
Aunque la estuvo castigando por correrse sin permiso, tuvo al menos cuatro orgasmos durante el castigo.
Aiden se bajó de la cama y llevó a la bella durmiente a una de las habitaciones vacías para que pudiera descansar mientras él se aseaba. La estrechó contra su pecho, inseguro de sus sentimientos, pero sabía que era especial.
Ella se acurrucó contra él inconscientemente y no pudo evitar sonreírle. Aiden le secó las lágrimas que tenía en las mejillas y la besó en la frente, pero se quedó helado cuando se dio cuenta de lo que había hecho.
—Lo has hecho genial, preciosa. Joder, eres perfecta. Ahora descansa. Te lo mereces —le susurró mientras la colocaba suavemente en la cama, arrimándole la manta al pecho.
No es que hubiera planeado lo del accidente, pero tuvo muchas oportunidades de decirle quién era y prefirió no hacerlo por miedo a que se cerrara en banda.
Aún tenía la polla dura de tanto castigarla y de ver cómo sus jugos mojaban la cama. Se frotó la polla, con una mano en la pared de la ducha mientras gruñía, imaginando a la hermosa mujer de al lado desnuda en la ducha con él.
No duró mucho, ya que estaba a punto de clavar la polla en aquel coño empapado. Derramó su esperma por las paredes y el suelo, apoyando la cabeza contra la pared de azulejos, jadeando.
Aiden no esperaba que le gustara tanto, pero ahora que la había conocido, quería protegerla, apreciarla y reclamarla como suya para siempre.
Sabía que tenía que tomárselo con calma, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo, y estaba bastante seguro de que ya se había pasado de la raya.
Se enjuagó y se vistió con la intención de irse a dormir, pero no estaba cansado ni lo más mínimo. Aiden volvió a mirar a May y sonrió al verla acurrucada en la almohada.
Cerró la puerta con suavidad y fue a la cocina a prepararse una taza de café para luego dirigirse a la habitación del tragaluz.
Era una de sus habitaciones favoritas de toda la cabaña. Se sentó en una de las tumbonas y rememoró la conversación con su padre unas semanas atrás.