Alfas Peligrosos - Portada del libro

Alfas Peligrosos

Renee Rose

Capítulo tres

Kylie

Han pasado tres días y no he visto a Jackson King. No desde que me echó de su despacho. Tres días de revivir nuestra conversación una y otra vez. Me digo a mí misma que lo supere, pero he estado obsesionada con King por años y este enamoramiento ha florecido desde el encuentro en el ascensor.

El trabajo se prolonga. Stu me mantiene ocupada con la instalación de cortafuegos nuevos y otras cosas aburridas.

Mientras tanto, he estado usando faldas y tacones por si vuelvo a ver a King. No es que quiera impresionarlo. Solo quiero que ese grandísimo idiota vea lo que se está perdiendo.

Oh, ¿a quién engaño? Todavía quiero que se fije en mí. Que entre a mi despacho y me gruña, que me incline sobre el escritorio, me levante la falda y… mmm.

«Santa cachondería, Batman».

—¿Kylie? ¿Estás bien?

Stu y el resto del equipo me miran del otro lado de la mesa de conferencias.

—Por supuesto. —Me incorporo y trato de recordar los últimos minutos de la reunión, pero todo lo que tengo son fantasías con Jackson King. «Maldita sea»—. No quise que se fuera al protector de pantalla. Debo necesitar más café.

Alguien se ríe de mi comentario sobre el protector de pantalla, pero no es un sonido agradable. Me tenso. Soy la más joven de este equipo, pero trabajo tan duro como cualquier otro. Quizás más.

Supongo que no encontraré a mi tribu.

—Estabas suspirando mucho. —Stu se niega a dejar el tema.

—Los tacones me están matando. —Lo cual no es mentira. Me los saco por debajo de la mesa y me froto los pies contra las patas de la silla. Mañana tengo que volver a la ropa normal de friki: vaqueros y zapatillas. Que se joda King. No me visto para ningún hombre.

La reunión termina y sigo escribiendo en mi computadora portátil, solo la cierro cuando Stu apoya la cadera contra la mesa frente a mí.

—¿Te estás adaptando bien?

—Claro. —Mantengo una sonrisa fría. Me agrada Stu, pero su constante revoloteo me está poniendo un poco de los nervios. Sigue tratando de ser amigable, pero tengo la sensación de que solo me quiere cerca porque cree que estoy buena.

Supongo que eso explica por qué quería contratarme.

—¿El jefe te hizo sentir mal? —dice Stu y me enderezo como si me hubiera arrojado agua helada.

—¿Qué?

—Sé que pasó por tu despacho hace unos días. No has estado tan feliz desde entonces.

«Santo acosador, Batman». Es verdad que no soy quién para juzgarlo, pero igual.

—¿Eres mi hermano mayor, Stu? ¿Siempre me estás observando?

—Eh, no. —Se ruboriza. Pobre tipo. Obviamente está interesado en mí, pero trata de mantenerse profesional. Que es más de lo que he hecho con Jackson—. Solo trato de mostrarte cómo son las cosas. Me siento responsable porque logré que te contrataran.

«Contrataste mis tetas». Mi yo sarcástica asoma la cabeza. «Mi cerebro es simplemente un complemento más».

—Sé que Jackson King es un gran nombre, pero no es un buen tipo. Es un patán, en realidad. Tiene fama de ser un grandísimo hijo de puta. Las chicas siempre se enamoran de él. —Ahora, Stu suena como un llorón y celoso—. Pero las trata igual que a cualquier otro empleado. Apenas dice una palabra que no sea grosera.

—Estoy bien, Stu. No fue grosero. Y me gusta trabajar aquí, hasta ahora.

—Pues, genial. —Stu mira de un lado al otro—. ¿Tienes planes para el fin de semana?

«Bostezo».

—Salir con mi novio —miento alegremente.

Stu se aparta de la mesa y se aleja de mí. Por supuesto, le he estado dando a entender que no estoy interesada desde hace días, pero ahora que él cree que un hombre me ha reclamado, finalmente está captando el mensaje.

«Imbécil».

—Bien —dice—. Bueno, me voy a la reunión con Finanzas. Estamos configurando un proyecto para probar su estructura antes de los próximos informes 10-Q. Que es en una semana. Puede que te necesite para eso.

—Excelente. —Finjo entusiasmo ante la promesa de horas extra y mentalmente paso a Stu de «imbécil» a «cabronazo».

—Bueno. —Stu levanta el maletín de su computadora portátil—. Voy al piso de arriba. ¿Quieres que te aguante el ascensor?

—No, gracias. —Reprimo una respuesta sarcástica—. Subiré por las escaleras. Necesito el ejercicio. —Dejo escapar un suspiro cuando finalmente se aleja.

—¿Stu te está molestando? —Una voz baja me hace dar un salto y casi derramar café sobre mí. King entra silenciosamente, con una apariencia como si estuviera listo para la portada de la revista GQ—. Hablaré con él si está siendo inapropiado.

—No. Está bien. —Dios mío, había olvidado lo anchos que son sus hombros—. Todo está bien. —Estoy balbuceando—. Solo es socialmente inepto. Todos los frikis lo son.

—¿Lo somos?

Arqueo una ceja.

—Especialmente tú. —«Mierda. Aquí va de nuevo el suero de la verdad»—. La última vez que te vi, me dijiste que me fuera. Sin explicaciones ni nada. Me echaste y no me dijiste por qué.

—Sabes por qué. —Su voz profunda y tranquila hace que las mejillas se me ruboricen y se me caliente el coño.

Para ocultarlo, pongo los ojos en blanco.

—Stu me acaba de preguntar lo mismo de ti. Quería asegurarse de que no me molestabas o eras grosero. Al parecer, tiene bastante reputación, señor malote.

—¿Qué le dijiste? —Tiene la mandíbula más tensa de lo normal.

—Le dije que soplaste y resoplaste pero que no derribaste mi casa. Relájate. —Sonrío y eso parece aliviarle la tensión un poco—. Omití la parte donde me dijiste que no era seguro que me quedara. —Miro alrededor de la sala de conferencias vacía—. Lo cual me recuerda, dijiste que no deberíamos estar solos.

Un grupo de personas pasa por la puerta abierta, charlando en voz alta.

—No estamos solos. Y no deberíamos. —Deja la mirada fija sobre mí y el pelo despeinado le cae sobre la mejilla hundida. Debería ser ilegal que un hombre sea tan hermoso.

—Creo que puedo contigo. —«Tal vez».

Algo destella en su rostro, pero mira hacia otro lado.

—No sabes nada de mí.

—Sé que nunca has tenido novia —le espeto, principalmente para distraerlo del pensamiento que le provocó dolor en la expresión.

—Así me contaste. ¿Sigues acosándome, pequeña hacker?

—No. —«Sí».

Sonríe como si supiera que es mentira.

Le devuelvo la sonrisa.

—Gracias. Puedo con Stu. Pero es bueno saber que alguien me está cuidando.

—Si alguien te acosa, quiero saberlo. ¿Entiendes?

Me atraviesa una emoción, pero la escondo.

—¿La Mujer Maravilla hoy?

—¿Qué? —suelto, antes de darme cuenta de que está hablando de mi camiseta—. Ah, sí. Bueno, tú eres Clark Kent. —Asiento con la cabeza hacia su traje y corbata.

—Ay —hace una mueca—. Él era un nerd.

—Era Superman —lo corrijo—. Y tú eres un nerd.

Se encoge de hombros.

—Nerd multimillonario. —Esconde una sonrisa que amenaza con aparecer. Ya es atractivo; sería hermoso si sonriera—. Como Iron Man. O Batman. Es más de mi estilo.

—O Lex Luthor. Quizás no eres un héroe.

La sonrisa que acecha en la comisura de sus labios desaparece, para mi consternación.

—Sí —murmura—. Definitivamente soy el malo.

—Estaba bromeando. No eres un villano. —Me acerco, pongo la mano en su brazo antes de notarlo—. Actúas como un hombre grande y malo, pero sé cómo eres en realidad. Eres el que viene al rescate. Recuerdo lo que hiciste por mí en el ascensor.

—No —dice. Posa los ojos en mi mano y mi cara. La retiro y doy un paso atrás, sonrojándome un poco—. Estás equivocada.

Todo el cuerpo se me calienta por la cercanía. Sigue rechazándome, pero el hecho es que todavía está aquí. Sé que siente algo por mí. Simplemente tiene demasiada integridad para actuar al respecto.

—¿Entonces por qué estás aquí? ¿Marcando tu territorio?

—¿Yo? Tú fuiste quien puso a mi secretaria en su lugar.

—No lo hice —farfullo, luego sonrío—. Eso fue solo una peleíta de gatas. Y se lo merecía.

Levanta las manos

—Está bien, gatita. Guarda las garras. —Con una leve sonrisa, se aleja, luciendo casi… ¿feliz?

«¿A qué se debió todo eso?».

***

Jackson

Mi lobo gime un poco mientras me alejo de mi pequeña superheroína, pero se comporta. Quería que cerrara la puerta y la marcara con mi olor para que la gente como Stu se mantuviera alejada, pero está satisfecho de que pudiéramos verla.

No debería arriesgarme a acercármele, pero no puedo evitarlo. Al menos me probé a mí mismo que podemos estar en la misma habitación sin saltarle encima. Me encanta que no tenga miedo a jugar conmigo.

«Eres Clark Kent».

Si tan solo supiera.

Paso del ascensor y subo las escaleras de dos en dos.

Mi secretaria me lanza una mirada de desconcierto cuando paso. Me doy cuenta de que la extraña sensación que tengo en el rostro es una sonrisa.

—¿Señor King? —Me doy la vuelta y me ataca el perfume de mi secretaria. La desventaja de tener un olfato agudo.

—¿Sí, Vanessa?

—Tiene una llamada de Garrett. No me dijo su apellido. No lo molestaría, pero usted dijo que lo transfiriera si…

—Ya lo atiendo. —Desde que Kylie se enfrentó a ella, mi secretaria ha estado cabizbaja. Todavía me pongo duro cuando pienso en el encuentro. Si Kylie fuera una cambiante, sería una hembra alfa. Perfecta para mi lobo. Lo suficientemente fuerte como para hacer frente a mi dominio, lo suficientemente sensual como para mantenerme a su merced. Lo suficientemente dulce como para mantenerme duro con solo pensar en meterle el pene. En largas noches corriendo bajo la luna llena. Solo nosotros dos al principio, pero, algún día, habría cachorros…

Sacudo la cabeza y contesto el teléfono. La luna debe estar enloqueciéndome si estoy pensando en cachorros.

—¿King? —El alfa de Tucson suena como si estuviera haciendo su voz más grave. A los veintinueve años, es uno de los alfas más jóvenes del país. Ayuda que su padre maneje una gran manada en Phoenix y respalde el reclamo del territorio por parte de Garrett—. Solo quería saber cómo estabas.

La mayoría de los alfas tienen una racha protectora. Garrett no es diferente. Pero no soy parte de su manada. Si algún alfa intentara reclamarme, me vería obligado a dejar en claro que no soy el lobo de nadie. Rápida y violentamente. Mi lobo tolera las llamadas ocasionales de Garrett porque ve al joven alfa como un hermano menor, un poco como Sam. Aun así, Garrett y yo somos cuidadosos en nuestras interacciones. En una lucha por el dominio, le ganaría, pero no tengo ningún interés en apoderarme de su manada. Y sería una lástima ganarle, porque me agrada el chico.

—Garrett —respondo—. Habrá luna llena esta semana.

—Por eso te llamo. Mi padre organizará unos juegos de apareamiento en un terreno de manada cerca de Phoenix. Quería invitarte a correr con nosotros.

—¿Vas a ir?

—Sí. Los chicos quieren oler algunas lobas. No quieren emparejarse, pero les gustaría echar un polvo. —Hay menos de veinte miembros en la manada de Garrett, todos hombres jóvenes y solteros, como él. Y todos viven en el mismo edificio de apartamentos. Es como una fraternidad.

—Te lo agradezco, pero no podré ir. Enviaría a Sam, pero le prometí que correríamos en nuestra propiedad.

—Papá dice que siempre eres bienvenido —dice Garrett afablemente.

Mi dinero es bienvenido. Apenas me toleran, con lo distante que soy incluso para un lobo solitario. Soy lo suficientemente dominante como para mantener mi territorio, pero eso no significa que quiera una manada. He evitado las reuniones desde que mi manada de nacimiento me desterró.

—No hay muchas mujeres solteras, pero es posible que encuentres una que te guste.

—Dile a tu papá que gracias, pero no. Tal vez en unos años, si Sam quiere una pareja. —No quiero insultar al alfa de Phoenix, pero creo que es mejor ser franco. Tal vez no sea el más políticamente sensible, pero soy lo suficientemente grande; la gente anda de puntillas a mi alrededor.

—Mira, King, me importa un carajo si te apareas o no. Obviamente, tampoco me he buscado una pareja. Pero tres machos de la manada de mi padre se han vuelto locos con la enfermedad de la luna en los últimos años. Es mi responsabilidad asegurarme de que al menos te mezcles con algunas mujeres, ya que no tenemos ninguna aquí.

Lo que realmente quiere decir es: «eres un lobo solitario que ha pasado de los treinta años y eres dominante, lo que te hace más susceptible a enloquecer por la enfermedad de la luna a menos que tengas una pareja».

Además, hay al menos una loba en Tucson. La hermosa hermana menor de Garrett estudia en la Universidad de Arizona, pero no puedo culpar al chico por dejarla fuera de la ecuación. No es que esté interesado en ella, de todos modos. La imagen de las tetas apretadas de Batichica de Kylie aparece en mi mente.

«No es una loba».

Garrett continúa:

—Voy a llevar a mi manada para darles a todos la oportunidad de al menos eliminar algo de tensión.

—No sabía que jugar al cupido era parte del trabajo de un alfa —digo arrastrando las palabras.

—Sé que tu lobo es dominante. Sin una manada qué liderar, debe estar muriendo por tener una loba a su merced.

Cada músculo de mi cuerpo se tensa al imaginarme que tengo a mi pequeña hacker a mi merced.

—Además, con las tasas de natalidad tan bajas entre los cambiantes, es bueno para la manada que el más dominante de nosotros se establezca y tenga cachorros lo antes posible. —Suena como su padre—. ¿Por qué posponerlo?

Me burlo.

—Dice el soltero eterno. ¿Qué, tu madre llamó pidiéndote nietos cachorros y decidiste pasarme el consejo?

Cualquier otro alfa podría erizarse y ofenderse por mi burla, pero Garrett no.

—Me atrapaste. —Escucho su sonrisa y es una buena manera de apaciguar a mi lobo, que está molesto por tener esta conversación en primer lugar—. Me imagino que, si pudiera embelesarse con publicaciones de tu boda en las páginas de chismes del periódico de los cambiantes, me dejará en paz.

—Ya te tengo. Lo pensaré para la próxima luna. Sam definitivamente debería buscarse una novia.

—Muy bien —ríe Garrett—. Te buscaremos. Nos vemos, King.

—Una cosa más, Garrett. —Dejo toda jovialidad. Con la atracción recién descubierta de mi lobo por una humana, de repente no estoy tan seguro de mi propia estabilidad—. Si alguna vez me vuelvo loco por la enfermedad de la luna, prométeme que protegerás a Sam. Y trae a toda tu manada para detenerme. Lo que sea necesario.

—Lo que sea necesario —promete Garrett. El silencio se cierne frío y serio entre nosotros. Ambos colgamos sin despedirnos.

Tamborileo con los dedos sobre el escritorio, la advertencia es un peso en mi pecho. Garrett hizo lo correcto al plantear la enfermedad de la luna de la manera más discreta posible. Me molesta que este recordatorio me hiciera alejarme de Kylie. El animal dentro de mí es peligroso y solo busca un momento de debilidad para poder liberarse.

No pondré más a prueba mi control. No más juegos como el de hoy. Tengo que alejarme de Kylie. Por su propio bien.

Abro mi computadora portátil, listo para sumergirme en el trabajo, cuando el chat suena.

BatichicaXti: Oye

Por un segundo, me quedo sin aliento, pensando que por fin he encontrado a mi némesis: Gatichica, la hacker que descifró mi código hace años.

Pero no. Es Batichica, con una B. Y está en nuestra intranet, la red privada que usan mis empleados. Excepto que solo permito conexiones con mi equipo ejecutivo. Lo que significa que me han hackeado.

King1: ¿Quién eres? —~Tipeo, aunque ya lo puedo suponer.

BatichicaXti: ¿Quién crees que soy?

Niego con la cabeza.

King1: Lindo truco, gatita. Pero si tienes tiempo para hackear nuestra intranet, tendré que decirle a Stu que te dé más trabajo.

BatichicaXti: Solo te demuestro mi valía. Podrías enviarme las líneas de código que querías mostrarme

El cursor parpadea ante mí.

No es una buena idea. Quiero cuidarla, pero no puedo. Hoy tuve un momento de debilidad. Me pasan demasiado cuando estoy cerca de ella. Me guste o no, soy peligroso. Mortal. Ella cree que no soy un villano.

Está equivocada.

Apago la computadora. Es hora de otra carrera.

***

Kylie

Después de una hora esperando la respuesta de King, apago la computadora portátil y me dirijo a casa. No debería haberlo provocado de él de esa manera. Estaba presumiendo y, si no tengo cuidado, él podría conectar los puntos algún día y descubrir que soy Gatichica.

Qué hombre tan exasperante. Un día creo que me inclinará sobre el escritorio y me cogerá hasta dejarme sin aliento y al siguiente me echa de su despacho. Luego vuelve a coquetear conmigo. Y luego me ignora en línea. No puedo seguirle el ritmo.

«Santos mensajes confusos, Batman», murmuro al cerrar la puerta principal y me quito los tacones. Una cosa es segura, no volveré a usar estos zapatos para él.

—¿Mémé? ¿Estás en casa?

Una nota en la mesa con los garabatos descabellados de mi abuela me dice que ha ido a la tienda, así que recojo el correo y saco el gran sobre manila sin remitente. Inserto el pulgar en la pestaña y lo abro.

Surge un grueso paquete de papeles con una carta de presentación mecanografiada.

«Ay, mierda».

El corazón me deja de latir.

Sabemos quién eres, Gatichica, y tenemos pruebas para encerrarte.

Para garantizar nuestro silencio, tienes veinticuatro horas para instalar el código en esta memoria USB en la unidad principal de SeCure.

Si no cumples, si corrompes los archivos en la memoria USB de alguna manera o si hablas de esto con alguien, enviaremos este paquete a tu nuevo empleador y al FBI.

«No».

Me esfuerzo por respirar mientras hojeo el resto de las páginas del paquete. Incluyen toda la evidencia de mi irrupción en SeCure hace años, así como identificaciones y fotos mías y de mis padres con varios alias.

Ninguno con mi nombre real.

Demonios, hasta yo lo he olvidado.

Me palpita la cabeza y la habitación gira. Alguien me encontró. Quizás no fue él, pero esta es una gran amenaza.

Lo primero es lo primero. ¿Hay algo en este paquete que pueda llevarme a la cárcel?

Hojeo las páginas de nuevo.

No. Pero levantará sospechas. SeCure me despedirá, desde luego. Perderé la oportunidad de trabajar con Jackson King, no es que parezca que estaríamos trabajando de cerca, pero aun así. Adiós a mi oportunidad de ser normal.

Pero no puedo hacerlo y quedarme. Si me rindo ante estos tipos, seré su perra para siempre. A continuación, me pedirán que hackee la bóveda de tarjetas de crédito. Luego otro lugar. No puedo hacer eso. Tengo que desaparecer. Como lo he hecho un millón de veces antes.

Me dirijo a la habitación, agarro una maleta del armario y la tiro sobre la cama. Sin pensar, mis manos se mueven, empacando lo necesario. Ropa negra, un par de cada cosa. Una simple bolsa de artículos de tocador.

Huyo de nuevo. No importa cuánto intente superar a Gatichica y el legado de mis padres, el pasado siempre me alcanza.

Pero ¿y Mémé? Nos hemos mudado tantas veces que no quiero volver a llevármela al camino. Esta vez, nuestras vidas no están en peligro. No es justo hacer que recoja sus cosas y se mude. ¿Puedo dejarla?

Es la única familia que tengo. Dejarla para mantenerla a salvo se siente como lo que mi padre me hizo cuando trató de meterme en un internado después de que mi madre murió. No lo dejé hacerlo y apuesto a que a Mémé tampoco le gustará quedarse atrás.

Bien, ambas nos mudaríamos. Mémé puede hacer sopa en cualquier lugar.

Tenemos que huir. Tenemos que escondernos. ¿Qué otra alternativa tenemos?

Hasta aquí mi oportunidad de ser normal.

Abro una gaveta. La camiseta de Batichica me mira fijamente.

—No puedo —digo—. No soy una superheroína.

«Definitivamente soy el malo», me dijo Jackson. Si tan solo supiera. Soy su archienemiga, por muy malo que sea. Pensé que estaba libre de mi antigua vida. Pensé mal.

En el pasado, intentaba solucionar cualquier problema, ya fuera mío o de mi padre. Estuvimos juntos en esto. Siempre a la fuga, pero juntos. Me había sentido segura. Poderosa, incluso. Pero el Louvre destruyó eso. Apuñalado frente a mis ojos, mi padre se fue para siempre. Casi muero en ese conducto de aire acondicionado, asfixiada por mi propio pánico. Nunca me he vuelto a sentir segura en un espacio pequeño.

Excepto en el ascensor, con King.

Recuerdo la presión de sus brazos a mi alrededor, cómo activó el reflejo de calma. Lo investigué cuando llegué a casa. Todo lo que encontré fue una referencia a las posturas de yoga que implican bloquear el mentón en el esternón para calmarse.

Las grandes manos de Jackson habían sido mucho mejores que una pose de yoga. Irradiaban calidez y seguridad.

«Si alguien te acosa, quiero saberlo».

No es real. No es seguro. No puedo confiar en él.

¿Pero y si puedo?

Vuelvo a meter los papeles en el sobre, escribo una nota rápida para Mémé y corro a mi habitación a buscar un nuevo atuendo antes de que pueda cambiar de opinión.

He construido mi vida sobre mentiras.

Tal vez es hora de intentar con la verdad.

***

Jackson

La luna brilla plateada, iluminando la ladera de la montaña. Por lo general, corro y cazo la mayor parte de la noche cuando la luna está casi llena, pero mis instintos me gritaban que debía volver temprano. Tampoco fue por la lluvia.

Sam me persigue, mordisqueándome las patas traseras, pero me doy la vuelta y le gruño al lobo joven, lo que hace que esconda la cola y gimotee. No quiero la compañía de Sam, nunca la quiero, pero el niño se ha proclamado a sí mismo como mi sombra permanente. Cuando llegamos a la parte trasera de mi propiedad, ambos nos congelamos. La lluvia hace que sea imposible oler algo, pero el tono agudo establecido en una frecuencia que solo registran los caninos nos dice que mi sistema de alarma se ha disparado.

Sam gruñe y el labio superior se le levanta para mostrar los colmillos. Carga hacia adelante y dobla la esquina.

Corro adentro, a través de la puerta para perros en la parte de atrás, para revisar el interior. No huelo nada inusual. Me muevo y me pongo la ropa mientras corro hacia la sala de control para ver la transmisión de seguridad.

Una bicicleta solitaria está apoyada fuera de las puertas de hierro que rodean el frente de mi propiedad y una pequeña figura oscura camina penosamente a través de la lluvia hacia mi puerta principal. Un gruñido reverbera, bajo en mi garganta.

«¿Quién carajo…?»

Sam llega a toda velocidad, con los colmillos relucientes y salta por el aire, sus patas delanteras aterrizan en los hombros del intruso y lo derriban al suelo.

«Toma eso, hijo de puta».

Con una furia oscura bombeando por mis venas, salgo de la sala de control para enfrentar al invitado no deseado. Bajo los resbaladizos escalones corriendo y cruzo la grava empapada por la lluvia.

—Cálmate, Cujo. —El sonido tembloroso de su voz me sorprende como un cable de alta tensión.

«Kylie».

Una oleada de miedo me sacude el cuerpo.

—Fuera. Abajo, ya —le espeto.

Sam no se mueve, su lado de lobo no da paso a la razón humana; su instinto de proteger y defender su propio territorio es demasiado fuerte. Gracias a los dioses, Sam no le ha desgarrado la carne.

Mi pequeña hacker es inteligente, se ha quedado perfectamente quieta debajo de Sam.

Agarro a mi hermano de manada por la nuca y se lo retiro de encima.

—Dije «fuera».

Sam sacude la cabeza y esconde la cola al oír el tono enojado de su alfa. Da unos pasos hacia atrás.

Miro a nuestra intrusa. Incluso empapada, con una sudadera y vaqueros, es hermosa. Yace en el barro, sin parecer tan asustada como debería estarlo.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí?

Ella gime y comienza a moverse, pero hace una mueca y se toca la parte de atrás de la cabeza.

Pues, joder. Cerca de ella había una roca de buen tamaño. Debe haberla golpeado cuando Sam la derribó.

—Tenía que hablar contigo —gruñó.

A cualquier otra persona la hubiera destrozado ahí mismo, mientras está sobre la tierra a mis pies. Pero no a Kylie. Ese nuevo y extraño calor punzante se apodera de mí y me grita que la proteja, de Sam, de la lluvia, de la roca, de mí.

La levanto del suelo y la pongo de pie, olvidándome de fingir que pesa mucho.

Los ojos se le ponen en blanco, desenfocados, como si el movimiento le doliera en la cabeza.

—Ugh. Vaya.

Extiendo la mano y toco la parte de atrás de su cabeza, buscando con los dedos hasta encontrar el chichón en crecimiento.

Se estremece cuando lo toco.

—Estás herida. —Me giro y fijo la mirada en Sam, que agacha la cabeza.

Ella también mira a mi compañero de casa.

—Menos mal que estabas por aquí o creo que Cujo me habría comido. ¿Siquiera es un perro?

—Es mitad lobo.

—¿Mitad lobo, mitad qué? ¿Gárgola?

Reprimo una sonrisa. Me encanta que saque el ingenio irónico a pesar de la herida. Pero entonces, es su mecanismo de defensa predeterminado, como descubrí en el ascensor.

La estudio. Debería llamar a la policía o asustarla de alguna manera para que respete mis límites.

—¿Vas a decirme por qué demonios irrumpiste en mi casa?

Ella pone los ojos en blanco.

—Por favor, si estuviera irrumpiendo en tu casa, no dispararía las miras láser para anunciar mi presencia. Disculpa, pero no vi el timbre ahí fuera.

«¿Qué mujer sabe sobre sistemas de seguridad láser? ¿Y no grita cuando un lobo gigante la clava en el suelo?»

—No recuerdo haberte invitado. ¿Cómo diablos me encontraste?

—Soy una hacker, ¿recuerdas?

—O una acosadora.

—Es lo mismo. —Lleva una mano al frente de la sudadera y oigo el crujir del papel—. Tengo algo que enseñarte. No podía esperar hasta mañana.

La tomo del codo y la conduzco por los resbaladizos escalones de baldosas italianas y dentro de la mansión. Kylie se mueve rígidamente, como si algo más que la cabeza le doliera del ataque de Sam. No le impide mirar por mi casa mientras la acompaño al baño de visitas en el segundo piso. De alguna manera, dudo que ella se haya perdido de algo. ¿Por qué está aquí?

La dirijo a través de la puerta del baño. Tenía la intención de darle una toalla y dejarla limpiarse, pero me encuentro agarrándole el dobladillo de la sudadera empapada.

—¿Qué estás haciendo?

Jalo la tela hacia arriba.

—Te quito la ropa mojada.

Las mejillas se le oscurecen, haciendo que los ojos le brillen. Mechones del pelo castaño mojado se aferran a su mejilla y cuello y una gota de lluvia le corre por la garganta. Quiero lamerla.

Ella relaja los brazos y sigue el movimiento de la sudadera, dejándome que se la saque por la cabeza sin protestar.

El pene me palpita dolorosamente contra la cremallera de los vaqueros cuando le veo la piel. Le quito la camiseta que lleva debajo de la sudadera y se queda de pie con nada más que un sujetador rojo de encaje y vaqueros mojados.

El pecho le sube y baja y mantiene la mirada fija en mi rostro, como si esperara a ver qué hago a continuación.

¿Que haré?

Sé lo que quiero hacer. Quiero arrancarle esos vaqueros apretados y empapados e inclinarla sobre la encimera del baño. Quiero penetrarla por detrás tanto como quiero entrar en esa cabeza inteligente suya y descubrir qué es lo que le mueve el piso a esta hembra singular. Y maldita sea, sí, quiero hundirle los colmillos cubiertos de suero en la piel y marcarla para siempre como mía.

Lo que no puede suceder.

Dejo caer la sudadera al suelo y vuelvo a oír el crujir del papel.

Kylie se enfoca en la ropa desechada y se lanza hacia ella, rompiendo la mirada fija entre nosotros. Atrapada entre la capa de la camiseta y la sudadera hay una carpeta de manila, que ella recupera y abraza contra su pecho, ocultando esas perfectas tetas de mi vista.

Ella se lame los labios secos.

—Señor King, antes de compartir esto contigo, solo quiero decirte que, cuando hice lo que hice, era una adolescente arrogante que intentaba demostrar mi valía a mí misma y al mundo de los hackers. Nunca robé los números de las tarjetas de crédito de nadie y nunca vendí información. Fue simplemente un…

Al entender lo que me está diciendo, siento como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.

—Gatichica.

Por supuesto que es la maldita Gatichica. La única persona que ha hackeado mi código. No es de extrañar que estuviera nerviosa por la entrevista en SeCure. ¿A qué diablos estaba jugando al aparecer en mi sede, en mi casa, por el amor de Dios?

La única brecha de seguridad que me atormentó durante los últimos ocho años acaba de estallar frente a mí. De nuevo.

Le arrebato la carpeta de manila de las manos y tiro el contenido en la encimera del baño.

—Lo siento. —Su voz suena baja.

«Maldita sea».

Odio escucharla tan rebajada, incluso para mí, un alfa natural que exige sumisión de todos. Incluso cuando estoy cabreado con ella.

—¿Qué carajo es esto?

Doy vuelta a la pila de papeles y leo el primero. «Joder, no». La rabia se convierte en un sentido de conciencia más letal.

«Chantaje».

Alguien quiere sabotear SeCure.

¿O es un juego elaborado que está jugando Gatichica? Porque cualquiera tan brillante como ella podría tener una estrategia invisible en este punto.

El problema de esta chica y mi juicio de ella se han visto empañados por la lujuria.

Está perfectamente quieta, con las pequeñas manos apretadas en puños.

—Lo siento —repite.

Vuelvo a tirar los papeles en la encimera.

—¿Qué carajo? ¿Qué quieres? ¿Por qué estás aquí en verdad?

Odio ver lágrimas en sus ojos, pero reprimo el instinto de abrazarla o matar a sus enemigos. No se puede confiar en esos instintos.

Ella niega con la cabeza.

—Nada. No quiero nada. —La voz le tiembla con la primera palabra, pero luego recupera el control—. Pensé que, si yo misma confesaba, los imbéciles perderían su influencia. No quiero negociar con terroristas, ¿sabes? Te acabo de ofrecer toda la información que necesitas entregar al FBI para armar un caso en mi contra. Obviamente, espero que te conformes con mi renuncia.

—No —gruño, sorprendiéndome a mí mismo al hablar antes de saber lo que iba a decir.

Pero no voy a dejarla ir tan fácilmente. En mi mundo, en la comunidad de cambiantes, las transgresiones se tratan de frente. No son manejadas por policías ni renuncias. El castigo es rápido, generalmente físico. O bien, se exige, se ofrece y se acepta una recompensa.

Ella se estremece y deja caer los delgados hombros.

—¿Qué vas a hacer? —Su voz suena áspera.

La sangre se precipita a mi miembro ante la idea de castigarla. Firmemente. Bajo la voz a un nivel peligroso.

—¿Qué crees que debería hacer?

—Pues… —Se humedece los labios carnosos y la inteligencia regresa a su rostro—, si yo fuera tú, me gustaría atrapar a estos cabrones. Así que podrías usarme como señuelo.

Maldita sea, casi confío en ella. Un error enorme.

—Sabes, puedes vigilarme de cerca para asegurarte de que no haga nada malo, pero espera a ver quién hace contacto y así detener a estos tipos.

«Sí, te vigilaré de cerca».

Vigilaré la forma en que esas copas del sujetador de encaje rojo le alzan los senos firmes. Vigilaré el olor de su excitación, la forma cambiante de esa boca exuberante, de esos Labios besables.

—Ya veo. ¿Y cómo debería castigar tu mala conducta anterior? —Mi voz es definitivamente profunda y ronca. Si no sabe lo que estoy pensando, entonces es completamente inocente.

Pero se le dilatan los ojos y los pezones se le asoman por encima de la tela del sujetador. «Así es, nena».

—¿No habrá piedad para la gatita? —Se queda sin aliento con la palabra «gatita», que la hace sonar veinte veces más sensual.

—Así es. —La giro y la inclino sobre la encimera. Hago chocar la palma con el bolsillo mojado de sus vaqueros antes de que mi cerebro entienda el plan. Hace un chasquido fuerte, satisfactorio en todos los niveles. Se me endurece el miembro con su jadeo.

Kylie mueve la cabeza y me mira por encima del hombro, mostrando los dientes. A ella le gusta esto. A juzgar por el olor de su excitación, le gusta mucho.

Azoto la otra nalga, más fuerte.

Joder, quiero arrancarle esos vaqueros mojados, averiguar de qué color son las bragas que está usando antes de romperlas también. Pero si le veo el culo desnudo, no habrá forma de contener a la bestia. Incluso este contacto leve por encima de la ropa me tiene más duro que una maldita piedra y con los dientes afilados.

Como ella no se asustó, la sigo azotando con nalgadas fuertes que hacen eco en la baldosa italiano.

—¿Me hackeaste, Gatichica? —La azoto una y otra vez—. ¿Cuántos años tenías? ¿Como doce?

—Quince —jadea—. Nunca robé nada, lo juro, uf.

El último sonido que sale de sus labios suena demasiado como si me la estuviera cogiendo en lugar de azotarla, y se me oscurece la visión, el lobo lucha para hacerse cargo.

Dejo de azotarla, batallando para ralentizar mi respiración. Le dejo la mano sobre trasero, porque, bueno, la idea de no tocarla me mata.

—¿Solo querías ver si podías hacerlo, nena? —Ahora que no es un secreto, el hecho de que ella sea Gatichica me excita aún más. Esta chica me hackeó cuando era adolescente. Es una puta genio y su cerebro me tiene casi tan loco como su cuerpecito voluptuoso.

Mis ojos se encuentran con los de ella en el espejo. Tiene el rostro sonrojado, los ojos dilatados y vidriosos. Extiendo la mano y le agarro el pecho derecho, lo aprieto y la jalo para que esté de nuevo contra mi pecho.

—Chica mala —le susurro al oído y ella deja escapar el gemidito más lindo.

«Tengo» que cogérmela. Es decir, me voy a morir si no le meto el pene ahora. Necesito poseerla por completo. Castigarla con el polvo más duro de su vida hasta que grite mi nombre y entienda que soy el único macho que alguna vez descifrará su maldito código. Luego comenzaré de nuevo, lentamente. La lameré para borrar el dolor. Haré que acabe una y otra vez hasta que llore.

Pero no confío en mi control cuando estoy con ella, así que me conformo con darle la vuelta, levantarla por la cintura y colocarla sentada en la encimera.

—¿Te gustaron los azotes, nena?

—S-sí.

Amo su honestidad. Le separo las rodillas y paso el pulgar por la costura de los vaqueros, justo sobre su coño.

Arquea el cuerpo hacia mí y me agarra por los hombros, con la cabeza hacia atrás.

—Jackson… —susurra.

Empujo el duro pliegue de tela contra su entrada, frotándola hasta el clítoris.

Ella se estremece y deja escapar un grito de necesidad. Baja las manos y me cubre la mía, instándome a darle más.

Mis facultades mentales desaparecen. Le abro de un tirón el botón de los vaqueros y le bajo la cremallera, separando las dos piezas.

Bragas a juego. Encaje rojo, como el sujetador. Lo sabía.

Mi satisfacción es efímera porque una tormenta de rabia la contrarresta.

—¿Quién te ha visto con estas, nena?

—¿Q-qué?

—¿Quién te ha visto con estas lindas bragas? —Me le acerco a la cara, mostrando los dientes—. ¿Para quién las usas?

Me empuja por los hombros, pero, por supuesto, no me muevo. ¿La fuerza de una hembra humana contra el macho alfa cambiante? Incomparable.

—¿Qué pasa, Jackson? —Veo miedo real en sus ojos y me cae como una bala. El destello de ira se evapora, reemplazado por la necesidad de calmar y proteger a mi hembra.

«Mierda». Ya la considero mi hembra.

Apoyo la frente contra la de ella.

—Lo siento —murmuro—. ¿Está mal querer matar al tipo para el que te compraste eso?

Ella deja escapar una risa temblorosa.

—Estás loco.

Como soy un desgraciado terco, espero, todavía queriendo que ella responda la pregunta.

—Nadie las ha visto —murmura.

Por todos los cielos, ¿se está sonrojando? Tal vez sea más inocente de lo que pensaba.

—¿Nadie? —No puedo evitar la incredulidad en mi tono.

Ella me empuja de nuevo, pero ya he vuelto a mi propósito original. Con un brazo alrededor de su cintura, la levanto de la encimera para ponerla de pie y hundir los dedos en sus pantalones y bragas.

«Oh, sí».

El calor húmedo de su sexo me baña el dedo, infligiéndome un latigazo de lujuria tan fuerte que tengo que respirar profundamente.

—Jackson.

—Sí. —Ella me puede llamar por mi nombre con esa voz ronca siempre que quiera.

Froto el dedo medio a lo largo de su sexo mojado, esparciendo la humedad hasta el capullo hinchado de su clítoris.

Todavía estoy pensando sobre por qué se ruborizó. ¿Le da vergüenza no haber estado con nadie recientemente? Teniendo en cuenta la forma en que se aferra a mi cuello y gime en el momento en que le toco su coñito perfecto, creo que es una posibilidad clara.

Un ridículo orgullo masculino me atraviesa. Voy a ser yo quien la satisfaga. Me obligo a reducir la velocidad mientras le dibujo círculos en el clítoris y bajo la mano libre para agarrarle el trasero y acercar su pelvis.

Ella menea las caderas sobre mi dedo.

—Eres una chica codiciosa —murmuro. Si le hubiera quitado las bragas, le habría dado una palmada en el coño, pero está demasiado apretado.

Se le entrecorta la respiración cuando meto un dedo dentro del estrecho canal. Hago que la palma de mi mano le frote el clítoris.

Se pone de puntillas y me araña la nuca, clavándome las uñas de la misma forma que una mujer cambiante marca a su pareja. Se me afilan los dientes y aprieto los labios para mantener la boca cerrada y evitar marcarla.

Ella mueve la pelvis hacia adelante y hacia atrás con embestidas codiciosas.

Introduzco un segundo dedo dentro de ella.

—Estás tan jodidamente apretada.

Se pone un poco rígida, aunque lo dije como un cumplido, pero le acaricio la pared interna y toco su punto G.

Ella aprieta los músculos y se pone aún más húmeda.

—Maldición… no… quiero decir, sí. ¡Ay, por favor! —Se cuelga de mi cuello, presionando los pechos contra mí mientras impulsa las caderas sobre mis dedos.

Me siento como un lobo púber, preparado para acabar en mis pantalones. Pero esto es para ella, no para mí. Entro y salgo de ella, dejando que los nudillos opriman con fuerza hasta que chilla y aprieta la parte interna de los muslos. Sus músculos internos se contraen y ella acaba sobre mis dedos en la exhibición más caliente de orgasmo femenino que jamás haya visto.

«Yo hice eso». Mi lobo sonríe con satisfacción.

Cuando el orgasmo se desvanece, saco los dedos y le reclamo la boca, le abro los labios con la lengua. Le coloco una mano en la nuca para tomarla como rehén y subyugarla, ordenarle que se someta.

Ella lo hace. Abre la boca, presiona su cuerpo sinigual contra el mío y me devuelve el beso.

«Maldición».

Con gran esfuerzo, rompo el beso.

Ella me mira, bellamente despeinada por la lluvia y mi ataque.

—¿Esto significa que estamos bien? —Suena sin aliento.

—Ni siquiera un poco, nena. Estás en deuda conmigo y tengo la intención de cobrar.

Baja la mirada hacia mi erección.

—¿Cómo? —No espera la respuesta, sino que se deja caer de rodillas.

El crujido del piso de madera en el pasillo me hace maldecir por dentro. La pongo de pie antes de darle un espectáculo a Sam. ¿Por qué diablos no cerré la puerta del baño?

Aunque el sonido es tan bajo que pensé que no lo oiría, Kylie se sobresalta y estira el cuello para ver por encima de mi hombro. Cada célula de mi cuerpo me grita que alcance el pomo de la puerta, la cierre y le diga que por favor continúe.

Pero no, Kylie es humana. Y mi empleada. Porque yo dejo que sea así, para que esté donde pueda vigilarla.

«Mantén a tus enemigos más cerca».

Ya he ido demasiado lejos con ella. Si voy un poco más lejos, la marcaría y entonces tendría un mundo de problemas nuevos en mis manos.

Obligándome a contenerme, saco una toalla limpia del armario y se la tiro.

—Métete en la ducha y caliéntate. Te buscaré ropa seca.

Le doy la vuelta, la empujo hacia la ducha y le doy otro azote a ese trasero con forma de corazón.

Ella hace un ronroneo bajo desde la garganta y mira por encima del hombro con lujuria.

Reprimo un gemido. Necesito toda mi fuerza de voluntad para dar la vuelta, salir y cerrar la puerta detrás de mí.

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