Asume el riesgo - Portada del libro

Asume el riesgo

Mars Mejia

Capítulo 5

KARA

—¡Despierta! —escuché. La parte posterior de mi cabeza fue golpeada por algo firme, haciendo un suave ruido sordo. Gemí y escondí la cara bajo la almohada, ignorando por completo a mi atacante. Lo único que quería era dormir hasta que el sol estuviera alto en el cielo.

—¡Kara! —volvió a sonar una voz y mi cuerpo dio un respingo ante una repentina ráfaga de aire frío. Layla me había arrancado las sábanas: la fulminé con la mirada.

—¿Qué? —respondí con un chasquido cuando no dejó de sonreírme.

—Son las once. Tenemos que encontrarnos con Jess en el centro comercial a las dos antes de que empiece a trabajar —me recordó. Layla se quitó el pijama mientras entraba en su baño—. Puedes ducharte en la habitación de invitados.

Arrastrándome fuera de la cama de su gran habitación, caminé por el pasillo y accedí a la familiar habitación azul claro. El baño estaba conectado con la habitación de invitados y entré mirándome en el espejo.

Mi maquillaje estaba ligeramente emborronado y fruncí el ceño. Debía de estar tan cansada la noche anterior que me había desmayado enseguida. Me quité el vestido, con el que también me había quedado dormida, y me metí en la ducha.

Dejé escapar un profundo suspiro cuando el agua tibia se derramó sobre mi piel. El líquido caliente alivió mis músculos tensos y me quedé allí, disfrutando de la sensación del agua cayendo en cascada sobre mí.

El pensamiento de Jason apareció en mi cabeza y repasé la noche de nuevo. Debería de haber sabido que estaba saliendo con Sarah.

Después de que ella arremetiera contra Jason, me alejé y le evité durante el resto de la fiesta, que no terminó hasta las tres de la mañana.

Hacia las dos fue cuando me cansé y subí corriendo a la habitación de Layla para esperarla, pero me quedé dormida.

Cogí mi toalla color crema del estante, salí de la ducha y el aire frío me produjo al instante escalofríos por todo el cuerpo.

Me envolví el pelo en otra toalla, me puse un par de prendas nuevas y salí por la puerta, pero en lugar de mi amiga me encontré con otra persona.

—¡Ay! —murmuré mientras me frotaba la frente, que había chocado con una mandíbula. Oí una risa baja y levanté la cabeza—. ¿Liam?

Me quedé a cuadros. Liam era el hermano mayor de Layla, le llevaba dos años. Se había ido a principios de la primavera para volver a la universidad junto con mi hermano, Charlie.

Sin embargo, ninguno de los dos había regresado para el verano. Liam era estudiante de segundo año en la universidad y había el verano en San Francisco para hacer unas prácticas. Charlie había decidido ponerse al día con los créditos y había optado por tomar clases de verano.

—¡Kara! —Liam parecía sorprendido de verme. Lo abordé con un abrazo gigante.

Era como un hermano mayor. Liam tenía un año más que mi hermano, pero uña y carne desde la infancia. Otra razón por la que Layla estaba tan unida a mi familia.

—¿Cuándo has vuelto?— pregunté cuando me dejó de nuevo en el suelo. Charlie pasó brevemente por mi mente, al recordar que supuestamente debía llamarme a media mañana del día siguiente.

Mi hermano trabajaba mucho en la universidad, y no usaba su teléfono demasiado a menudo, así que habíamos diseñado un horario para que me llamara y poder hablar durante una hora cada fin de semana.

—Esta mañana, sobre las ocho —Liam hizo una pausa y me estudió—. Vaya, has crecido mucho desde la última vez que te vi. Por fin eres una mujer.

Se burló y me alborotó el pelo mojado.

—Déjame en paz, Liam —resoplé y lo empujé fuera de la habitación antes de cerrarle la puerta en la cara. Oí su profunda risa desde el otro lado mientras seguía preparándome.nos llamaron. —Miramos al otro lado del patio de comidas y vimos a Jess agitando frenéticamente los brazos en el aire como un limpiaparabrisas. Me reí mientras nos acercábamos a aquella chica de aspecto salvaje.

Habíamos tardado más de lo previsto en reunirnos todos porque Layla quería ver Anatomía de Greyy luego había dedicado otra media hora a volver a aplicarse el maquillaje porque las lágrimas se lo habían arruinado.

—¿Liam? —Jess miró fijamente al ser humano extraño que caminaba lentamente detrás de nosotros. Sonrió cuando se dio cuenta de que en efecto era su antiguo amor—. ¡Liam!

—Hola, Jess —Liam sonrió a la chica aduladora que tenía delante. Yo no era la única que había crecido enamorada del hermano mayor de Layla.

De hecho, Jess y yo éramos sólo dos más entre muchas, muchas chicas. Aquello volvía loca a Layla; así que, por supuesto, como sus mejores amigas, nos habíamos obligado a recordárselo siempre.

—Vaya, por fin tú también eres una mujer, Jess —bromeó Liam mientras se sentaba junto a Jess y a mí.

Le di un codazo juguetón en las costillas. Liam nos veía como sus hermanas pequeñas, pero le divertía burlarse de nosotros por los pequeños enamoramientos que habíamos tenido.

Bueno, el enamoramiento que una vez yo había tenido. Jess estaba prácticamente babeando por él cuando se sentó a la mesa.

Comenzó la puesta al día y pronto todos estábamos riendo como en los viejos tiempos. Jess y Layla consideraron necesario incluir todo mi dilema de Jason y él lo encontró tan interesante como mis mejores amigas.

—Bueno, ¿os lo podéis creer? —musitó Jess, y todos nos giramos para ver lo que estaba mirando—. Hablando del rey de Roma.

Vi al conocido chico de pelo rubio caminando junto a Sarah.

Parecía ser consciente de todos los que mirábamos en su dirección y se giró para mirarnos. Volví la cabeza en un intento de evitar el contacto visual.

—Kara —llamó Jason y yo maldije al destino por habernos puesto en el mismo lugar al mismo tiempo. Me giré lentamente para mirarlo.

—Jason —saludé. Me dedicó una sonrisa de suficiencia cuando no hice el habitual chiste de Jackson. Joder. Se suponía que tenía que ceñirme a eso sólo para molestarle.

Layla y Jess se rieron por detrás de mí. No me habría sorprendido que hubieran sacado una bolsa de palomitas. Nuestra mirada se interrumpió cuando una mano se agitó delante de su cara.

—¿Hola? —le espetó Sarah con una mirada furiosa.

Jason la miró mientras ella intentaba tirar de su brazo y me fulminaba con— con sus ojos marrones. Los ojos de Jason se fijaron en los míos y no le prestó atención.

—Sólo estamos aquí para hablar, Sarah —le murmuró Jason y la apartó de su brazo, lo que sólo la puso aún más lívida.

Me sentí mal por ella, pero luego me acordé de todas las veces que había sido grosera conmigo y la lástima que sentía por ella desapareció.

—En realidad sólo has venido comprar en... ¿cuál es esa tienda a la que os gusta ir a las chicas? ¿Fly and 16? —Jason se acarició la barbilla mientras fingía pensar.

Forever 21, pero... —Sarah no tuvo la oportunidad de terminar su frase.

—Bien, de todos modos ya habíamos terminado de hablar —un severo Jason la miró para que captara lo que le estaba diciendo.

—Voy a mandar un mensaje a Laura. No te molestes en llamarme más tarde —resopló Sarah y se marchó dejando atrás a un Jason de aspecto frustrado. Habría jurado que murmuró que no pensaba hacerlo en voz baja.

Tenía que admitir que su situación había despertado mi curiosidad.

Jason, que no tenía nada más que hacer, se acercó a nosotros y se sentó en el asiento libre a mi izquierda. Mi nariz fue saludada por su aroma a madera.

—¿Cómo están, señoritas? —Jason miró a Jess y a Layla alternativamente, que ahora volvían a mostrarse aduladoras en sus asientos. Entrecerré los ojos ante mis amigas por haber caído ante sus falsos encantos.

—¡Bien!

—Genial.

Ambas respondieron al unísono.

—¿Es Jason? —me preguntó Liam al oído en voz baja.

Había olvidado que nosotras, o al menos Layla y Jess, le habíamos puesto al corriente de la disputa entre Jason y yo. Asentí, sin saber qué decir. Jason era un compañero de clase, y nada más, no había que darle más vueltas.

Un compañero de clase con el que no me importaría follar. Mi cabeza se agitó, tratando de alejar aquellos sucios pensamientos.

—Se parece a ti —comentó Jason mirando fijamente a Liam como si lo reconociera. Liam se sentó más erguido, componiéndose.

—Eso es porque es mi hermano —Layla señaló con el dedo corazón a Liam.

—Soy Liam —el hermano mayor de Layla se presentó, ignorando a su hermana.

—Jason —asintió éste a modo de saludo.

—Bueno, ahora que os conocéis, enseguida vuelvo. Me muero de hambre —me excusé y me levanté para ir a buscar comida con el fin de satisfacer mi estómago rugiente.

Jason decidió seguirme y yo eché un último vistazo detrás de mí hacia nuestra mesa. No me sorprendió ver que mis dos amigas me miraban con disimulo.

Puse los ojos en blanco cuando Jess movió las cejas.

Jason y yo caminamos uno al lado del otro en silencio; él me miraba de vez en cuando con una expresión divertida. Enseguida llegamos al patio de comidas, así que no caminamos tanto.

Seguí ignorándolo y me acerqué a la cajera que llevaba una visera roja. La trabajadora me miró con una expresión anodina y pude comprobar que estaba deseando acabar su turno.

—Patatas fritas y guacamole, por favor —pedí y ella se apresuró a preparar mi pedido antes de entregármelo. Mi estómago gruñó mientras sostenía las patatas fritas en una mano.

—Tres setenta y cinco —murmuró la chica con un mechón de pelo rosa y rebusqué en mi bolso para coger dinero en efectivo. El sonido de la caja registradora al abrirse me hizo levantar la vista: Jason ya había pagado por mí.

—Podría haber pagado —le dije finalmente mientras abría la bolsa de tortillas—, pero gracias.

Aunque era un pelma, tenía modales.

Jason asintió como respuesta y volvimos a caminar hacia mi grupo de amigos. Todavía tenía curiosidad por saber por qué estaba allí con nosotros, dejándose caer al azar.

Jason apenas me había dicho una palabra y eso me confundió aún más.

—Deberíamos salir alguna vez —dijo Jason, rompiendo por fin el silencio. Me detuve a cierta distancia de Jess y Layla para que no me oyeran, y me giré para mirarle. Le corté, ignorando su mirada confusa—. ¿Qué estás haciendo...? ¿Quieres salir conmigo? ¿Después de haber pasado la última semana irritándome? ¿Por qué?

Mi pregunta pareció pillarle desprevenido.

Mis ojos permanecieron fijos en los suyos, mostrándole mi seriedad. Jason parecía realmente sorprendido y abrió la boca como un pez.

Tras un momento de silencio, pareció recuperar su capacidad de pensar.

—Entonces ¿no hay ninguna conexión aquí? —preguntó recalcando las palabras. Jason enarcó una ceja y casi me atraganté con mi patata frita.

Mi tos disminuyó y recuperé la compostura. Sarah pasó por mi mente.

No tenía ni idea de cuál era su situación, pero estaba claro que seguían hablando, así que ¿por qué se iba ya con otra chica? Me hizo hervir la piel.

Claro que quería follar con él, pero no mientras tuviera novia.

—¿Has probado a ser sólo amigo de una chica por una vez? —planteé. Mis ojos volvieron a los suyos, azules, y su rostro permaneció en blanco mientras esperaba a que yo continuara.

Cuando no dije nada más, comentó algo que recibí como una bofetada.

—Pensé que yo te gustaba. ¿Qué hay de aquella vez en el pasillo? ¿Y el baile en casa de Layla? —enumeró. Ahora fue mi boca la que se abrió como la de un pez.

El recuerdo de cuando bailamos juntos en casa de Layla se repitió en mi mente y mi cara se volvió rosa. La sensación de sus manos sobre mí había sido una delicia, pero no fue nada más que un calentón.

Una vez ambos fuimos conscientes mis acciones contradictorias, Jason continuó.

—¿Sabes, Kara? Actúas como si me hubieras descifrado. Me etiquetas como el tipo que todos quieren ver, pero sin siquiera llegar a conocerme realmente. Tal vez eres tú la que necesita bajarse de su pedestal.

La cara de Jason era estoica mientras me echaba una última mirada y se alejaba, dejándome boquiabierta en medio del patio de comidas del centro comercial.

No sabía qué hacer. Toda la situación se desarrolló de forma diferente a la que había imaginado y la culpa me invadió.

Había una pequeña parte de mí en mi interior que reconocía que sentía por él un enamoramiento mínimo. Jason me excitaba.

—Qué tal ha ido? —Jess movió las cejas una vez que regresé.

—Uno, creo que he perdido el apetito, y dos, no pienso volver a hablar con él —resumí. Sus caras bajaron, y Layla hizo un mohín cuando vio que no tenía ningún detalle jugoso que darle.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

Puse los ojos en blanco ante su ignorancia y abrí mi bolsa de tortillas para probarlas.

—Es Jason Kade. No debería tener que dar explicaciones —zanjé. Hundí la patata frita en el pequeño recipiente de guacamole y me la metí en la boca.

Bueno, tal vez todavía tenía apetito.

—En fin, ahora tengo que ir a trabajar. El comercio minorista apesta, deseadme suerte —Jess se despidió, cambiando afortunadamente de tema. Nos despedimos y seguí comiendo tranquilamente.

Un gemido salió de mi boca mientras subía lentamente el camino de entrada a mi pequeña y acogedora casa. Destacaba por la pintura roja brillante.

Por mucho que amara mi casa, odiaba volver a ella desde que Charlie se había ido a la universidad.

Me había quedado sola con mi madre. La quería con todo mi corazón, pero ya no era la misma mujer.

A veces me parecía una carga, tener que llegar a casa y ayudarla cuando estaba demasiado borracha para funcionar correctamente. Después de que mi padre nos dejó, recurrió a la bebida como mecanismo de supervivencia.

Entré en el salón, que estaba envuelto en la oscuridad. Avancé un par de pasos y encendí la lámpara, iluminando la visión del cuerpo de mi madre desparramado sobre el sofá de cuero.

—¿Dónde has estado? —dijo mi madre mientras cerraba la puerta tras de mí.

Se levantó débilmente y yo hice una mueca al verla. Su pelo negro y corto sobresalía en todas direcciones y aún tenía puesta su ropa de trabajo.

Yo sabía que estaba en el paro, pero le daba vergüenza reconocerlo. Me había enterado cuando la escuché hablando con mi tía por teléfono unas semanas atrás.

Lo que más quería era ayudar a mi madre, pero sabía que se enfadaría aún más y aquello empeoraría las cosas para ella.

La única razón por la que yo aún no trabajaba era porque mi madre quería que me concentrara primero en el instituto para que obtuviera buenas notas que me ayudaran a conseguir becas para la universidad, al igual que Charlie.

—He ido al centro comercial con Layla y Jess —expliqué, sin añadir el hecho de que le había mandado un mensaje de texto al principio del día. Me acerqué a ella y observé con atención cómo se esforzaba por mantenerse erguida. Me dolía ver a mi madre así—. Mamá, deberías irte a dormir.

Puse mi otra mano en su hombro, y ella casi se cayó hacia atrás.

En lugar de intentar llevarla a su propia cama, la ayudé a tumbarse correctamente en el sofá y la cubrí con una manta caliente.

Mi madre se adormiló en un segundo. Fui a mi habitación, y mi corazón se endureció cuando vi la foto enmarcada de mi padre sosteniéndome sobre sus hombros cuando tenía cuatro años.

Ojalá supiera el dolor que había quedado en aquella casa.

—Dios, Kara. Pareces un cadáver —jadeó Jess cuando me encontré con ella en su casillero a la mañana siguiente en el instituto.

Mi estómago refunfuñó por no haber desayunado y cogí la Pop-Tart de fresa de mi mochila. Se había aplastado gracias a mi libro de texto de Ciencias, pero, por desgracia, tenía hambre.

—Gracias —respondí sarcásticamente y mordisqueé mi pastelito afrutado. Mi amiga negó con la cabeza, dispuesta a corregirse a sí misma, pero la interrumpí, pues me sentía muy malhumorada aquella mañana.

—Me voy a Inglés ahora —anuncié lacónicamente. Me giré y me dirigí a mi clase. No había dormido bien y me sentía aturdida, pero por suerte la comida en mi estómago me ayudaba.

Al entrar en clase me di cuenta de que el mismísimo diablo estaba sentado en el asiento contiguo al mío.

Tenía que ser aquella mañana.

Jason siguió mirando hacia delante cuando me senté, sin reconocer mi presencia. ¿Me estaba dando la espalda?

Su cuerpo estaba orientado hacia el frente de la clase y sus brazos estaban cruzados. El corazón me dio un vuelco cuando no pude evitar fijarme en lo atractivo que resultaba cuando estaba serio.

Creo que fue porque estaba muy acostumbrado a ver al Jason bobo e irritante.

—¿Puedes dejar de mirarme? —dijo Jason, mientras me lanzaba un vistazo de reojo.

Me quedé con la boca abierta mientras intentaba inventar una excusa, pero me quedé callada y mirando hacia delante, revolcándome en mi propia vergüenza.

Jason se rió, y en lugar de seguir mirando hacia el frente de la clase, giró todo su cuerpo hacia mí, haciendo que sus rodillas se rozaran con el costado de mi muslo.

—Supongo que no te culpo, a mí también me gusta mi aspecto —bromeó. Pude ver a Jason sonriendo en mi visión periférica. Estaba confundida e intrigada a la vez. Se había enfadado conmigo el otro día ¿y ahora estaba coqueteando conmigo?

Me mordí el labio. Afortunadamente, el timbre sonó, avisando a todos de que nuestra clase había comenzado.

—Jason—dijo nuestro profesor de Inglés, el señor Quinn, deteniéndose frente a nuestros pupitres—. ¿Podríais mirar hacia delante, por favor?

Esto era una rutina diaria en esta clase. El señor Quinn despreciaba absolutamente a Jason y siempre encontraba motivos para regañarlo.

Jason levantó las manos y se volvió hacia delante.

Nos sentamos en silencio uno al lado del otro, pero era muy difícil concentrarse en lo que decía el profesor cuando el brazo de Jason rozaba de vez en cuando el mío. El calor que irradiaba de él me ponía cachonda.

Lo único en lo que podía concentrarme era en las ganas que tenía de arrastrar a Jason a un aula vacía y hacer que diera candela. Era difícil escuchar la explicación que estaba dando el señor Quinn.

La primera mitad de la clase transcurrió con una lentitud insoportable, y cuando nuestro profesor finalmente nos dio el visto bueno para trabajar de forma independiente, Jason se volvió hacia mí.

Intenté ignorarlo, forzando mis ojos en la hoja de trabajo que tenía encima de mi escritorio.

—Así que estás atascada, ¿eh? —dijo. La voz de Jason entró en mis oídos. Apreté los dientes para mantener la boca cerrada. Me di cuenta de que estaba tratando de meterse conmigo—. ¿O vas de santurrona? De cualquier manera, no es sorprendente. Te crees mejor que todo el mundo.

—¿Qué quieres decir con lo que has oído? —pregunté, dejando el lápiz sobre la mesa; me giré para mirar a Jason.

—No te enfades conmigo, sólo me guío por lo que he oído. Ya sabes, como tú —replicó, levantando la mano para defenderse. Mis ojos se abrieron conmocionados ante él. Qué golpe tan bajo. Apreté los dientes con fastidio.

—¿Qué intentas demostrar? —me indigné. Había estado coqueteando conmigo y un minuto después se comportaba como un imbécil.

—Sólo te estoy tratando como tú me has tratado a mí. No es agradable, ¿verdad? —explicó. Los ojos azules de Jason se clavaron en los míos y traté de encontrar una respuesta en ellos, pero su rostro permaneció estoico.

—Jason —le interrumpió el señor Quinn y la tensión en el aire se disolvió rápidamente—. Tienes que empezar con tu hoja de trabajo y dejar de distraer a Kara.

El profesor miró fijamente a Jason. Mi boca se abrió para defenderlo, pero Jason se me adelantó.

—Sólo estaba ayudando a Kara en una pregunta, Mike. No hay necesidad de sacar conclusiones.

Le devolví la mirada al señor Quinn, cuya cara parecía un tomate.

—Castigado después de clase, Kade —dijo nuestro profesor y regresó a su escritorio. Me tapé la boca con la mano mientras intentaba contener las risas.

No funcionó muy bien, porque Jason me devolvió la mirada y me dedicó una sonrisa de satisfacción.

—Crees que es muy divertido, pero espera a que logre que te castiguen conmigo.

—Soy una santurrona, ¿recuerdas? —me burlé—. Buena suerte con eso.

Mi estado de ánimo se agrió y seguí haciendo mi trabajo mientras ignoraba al imbécil que tenía al lado.

El resto de la clase pasó volando y después caminé como un zombi hasta el vestuario de las chicas.

Me puse mi atuendo de gimnasia de aspecto anodino y salí al gimnasio lleno de estudiantes semidesnudos.

Afortunadamente Jess estaba en mi clase, pero también Jason y Adam.

—¡Agrupaos, clase! —gritó el señor Dott, y su voz resonó en todo el gimnasio de paredes grises—. Para calentar, quiero que todos hagáis veinte saltos, veinte abdominales y quince flexiones. Haremos tres series. ¡Adelante!

El voluminoso profesor hizo sonar su silbato, lo que hizo que todos se taparan los oídos por el estridente sonido.

Mis movimientos iban al unísono con el resto de los alumnos hasta la segunda ronda de flexiones. Mis brazos apenas podían sostener mi cuerpo y me cansé después de intentar hacer cinco.

Me sentía débil, pero me convencí de que estaba bien teniendo en cuenta que estaba ejercitándome habiendo dormido menos de cinco horas.

—Me niego a sudar —dijo Jess mientras empezábamos a saltar de nuevo y agitábamos los brazos. Iba por la repetición número ocho, cuando de repente caí al suelo de madera brillante con un cuerpo muy pesado encima.

—¿Qué coño? —le espeté al chico de pelo negro que se había posado sobre mí.

Gemí mientras intentaba apartar su peso de encima. Mi mano aterrizó en su camisa sudada y al instante me aparté del contacto húmedo. Mi trasero palpitaba por haber aterrizado en él tan bruscamente.

—Lo siento, me he tropezado —murmuró el tímido chico y se bajó de mí. Me tumbé de espaldas durante un minuto, recuperándome del repentino impacto. Di un salto de sorpresa cuando alguien se cernió sobre mí, literalmente.

—¿Qué...? —aluciné. Jason se sostenía con sus manos a cada lado de mi cabeza como si estuviera en posición de flexión, y sus piernas estaban entre las mías.

Su pelo rubio cayó hacia delante mientras me miraba con sus orbes azul oscuro.

—Hora de hacer flexiones —dijo Jason, sonriendo, y empezó a dejar caer su pecho contra el mío.

Jason se aseguró a propósito de que su boca se acercara a la mía y giré la cabeza justo cuando sus labios rozaron mi mejilla, dejando una sensación de ardor.

Se me cortó la respiración e hice lo único que se me ocurrió en ese momento para evitar la vergüenza.

—Imbécil —mascullé. Levanté mi rodilla y golpeé su orgullo con un impacto contundente. Jason cayó, gimiendo, mientras se agarraba sus no tan preciadas canicas.

—¿Qué pasa contigo? —gimió Jason entre resoplidos de dolor y se hizo un ovillo en el suelo del gimnasio.

Sus mejillas estaban rojas y su rostro se contorsionaba en una expresión de dolor. La sala se quedó en silencio y todos miraron sorprendidos el cuerpo que yacía en el suelo.

—Señorita Acosta, eso ha estado completamente fuera de lugar. Se ha ganado una tarde de castigo —sentenció el señor Dott y sentí que el corazón se me caía al estómago.

La clase se puso a gritar después de que se anunciara mi castigo.

—No es la forma en que esperaba conseguir tenerte a mi lado —gruñó Jason mientras se ponía de pie de nuevo—, pero lo aceptaré.

Dio un paso hacia mí y se situó a pocos centímetros de distancia.

Yo todavía estaba en shock por lo que había sucedido.

—¿Sabes cuál es la mejor parte? —Jason sonrió hacia mí—. Ni siquiera he tenido que hacer nada. Te lo has ganado tú sola.

Un momento después, el calor de su cuerpo desapareció y vi cómo el muy imbécil se alejaba.

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