
Me he escondido toda la noche en mi taller, en el garaje que hay enfrente de nuestra casa club.
Valhalla.
Oigo la música al otro lado de la carretera. El choque de las bolas de billar. Las risas de las chicas.
Mis hermanos, mi rey, todos deseando oír sobre la muerte de Pasado.
Una muerte que aún no ha ocurrido.
Rezo una oración silenciosa a Tyr, el dios de la guerra y la justicia, para que el rey Haf no monte mi cabeza junto a la de ese alce al que disparó en Suecia.
Matar a ese hijo de puta de Javier Pasado.
Los toltecas son nuestros únicos rivales en el tráfico de armas en la ciudad, aparte de los rusos, que nos dejan en paz siempre que nos mantengamos en la zona de la bahía.
Pero los toltecas... esos malditos son codiciosos.
Nadie se mete con los Jinetes de Tyr y vive para ver el amanecer.
Y sin embargo...
Los toltecas siguen muy vivos.
Se suponía que todo terminaría hoy.
Se suponía que iba a asesinar al hijo de puta que está encabezando las redadas, con la esperanza de que por fin pudiéramos volver a ganar algo de pasta.
Excepto...
Mis pensamientos vuelven a esos ojos verde esmeralda. Ese pequeño y apretado cuerpo. La forma en que su camisa colgaba de su hombro...
Mi conde, lo que llamamos a nuestro vicepresidente.
Tor y yo somos los dos únicos pilotos que crecieron en el club, criados en las tradiciones de nuestros antepasados vikingos.
Su padre fundó la sección americana de Jinetes de Tyr, y su abuelo sigue dirigiendo la sección madre en Suecia.
Si Tor no hubiera insistido en cortarse el pelo corto, en realidad parecería un vikingo. Pelo dorado, ojos azul pálido. Una manada de hembras siguiendo todos sus movimientos.
—Haf te está buscando —añade Tor, tomando asiento en el banco junto a mí y quitándose las botas.
—Haf sabe dónde encontrarme —murmuro volviendo a mi trabajo.
Suspiro y abandono mi proyecto para tomar asiento junto a mi mejor amigo. Me pasa un cigarrillo.
—¿Esto es por Lily?
Me pongo rígido al oír su nombre.
Ella era la única luz brillante en este mundo sombrío en el que vivimos.
Han pasado casi dos años enteros desde...
Mi teléfono zumba en el bolsillo de mis vaqueros. Lo saco, agradeciendo la distracción.
Pero el teléfono se congela en mi mano.
—Mierda. Es Haf.
Me quejo.
Ahora parece que el recuento de cadáveres será de dos por el precio de uno...
Me levanto, metiendo las manos en mi chaqueta de cuero, buscando un mechero.
—¿Y a dónde vas? —pregunta Tor.
—A informarme sobre una chica —murmuro.
Estoy cansado de que todos me miren como si fuera un maldito cachorro herido.
No digo nada, girando la llave en el contacto.
El motor ruge y ahoga cualquier otra cosa que Tor pueda decir.
Mientras me alejo en la noche, no puedo evitar sentirme culpable.
Culpable porque... estoy emocionado.
Quiero decir, tengo que matarla, pero...
Antes de que pueda pensarlo dos veces, me inclino y muerdo su labio inferior, chupándolo.
Me incorporo con un sobresalto, con el pecho agitado.
Es más fácil fingir que nada de lo que vi fue real.
Limpiando el sudor frío de mi frente, miro alrededor de mi habitación de motel de mierda.
Afuera hay luz.
Por otra parte, no soy exactamente lo que se llama un sueño pesado.
Al menos no desde que me fui de casa.
Compruebo mi teléfono y veo tres mensajes esperándome.
Está tratando de escapar de mí.
A veces es divertido ver cómo lo intentan.
Pero este tipo, este vago de treinta y siete años que se saltó la fianza el mes pasado después de robar un puto Dunkin Donuts... Ya estoy harto de él.
Ya le he roto las rodillas, y el tipo sigue intentando correr...
Le aprieto la bota en la espalda y se derrumba finalmente, resignándose a su destino.
—Las manos detrás de la espalda —le ordeno, y él hace lo que se le ordena.
Esposándolo, empujo al idiota a la parte trasera de mi coche.
Sólo me llevó unas horas localizar al tipo. Se estaba quedando en el sótano de su madre.
El cobarde trató de escabullirse por la puerta trasera y luego me hizo perseguirlo hasta el Starbucks de la calle. Qué pequeña perra llorona.
Otro día, otro dólar.
Estoy esperando mi tiempo hasta mi día de pago real.
Y no estoy hablando de los cincuenta mil dólares.
Después de toda la mierda que pasó ayer con Pasado...
Esto ya es completamente personal.
Traerlo va a ser más dulce que un maldito Frappuccino de Unicornio.
Me subo al asiento delantero de mi coche y salgo a la carretera principal.
—¡Por favor! ¡Yo no lo hice! —se lamenta mi recompensa desde el asiento trasero. —¡Lo juro por Dios!
Pongo los ojos en blanco.
Cuando llegamos a un semáforo en rojo, enciendo la radio para ahogar sus gemidos. Busco entre los canales y por fin encuentro una discoteca medianamente decente.
Una figura oscura en una motocicleta se detiene a mi lado en el carril de giro a la izquierda.
Mientras golpeo con los dedos el volante, tarareando la dulce melodía de los setenta, miro casualmente al conductor de la moto.
¡El sexy motero que intentó matar a Pasado!
Mis ojos rastrean sus ajustados vaqueros negros.
La camiseta oscura se aferra a cada músculo esculpido de su torso.
Y no estoy hablando de otra cara bonita.
Estoy tan distraída que ni siquiera oigo el pitido de las bocinas detrás de mí.
—Um... ¿señora? —dice mi recompensa desde el asiento trasero—. Sabes que es una luz verde, ¿verdad?
Justo cuando recobro el sentido, el hombre de negro gira la cabeza...
...y me mira directamente.