hablas con mis padres? —pregunta. No parece enfadado. Parece confundido.

—Oh, solo estaba saludando a Jax —respondo, señalando con la cabeza a Jax, que está haciendo muecas a Rosie.

Espera, ¡¿acaba de decir sus padres?!

Eso significa que acaban de conocer a su nieta por primera vez, y ni siquiera lo saben.

Y Jax.

Jax es el tío de Rosie.

—¿Quién es? —pregunta Tanner, mirando a mi hija, que se asoma por entre mis piernas para mirarle.

—Soy Rosie. Tengo tres años —le dice a Tanner, levantando de nuevo los dedos con orgullo.

Tanner se queda en silencio durante lo que parece toda una vida, mirando a Rosie.

Sus ojos verdes se abren de par en par mientras mira fijamente a la niña.

Él lo sabe.

—Mi mamá dice que es de mala educación no senpretarse , no senpretarse. Mamá, ¿cuál es esa palabra? —Rosie se burla, mirándome.

—Presentarse —murmuro, sintiendo cómo se me enrojecen las mejillas.

—Mamá, es de mala educación murmurar —me regaña antes de volverse hacia Tanner, cuyos ojos no han dejado de mirar a Rosie ni una sola vez.

—Soy Tanner. Tengo veintidós años —responde después de que Jax se aclare la garganta en voz alta.

—¡Mi mamá tiene veintidós años! —chilla antes de ladear la cabeza, haciendo que sus rizos reboten mientras lo mira de pies a cabeza.

—¿Es tu hermano pequeño? —pregunta, volviendo a centrar su atención en Jax e intentando subirse a su rodilla.

—Vamos, Rosie, será mejor que volvamos a nuestra mesa. Puede que la tía Erin y Pete se estén comiendo tus tortitas —le digo agarrándola de la muñeca—. Y Jax quiere comer en paz —añado cuando ella se aferra al brazo bueno de Jax.

—Pero, mamá —gimotea, haciendo un leve mohín con el labio.

—Nada de peros. Vuelve a la mesa —le ordeno, haciendo que ponga aún más mala cara, pero hace lo que le digo con un triste «Sí, mamá».

—Lo siento otra vez —digo rápidamente antes de volver prácticamente corriendo a nuestra mesa, donde una furiosa Erin está sentada, bloqueada por Pete.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta Pete en cuanto me siento.

—Rosie acaba de conocer a la familia de Jax —murmuro, esperando que Erin lo entienda.

—Entonces, ¿por qué Erin quiso correr hacia allí en cuanto apareció el otro tipo? —pregunta, con el cuello empezando a ponerse rojo.

—Es el hermano pequeño de Jax —contesta Rosie, aún haciendo pucheros—. Se llama Tanner y tiene veintidós años —ella comparte la información que acaba de aprender.

—Fuimos juntos al instituto, y era un g-i-l-i-p-o-l-l-a-s con nosotras —responde Erin rápidamente, deletreando gilipollas.

—¿Y dejas que Rosie sea amiga de su hermano? —pregunta Pete acusatoriamente.

—No es como si lo supiera —dice Erin mientras la misma camarera que nos tomó el pedido nos sirve la comida.

—Y Jax es bueno con ella —añado, cogiendo un cuchillo y un tenedor y empezando a cortar las tortitas de Rosie.

—Yo lo hago —dice Rosie cuando voy a echar el sirope.

Le doy el pequeño plato blanco y ella lo vierte todo sobre los trozos cortados.

—No olvides lamértelo de los dedos —le guiño un ojo. Ella me dedica su sonrisa cursi antes de empezar a lamerse los dedos pegajosos.

—En serio, ¿es que nadie tiene modales en esta mesa? —resopla Pete.

—Vete a tomar por culo —escupe Erin, y Rosie levanta las orejas, haciéndome gemir por dentro. Últimamente dice palabrotas como un marinero y, cada vez que oye una palabra o frase nueva, le gusta practicarla.

Los cuatro comemos en silencio. Apenas puedo digerir nada. No estoy segura de si es el alcohol de anoche o el hecho de que Tanner esté sentado justo al otro lado del salón.

—Voy al baño —se excusa Pete una vez que ha terminado de comer.

—Ahora que Pete Meón se ha ido, cuéntame qué ha pasado —dice Erin, desplazándose a lo largo de la cabina para sentarse frente a mí.

—Estoy segura de que lo descubrió —suspiro, tirando el tenedor en mi plato—. ¿Qué voy a hacer? —gimo, mirando a los Taylor.

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