
—¿Estás segura de esto, Lee? —preguntó Mandi por decimoquinta vez.
—Sí, estoy segurísima. Mil seiscientos veintitrés por ciento segura —respondí mientras seguía llenando mi maleta de ropa.
—Pero ¿hasta Canadá? ¿Seguro que lo has pensado bien? Quiero decir, Canadá está bastante lejos —dijo Mandi, frustrada mientras me miraba hacer la maleta.
—Lejos está bien —respondí, sin dejar de llenar la maleta.
—No puedes huir así de Theodore Benson, Lee. No es sano. Además, dudo que funcione.
—Sí, puedo. Y funcionará —terminé de hacer la maleta y cerré la cremallera. Luego, me tumbé en la cama junto a Mandi, soltando un largo y profundo suspiro.
—Sabes que no puedes huir de él para siempre —afirmó Mandi con naturalidad.
Ignoré su última afirmación. Estaba decidida a dejar atrás a Theodore Benson. —Mi vuelo sale en cinco horas y, en cuanto llegue a Canadá, cambiaré de número. Te enviaré un mensaje con el nuevo —dije con confianza.
—Pero ¿por qué te empeñas en huir? No es más que cobardía —dijo Mandi.
—Créeme, huir es lo mejor que puedo hacer —respondí.
—No entiendo. ¿Por qué es tan importante alejarte de él? —preguntó Mandi.
Suspiré molesta. —Mandi, es raro. Desprende una vibración peligrosa y, sin embargo, me hace sentir cosas... cosas raras —confesé.
Mandi levantó las cejas, sorprendida. —¿Cómo de raras? —preguntó.
Mandi comenzó a reír. La fulminé con la mirada, pero no dejó de reírse.
—Pi… pielpiel… de… piel de gallina... —ella seguía riendo, le caían lágrimas por la cara.
Sentí que mi cara se ponía roja, aunque no sabía si era rabia o vergüenza. —Sí, eso es exactamente lo que he dicho. No es gracioso —dije.
—Sí, lo es —respondió Mandi. Respiró hondo varias veces y por fin pudo controlarse.
—Hablo en serio, Mandi. Ningún chico me había hecho sentir así antes —dije.
—Vale, vamos a desglosarlo y a tratar de entenderlo —dijo Mandi. —Dime todo lo que sientes cuando estás cerca de él, o incluso cuando piensas en él.
Suspiré. Hasta ahora había evitado enfrentarme a mis sentimientos, pero entendí que nunca los superaría hasta expresarlos y afrontarlos. Me volví hacia Mandi, con la esperanza de que pudiera ayudarme a entenderlo todo.
—Cuando entré por primera vez en el despacho del Sr. Caldwell y lo vi sentado allí, pensé que era el hombre más hermoso que había visto nunca. Y cuando me miró, me despertó un escalofrío. Nunca había sentido eso con otro hombre. Luego fue nuestro encuentro en el ascensor... Lo deseé, Mandi. En ese momento, aunque me asustara. Es tan raro.
—No has estado con muchos chicos, Lee. Obviamente, te sientes rara. Theodore Benson es el primer chico que te hace sentir algo más que amistad o simplemente indiferencia. Y, si me preguntas, alguien así es alguien a quien aferrarte, no alguien de quien huir —dijo Mandi, con voz seria y sincera.
Exhalé un suspiro audible. —Pero es peligroso —dije débilmente. —No aceptó mi dimisión y me persiguió en el vestíbulo. Eso no es un comportamiento normal. Eso es de acosador.
—Sí, admito que perseguirte hasta el vestíbulo no fue bueno para su imagen. Pero Lee, ¿cómo te hizo sentir que alguien te deseara tanto como para arriesgarse, en el mejor de los casos, a tener serias conversaciones con Recursos Humanos y, en el peor, a tener muy mala prensa? —preguntó Mandi.
Mi mente se dirigió al vestíbulo y al aliento del Sr. Benson en mi oído mientras me decía que no iba a renunciar a mí. Por primera vez en mi vida, me sentí anhelada, deseada. Casi querida. —Me gustó que pareciera quererme de verda —le dije a Mandi.
—Eso es bueno, Lee —dijo Mandi. —Eres una mujer hermosa, fuerte y sexy. Deberías sentirte deseada.
—Pero es peligroso, Mandi. Tú misma lo dijiste. Toma el control de las empresas sin que se den cuenta. ¿Y si hace lo mismo conmigo?
—A veces lo peligroso es bueno, y la mayoría de las veces, lo peligroso es divertido. No vivas en un cascarón, Hailey, porque la vida te pasará por delante y te darás cuenta de que nunca hiciste nada divertido, nada aventurero, nada arriesgado. Y entonces es cuando te arrepentirás —afirmó Mandi con sabiduría.
Me quedé en silencio, reflexionando sus palabras. ¿Realmente necesitaba al Sr. Benson en mi vida? Era cierto que era el primer chico que me hacía sentir viva. Él decía que sentía lo mismo. ¿Realmente lo sentía así, o solo quería meterse en mis pantalones?
¿Y si le daba una oportunidad? No había garantías de un final feliz. ¿Y si el Sr. Benson me usaba y yo tenía que recoger los pedazos de mi corazón roto? Me alejaba del peligro por una razón: no quería que me lastimaran.
El timbre de mi teléfono me sacó de mis pensamientos. Intenté cogerlo, pero Mandi se me adelantó.
—¡Oye, devuélveme eso! —exigí.
—Ooh, es un mensaje del jefe —dijo Mandi con descarado, pasándome el teléfono.
Desbloqueé mi teléfono y abrí el mensaje.
Lo bueno era que me iría en unas horas, y entonces estaría en Canadá, lejos de él. Podría coger sus mensajes y sus órdenes y abofetearse con ellos.
—¿Por qué sonríes? —preguntó Mandi.
—Cree que puede decirme que haga lo que quiera y que yo lo haré. ¡Ja! El muy mamón no sabe que estaré en Canadá antes de las cinco y media de la mañana —me eché a reír. —Lamentaré no ver su reacción cuando vaya mañana a la oficina y yo no esté.
—Su única reacción será la furia, Hailey —dijo Mandi.
Me encogí de hombros. —Al diablo con su furia. No puede controlarme y ya es hora que lo sepa —repliqué y me puse en pie. Cogí mi maleta y mi bolso, asegurándome de tener todo lo que necesitaba, antes de llamar a un taxi.
A los 20 minutos llegó el taxi y abracé a Mandi. No quería soltarla. —Cuídate, Mandi. Te mandaré un mensaje en cuanto tenga mi nuevo número allí. Y, por favor, bajo ninguna circunstancia le digas a nadie a dónde he ido, ¿de acuerdo?.
—Vale, cuídate, Hailey. Y no te preocupes, mis labios están sellados —respondió.
En el taxi, de camino al aeropuerto, volví a mirar el mensaje del Sr. Benson. Tuve una sensación de vacío y estuve a punto de decirle al taxista que diera la vuelta. Pero tenía que hacerlo. Theodore Benson no controlaba mi vida, y tenía que darse cuenta de ello.
Adiós, Theodore Benson, para siempre.