La compañera del Rey Lobo - Portada del libro

La compañera del Rey Lobo

Alena Des

Viaje al Aquelarre

BELLE

Cristales que se rompen.

Llamas devorando el trono.

Los brillantes ojos rojos del Señor de los Demonios.

***

Me desperté con tal sobresalto que me pareció estar levitando.

Pero mi realidad era demasiado triste.

No había ningún Señor de los Demonios.

El trono no estaba en llamas.

Y yo seguía en la mazmorra del Rey Lobo sin más compañía que una linterna y unas mantas.

Aquello resumía mi suerte.

Por no hablar del olor horriblemente pútrido que inundaba mis fosas nasales. Estuve a punto de vomitar en el suelo, pero conseguí contenerlo.

Tal vez fue una buena cosa no haber comido.

Las formas seguían desplazándose por el resplandor de la linterna. El sudor goteaba de mi frente.

Pero algo iba mal. En realidad, todo iba mal en aquel momento.

—Aquello no parecía un sueño —le dije a la celda vacía.

Me puse de pie y me estiré, sintiendo que los músculos me dolían con un maravilloso ardor. Las mantas de Xavier me habían proporcionado un cojín extra, ayudándome a dar un impulso de energía, pero no mucho más. Unas cuantas vértebras crujieron cuando me doblé apoyando las palmas de las manos en el suelo.

CLICK.

ÑEEEEC.

La puerta se abrió con un chirrido, y oí decididas pisadas en los escalones de piedra.

—Bien. Te has levantado. Tenemos mucho que hacer y mucho terreno que recorrer —dijo Keith.

Me miró con sus ojos oscuros, haciendo que mi cabeza diera vueltas y mi estómago ejecutase un salto mortal.

Si no era mi compañero, ¿cómo podía ejercer tanta atracción en mí? Quería rodear sus anchos hombros con mis brazos y sentir su lengua enredada con la mía.

Me mordí el labio para intentar anular el poder que tenía sobre mí.

—¿Y adónde crees que me llevas? —pregunté.

Podía ver el fuego invisible que ardía detrás de sus ojos. Dio un paso adelante con un gruñido profundo y golpeó con un puño la pared de piedra.

—¿Por qué me desafías? Nunca en mi vida he...

—Nunca, ¿qué? ¿Nunca has conocido a una mujer que no se plegara a todos tus deseos como Zena? Es todo un reto. Pero mientras yo esté aquí, tendrás que acostumbrarte.

Me miró con dureza, saboreando mi insubordinación a pesar de que le enfurecía.

Me aparté, sintiendo otra oleada de lujuria que no había buscado. Y que no creía poder controlar.

—No eres mi pareja —manifestó. Sus palabras me atravesaron con un dolor tan agudo como sus garras—. Sin embargo, desatas algo incontrolable dentro de mí. Algo que nunca he sentido.

—Entonces, dime por qué eres tan despiadado con uno de los tuyos.

Su risa bramó, doliendo más de lo que sus garras podrían.

¡Todo un caballero!

—El linaje de los hombres lobo se remonta a siglos atrás. Y yo soy uno de los más antiguos de mi especie.

—De nuestra especie —apostillé con un siseo.

¿Por qué no le entraba aquello en la cabeza? ¡Yo era uno de ellos!

—Tú no eres un licántropo.

No pude evitar que mi puño golpeara su pecho.

El rey se rió y me agarró la muñeca. El dolor me recorrió el brazo y me llegó al cerebro.

Se inclinó hacia delante. Inhalé su almizcle y el dolor empezó a remitir.

—Tienes una magia poderosa, lo reconozco. Cuando te transformas, puede engañar a los demás. Pero no a mí —dejó claro.

Aspiró muy cerca de mí. Su sonrisa perfecta era a la vez perversa y seductora, y me cautivó incluso en aquel momento de tensión.

—Puedo oler a los otros. Son como yo. Pero en ti... no hay ningún efluvio que me diga que eres uno de nosotros.

Me soltó la mano y la acuné.

Me había advertido de lo que acarreaba la rebeldía. El dolor era insoportable, pero me negaba a que me viera doblegada.

Con una sonrisa dolorida, exhibí mi fuerza mientras él comenzaba a subir los escalones.

Dos guardias se acercaron para hacerme avanzar. Les propiné un codazo y subí por mi cuenta, sintiendo su presencia durante todo el camino.

***

Xavier estaba fuera del castillo con un grupo de hombres. Me vio salir y asintió a modo de saludo.

Mi corazón se llenó de calor y el dolor de mis músculos remitió. ¿Quién habría imaginado los poderes curativos de la bondad?

La sensación no duró mucho, ya que Keith ladró más órdenes.

—Visitaremos a la sacerdotisa wicca. Será un viaje largo, pero debemos ser rápidos. No hay que detenerse. Esto va para todos —avisó. Sus ojos se dispararon en mi dirección.

Abrí la boca pero vi a Xavier de pie detrás de Keith, negando con la cabeza, recomendándome guardar silencio.

Daré mil gracias a la Diosa de la Luna si salgo de esta sin perder la lengua... ~Volví a pensar en Zena succionando la de Keith, y el recuerdo me provocó escalofríos.~

Pero tenía asuntos más urgentes de los que preocuparme en aquel momento.

—¿Quién es esa tal wicca, y por qué debería importarme? —pregunté.

Algunos de los hombres se rieron, pero la mandíbula apretada de Keith los hizo callar.

—La sacerdotisa es uno de los seres más antiguos de la tierra. Es bruja y sus conocimientos son vastos. Acudimos a ella en busca de respuestas.

—Entonces, ¿quieres comprobar si ella puede detectar mi olor? ¿Ya que parece que tú eres incapaz de ubicarlo? —espeté. Mi lengua estaba especialmente venenosa aquella mañana.

—Ya llevamos retraso. ¿No puede esperar esta pelea vuestra hasta que sepamos por qué el Señor de los Demonios la persigue? —dijo Xavier, distrayendo al monstruo que teníamos por rey.

Tenía razón. Había asuntos más urgentes pendientes. Y lo que parecía un largo viaje por delante.

Se haría aún más largo por estar cerca de aquel déspota coronado.

No pude evitar pensar en mi familia. Echaba de menos la obstinada tutela de Sean. La gentil y sabia guía de mi madre y mi padre. ¿Qué dirían en aquel momento? Casi podía oírlos hablándome. Calmándome.

Pero aquellos pensamientos fueron ahuyentados de repente cuando Keith se colocó delante de mí.

—Ya es hora. Haz tu magia, bruja. Pero no creas que puedes escapar. Transfórmate y trata de seguir nuestro ritmo.

Apreté los dientes con rabia al ver cómo el rey se transformaba en un enorme hombre lobo, del doble de tamaño de lo que yo aspiraba a ser.

Aquella constatación sólo me enfureció más.

Me concentré y, en un momento, una capa de pelo rojo cubrió mi cuerpo. Aullé hacia el cielo.

Había llegado el momento de mostrarles quién era yo realmente.

***

¡BUM!

Nuestro grupo bramó a través de las vastas llanuras. Cada paso golpeaba el suelo como un trueno en el cielo.

Mis garras rasgaron la tierra, haciendo volar trozos de hierba a mi paso.

No era tan rápida como ellos, pero conseguí mantenerme a su altura.

Al principio, fue divertido, casi relajante. Todavía me dolían los músculos de la mazmorra, pero cada paso suponía más y más alivio.

Pero seguimos corriendo y corriendo...

Mi respiración se volvió entrecortada. En un momento dado, sentí que cada esfuerzo de mis pulmones por obtener oxígeno era cada vez menos eficaz.

La vista, que nunca me había fallado, empezó a flaquear: surgieron manchas oscuras que empañaban mi visión.

Tropecé pero me sobrepuse. La humillación de quedar atrás era demasiado intensa para experimentarla. No quería perder. No podía.

Fue entonces cuando me quedé sin sensibilidad en las patas.

Tropezando por última vez, vislumbré la manada en la distancia antes de sentir que mi cuerpo se desplomaba en el suelo.

***

Annabelle. Vuelve a mí.

Sus ojos rojos y brillantes ardían en la oscuridad mientras las llamas se elevaban hacia las alturas.

Annabelle. Soy yo. Tu compañero.

No iría con él. No podía.

Y entonces abrí los ojos para ver algo sorprendente.

Aquel que nunca había mostrado amabilidad conmigo.

El mismísimo Rey Lobo, con sus labios a escasos centímetros de los míos.

Notó mis ojos abiertos y una sonrisa se dibujó en su rostro. —Pensé que te había perdido. Y no puedo dejar que eso ocurra —me dijo.

Aquello era lo que necesitaba oír. Pero no había imaginado que vendría del propio rey.

Sonreí. Era lo único que podía hacer.

En aquel momento, casi pude sentir sus labios apretados contra los míos con una ternura que nunca había experimentado.

Sería exactamente como siempre había imaginado. Con un beso, él podría completar lo que una vez había echado en falta.

Yo era la única de mi especie que podía cambiar de forma sin perder la ropa y quedar completamente desnuda. Tenía un talento especial que nadie podía ignorar.

Pero incluso con la ropa puesta, pude sentir su piel desnuda. Su miembro íntimo, liberado, presionaba contra mi muslo.

Me estrechó entre sus brazos. Rogué en silencio que explorara mi cuerpo, que pasara sus suaves dedos por mis pechos.

Instantes después estaba de espaldas, tumbada en la hierba. Me dolía el culo por la caída, así que me lo froté, haciendo una mueca.

Keith aulló a la bóveda celestial.

Su cuerpo desnudo estaba tenso, con los músculos perfilados al máximo. Mostraba lo verdaderamente arrollador que era su espécimen.

Anhelé sentir su cuerpo presionado contra el mío una vez más.

Pero nuestro momento había pasado.

Se puso rápidamente la ropa y se dirigió a mí con ira en el rostro.

—Ningún ser ha poseído tales poderes sobre mí. Ninguno. ¡Es imposible!

—Oye, eras tú el que se ha cernido sobre mí —le recordé.

Golpeó un árbol cercano con todas sus fuerzas. Su puño dejó un agujero limpio en el tronco.

Se volvió de nuevo hacia mí. —Pensé que estabas herida. Pero ahora veo que sólo era debilidad.

Lo cierto era que sabía cómo hacerme daño. Pero a aquel juego podían jugar dos.

—La próxima vez que me abraces así, dime quién es el débil —deslicé con una sonrisa.

Los ojos de Keith se abrieron significativamente por la frustración. Antes de que pudiera tomar represalias, Xavier llegó en mi ayuda una vez más.

—Keith, hemos captado el rastro del aquelarre wiccano, pero necesitaremos tu nariz para encontrar la entrada —notificó Xavier con voz cansada.

—Prepárate. Una vez que hayamos conseguido entrar, habrá muchos desafíos en nuestro camino —dijo Keith mientras me miraba.

—Estoy preparada para todo —repliqué. Aquello era mentira, pero lo solté con plena convicción.

Él no conocía mi fuerza, pero yo le mostraría lo poderosa que podía llegar a ser.

—Bien. Espero que lo demuestres.

Keith siguió a sus hombres hacia un amplio barranco. De repente, sentí que se me erizaba el vello de la nuca.

Sacudí la cabeza y aclaré mis pensamientos beligerantes. No había percibido aquel tipo de ira antes.

Pero no era sólo ira. Era algo mucho más poderoso.

Y ardió más cuando lo vi a él.

Tenía que admitir que me gustaba. Aquel tipo de poder era algo a lo que podía acostumbrarme.

Pero mientras caminaba en dirección al barranco, una sensación de temor me invadió, sustituyendo poco a poco la fuerza que había empezado a sentir.

Keith se hallaba en medio de un prado abierto. Sus hombres estaban alerta, preparados para cualquier cosa.

El rey me miró una vez más con frialdad. —Hemos llegado. Prepárate. Los peligros que nos esperan pueden ser mortales.

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