Infiltrada entre moteros - Portada del libro

Infiltrada entre moteros

M. Wolf

Capítulo 3: Gruñón

VANESSA

Después de limpiar la cocina, voy a mi bolso en el armario y echo un vistazo a mi teléfono secreto en un bolsillo con cremallera.

Jack me ha mandado un mensaje, así que me meto en la despensa y cierro la puerta. No he visto cámaras en la cocina, pero hay que andar con pies de plomo. Cualquier cosilla rara podría delatarme.

Jack¿Todo bien? ¿Alguna novedad?
VanessaNada nuevo. Espero hablar más con el hermano del vicepresidente hoy.

La verdad es que no lo tenía planeado, pero siento que debo demostrarle a Jack que estoy avanzando.

Mientras espero su respuesta, echo un ojo a la comida de la despensa para ver qué puedo preparar de cena. Veo tomates y alubias en lata, así que me decido por comida mexicana. Mi teléfono vibra con un mensaje de Jack.

JackDate prisa, no estás ahí para lucirte.

¡Qué borde! Normalmente, no me habla así.

VanessaEntendido, jefe.

No espero respuesta y salgo de la despensa.

Casi me da un infarto al ver a Morgan junto al armario de los aperitivos. Intento guardar disimuladamente el teléfono secreto en el bolsillo trasero, rezando para que no se dé cuenta.

—¡Uy, qué susto! Pensaba que no había nadie en la cocina —dice con la mano en el pecho y una chocolatina en la otra.

—Estaba mirando en la despensa para ver qué podíamos hacer de cena —digo, encogiéndome de hombros como si nada. Parece que se lo traga.

Claro, ella no tiene por qué desconfiar de mí, pero tengo que andarme con ojo a su alrededor.

—Esperaba que no me pillaras zampándome una chocolatina entera yo solita —dice con timidez, y me río tapándome los ojos.

—Yo no he visto nada. Que yo sepa, ni siquiera estabas aquí —digo, y Morgan se parte de risa.

—¡Perfecto! Voy a echarle una mano a Hammer con el papeleo. Dios le dio a ese hombre una cara bonita y un corazón de oro, pero con los papeles es un desastre —dice, negando con la cabeza, y yo suelto una risita.

—Anda, ve a vigilar a tu marido, y nada de jueguecitos en horas de trabajo —digo guiñándole un ojo. Ella mueve las cejas de arriba abajo y se marcha.

Suspiro hondo, guardo rápidamente el teléfono secreto en el bolsillo con cremallera y meto el bolso en el armario. Luego, voy a la cocina y empiezo a prepararlo todo para el almuerzo y la cena.

El tiempo vuela, y en un abrir y cerrar de ojos, llega la hora de comer. Como esperaba, sólo vienen unos pocos hombres, porque el resto está trabajando.

Al final del día, West y Navy entran y se sientan en una de las mesas. Parece que les vendría bien un trago, así que les llevo dos cervezas.

Es hora de entrar en acción.

Los dos llevan ropa de trabajo llena de mugre, aceite y manchas de grasa. Supongo que trabajan en un taller.

—Ah, justo lo que recetó el médico —dice Navy con un suspiro, y me río.

—Me pregunto dónde estudió tu médico —digo.

—Nuestro médico sólo quiere lo mejor para nosotros —dice Navy, sonriendo.

—¿En serio tenéis médico propio? —pregunto, y él asiente.

—Sí. A veces nos lastimamos, y en los hospitales hacen preguntas... preguntas que no siempre podemos contestar —dice.

Al ver mi cara de falsa sorpresa, West da unas palmaditas en el sofá para que me siente. Echo un vistazo rápido alrededor. Todos tienen bebida y nadie parece necesitar nada, así que me siento.

Esto pinta bien. Después de cuatro meses, parece que por fin van a contarme algo sobre el club, y cualquier información es oro.

—Aún te queda mucho por aprender sobre la vida del club —dice West—. Ya no nos metemos en nada realmente ilegal, pero siempre hay broncas entre clubes de moteros. A veces, la cosa se pone fea.

Asiento, abriendo mucho los ojos con cara de inocente.

—Hubo una época en que vendíamos drogas y armas —continúa en voz baja—, pero desde que Hammer es presidente, todos nuestros negocios son legales.

Sus palabras me hacen pensar. Parece muy seguro, y cuesta no creerle. Pero Jack dejó bien claro que están metidos en algo ilegal.

¿Quizás estos dos simplemente no están al tanto?

—¿Qué hacéis durante la reunión? Parece muy misteriosa —me atrevo a preguntar, y ellos se encogen de hombros.

—Esto y aquello —dice Navy—. La reunión es sólo para miembros con parche. Los novatos no pueden entrar hasta que hayan demostrado su lealtad al club. No puedo darte detalles, pero principalmente hablamos sobre los diferentes negocios que el club tiene o en los que invierte. Cada miembro está metido en, al menos, uno de los negocios, y los novatos echan una mano donde haga falta —Navy le da un trago a su cerveza.

No es mucho, pero es un comienzo.

Desde el primer día, los chicos han sido muy reservados conmigo. No es de extrañar. Rara vez dejan entrar a extraños en su círculo.

Hasta ahora, he intentado que se acostumbren a tenerme cerca. Quiero que me vean como parte del mobiliario. Está funcionando. Estos dos, al menos, están empezando a abrirse.

No esperaba que me contaran los trapos sucios de la reunión. No confían lo suficiente en mí, y probablemente nunca lo harán. Pero no pasa nada, tengo otras formas de conseguir información. Sólo necesitan confiar en mí lo suficiente como para dejarme pasar desapercibida.

—La cultura de los clubes de moteros mola mucho —digo con una sonrisa, y ellos levantan sus cervezas hacia mí y sonríen.

Estoy dando una vuelta por la sala recogiendo botellas vacías y platos sucios cuando se abre la puerta y entra Steel.

Él también lleva ropa de trabajo manchada. Sus pantalones están viejos, pero aún le quedan ajustados en las piernas y el trasero.

Me sorprendo mirando al tipo más de la cuenta y sacudo la cabeza para parar. No entiendo por qué alguien tan gruñón y mal vestido como Steel puede hacerme quedar embobada, pero no es la primera vez que me pasa. Debe ser que estoy cansada.

Miro alrededor y veo a Navy guiñándome un ojo.

Mierda... Me ha pillado.

Bueno, tampoco pasa nada. Incluso podría ser útil si Navy piensa que me gusta su hermano.

Pongo los ojos en blanco mirando a Navy y niego ligeramente con la cabeza. Luego, me voy al bar y empiezo a lavar mi bandeja de vasos sucios.

Es el final de la tarde, y estoy a punto de empezar con la cena. Si todo va bien, Abbey pronto se hará cargo de mi trabajo en el bar.

Abbey es una chica de los Diablos y parece llevar aquí una eternidad. Con treinta años, lleva casi ocho trabajando aquí. Es de las pocas que me ha hablado, y me cae bien.

Morgan me contó que Abbey espera convertirse en una mujer importante del club algún día, pero hasta ahora, los hombres sólo la quieren para el tema del sexo.

Le ha dicho a Morgan que no va a seguir así mucho más, que ya es hora de sentar la cabeza y encontrar un hombre para casarse.

—Whisky.

La voz enfadada viene de detrás de mí, y doy un respingo. Me doy la vuelta para ver a Steel sentado en el bar con cara de pocos amigos. Ja... ¿Saben lo que respondí?

—Por favor —digo con mi sonrisa más dulce mientras sirvo whisky en un vaso y le echo hielo.

Levanta una ceja, con su cara de no mostrar emoción a pesar de su mirada interrogante.

—¿Puedo beber un whisky, por favor? —digo para explicarme, y él pone los ojos en blanco y se gira para mirar la tele.

—Imbécil —murmuro mientras me voy a la cocina.

Empiezo a cortar las cebollas y pimientos; me gusta preparar las verduras de la cena con tiempo. La puerta se abre y entra una mujer rubia de pelo corto.

—¡Hola! —dice alegremente.

—Hola. Qué bien verte otra vez —digo contenta, y ella suelta una risita.

—¿Me hago cargo del bar ya? —pregunta Abbey.

—¡Por favor! Así puedo empezar con la cena —digo, señalando mi tabla de cortar.

Me hace un saludo militar y sale de la cocina.

Sigo cortando las verduras. Los cuchillos son nuevos y están muy afilados.

Antes de darme cuenta, me he cortado el dedo mientras cortaba una cebolla. Dejo caer el cuchillo al suelo, soltando un par de tacos mientras la sangre empieza a gotear.

Haciendo una mueca, pongo el dedo bajo el agua. El jugo de cebolla escuece, y espero no necesitar puntos.

De repente, una mano grande agarra mi mano sangrante, y me llega un agradable olor masculino.

Steel está a mi lado y mira mi dedo, limpiando la sangre con una servilleta de papel. Sin decir nada, va a la despensa y vuelve con una tirita. En silencio, pero con mucho cuidado, me la pone en el dedo. Casi me siento como una niña traviesa bajo su mirada seria.

—Gracias —digo torpemente, sin saber qué más decir.

—Pensaba que tenías experiencia —murmura, y lo miro de reojo.

—¡Cualquiera puede cortarse sin querer! —digo—. Ahórrate los juicios, anda.

Menudo capullo. ¿Cree que no tengo experiencia sólo porque me he cortado?

Vale, la verdad es que no tengo tanta experiencia, pero él no tiene por qué saberlo. De hecho, definitivamente no debería saberlo, ya que me contrataron aquí porque dije que tenía una larga carrera como camarera.

Salgo enfadada de la cocina y me voy al baño. Allí, respiro hondo... antes de ponerme a despotricar contra un gigante gruñón.

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