Invitaciones irresistibles - Portada del libro

Invitaciones irresistibles

S.S. Sahoo

Capítulo 3

JULIETTE

Miré por la ventana y lo único que podía ver eran las nubes. Aquello me frustró. Llevaba Dios sabe cuánto tiempo sentada en el mismo lugar. Así que decidí levantarme y explorar los alrededores.

El truco que había hecho hacía unas horas aún estaba reciente en mi mente. Quería saber el motivo de toda la contingencia.

Salí del camarote en el que me encontraba. Atravesé una pequeña cabina y llegué a la parte delantera del avión. Allí vi al mismísimo diablo durmiendo en su asiento, con la cabeza apoyada en el reposacabezas.

Parecía tan tranquilo mientras dormía.

Me había arrebatado la paz y los sueños. Se suponía que iba a disfrutar de mi vida y de mi luna de miel con Emmett, pero aquí estaba, llorando su muerte y casada con un desconocido.

No sabía qué hacer.

«¿Debo quedarme llorando y encerrarme lamentando la muerte de Emmett? ¿O debo vengar su muerte?».

Finalmente, decidí dejar de lado todas mis lágrimas y mi pena en mi interior hasta conseguir mi venganza.

«No me sentiré satisfecha hasta que haga que ese tal Zachary se arrodille ante mí y me pida perdón por lo que nos hizo a Emmett y a mí».

De repente, el avión empezó a sufrir grandes turbulencias, devolviéndome a la realidad. Perdí el equilibrio y caí de bruces. Instintivamente cerré los ojos y esperé a caer en el suelo, pero mis ojos se abrieron de golpe y me encontré despatarrada sobre Zachary.

Por segunda vez hoy.

Me cogió por los brazos, sosteniéndome, mientras yo me sentaba de lado en su regazo. Sus ojos mostraban asombro y sorpresa, y yo estaba hipnotizada por sus ojos marrones, que estaban llenos de secretos, y algo más que no podía comprender.

Sus ojos empezaron a parpadear. Salí de nuestro pequeño momento y me aparté de él en cuanto me di cuenta de que estaba sentada en el regazo de un asesino.

—¿Cuál es tu problema? —preguntó entrecerrando los ojos mientras se ajustaba el traje negro.

—Tú eres mi problema —dije en voz baja, pero sabía que lo había oído.

—¿Adónde me llevas? —pregunté mientras me sentaba en otro asiento frente a él.

Me miró fijamente durante unos minutos y, como de costumbre, prefirió ignorarme. Se recostó en su asiento y cerró los ojos para ignorarme.

—Bien —murmuré, irritada por su grosería.

Opté por calmarme y apoyé la cabeza en la ventanilla.

Quería olvidar todo lo que había ocurrido hacía unas horas. Me sentía sin energía y necesitaba pensar en cualquier cosa que pudiera proporcionarme paz y calma.

Cerré los ojos y crucé los brazos sobre el pecho, sintiendo frío.

«¿Quién diría que una simple boda podría resultar tan horrible?», pensé mientras mis ojos se perdían en la oscuridad.

—¡Levántate! —Oí decir a alguien.

Cuando empecé a recobrar el conocimiento, me froté los ojos y levanté la vista para encontrar al asesino de pie ante mí y mirándome con expresión aburrida.

—¡Levántate! Ya hemos llegado. ¡Sígueme! —me ordenó como si fuera su perro, dio media vuelta y se alejó.

Al levantarme de mi asiento, sentí que algo caía al suelo. Miré hacia abajo y encontré un chal. Confundida, lo cogí y pasé la palma de la mano por el suave material, preguntándome quién me había cubierto con él.

—He dicho que me sigas. —Le oí hablar. Sin perder más tiempo, cogí el chal y le seguí.

Salió del avión conmigo detrás. Miré a mi alrededor y nos encontré rodeados de coches negros y lujosos que no había visto en mi vida.

Nada de esto me impresionaba. Es más, me daba igual.

«Para mí, un coche es un coche».

Vi a varios guardaespaldas vestidos con la típica ropa negra y gafas de sol negras, que garantizaban nuestra seguridad.

—Señor, bienvenido de nuevo. —Un tipo inclinó la cabeza ante Zachary, recibiendo una leve inclinación de cabeza a cambio.

—Por aquí. —Nos acompañó hasta un lujoso coche negro. Sin decir nada, seguí a Zachary hasta el coche ya que sabía que intentar escaparme era inútil.

Primero, no tenía ni idea de dónde estaba. Segundo, estaba rodeada de sus hombres. Por último, no quería escapar antes de obtener mis respuestas y venganza.

Me senté en silencio en el coche, sumida en mis pensamientos. Intenté hacerme una idea de dónde estaba mirando por la ventanilla en busca de alguna pista. Sin embargo, todo estaba escrito en un idioma desconocido.

Como no encontré ni una sola pista, acabé desistiendo.

Sin embargo, cuando vi las pirámides, me di cuenta de que estaba en Egipto.

«¿Cómo pude ser tan estúpida y no reconocer esto antes?»,me pregunté a mí misma.

«No puedo creerlo. Este maldito monstruo me ha hecho viajar hasta Egipto. Pero, ¿cómo es posible que no lo supiera antes?».

Miré hacia mi izquierda y encontré a Zachary tecleando algo en su teléfono. Intenté espiar, pero un material brillante que asomaba por su cintura me obligó a echarme hacia atrás en mi asiento.

—¿Por qué demonios lleva siempre consigo esa estúpida pistola? —murmuré mientras cerraba los párpados, sintiéndome frustrada.

—¿Por qué estamos en Egipto? —pregunté en voz baja.

Durante unos minutos pensé que no me había oído, pero cuando me contestó, deseé no habérselo preguntado.

—Estás donde te he traído —habló en tono aburrido mientras seguía tecleando en su teléfono.

—¡Idiota! —murmuré.

El viaje en coche continuó en silencio y, al cabo de una hora, llegamos a nuestro destino. El coche se detuvo delante de una casa. No me impresionó, mi casa era más grande que ésta.

—Nos quedaremos aquí tres semanas, luego volaremos a mi casa —dijo al salir del coche.

—¿Tu casa? ¿Qué quieres decir con eso? ¿No es esta tú casa? —pregunté, confundida.

—¿Crees que me quedaría en un sitio así? —preguntó enarcando las cejas.

Opté por mantener la boca cerrada.

«¡Por supuesto! Nunca se quedaría en un lugar así. ¡Nunca!».

Se dirigió hacia la entrada y, como de costumbre, le seguí.

—Whitney, llévala a su habitación —ordenó a una mujer que llevaba un vestido negro de sirvienta.

—Y mándame algo de comer —volvió a ordenar y se alejó en silencio, dejándome a solas con Whitney.

—Sígame, por favor —dijo Whitney con profesionalidad, y yo la seguí.

—Tome. Esta es su habitación por ahora. —Abrió una puerta que daba a una habitación. No era ni muy grande ni muy pequeña y estaba pintada de color púrpura y blanco.

También tenía un cuarto de baño adjunto y un armario. En el centro había una cama pequeña, pero no había ventanas.

—¿Por qué no hay ninguna ventana aquí? —pregunté, sintiéndome confusa.

Ya había empezado a odiar esta habitación. Me sentía agobiada.

—Por favor, dame otra habitación —le dije e intenté marcharme, pero ella se puso delante de mí con cara de disculpa.

—Lo siento, señora, pero el señor me dijo que le diera sólo esta habitación. No puede salir de aquí —dijo en voz baja.

—¿Qué...?

Me interrumpió. —Por favor, póngase algo cómodo. Su guardarropa está listo. Le traeré la comida. —Hizo una reverencia y me cerró la puerta en las narices.

—Pero qué... —Golpeé la puerta—. ¡Abre la puerta! ¡Abre la puerta! ¡Abre la puerta!

Al ver que nadie respondía, acabé por darme por vencida. Entonces me deslicé contra la puerta, llorando y sollozando al recordar los acontecimientos sin incidentes que habían ocurrido hacía tan solo unas horas.

Después de llorar a moco tendido, conseguí ponerme en pie, pero mis pies se tambaleaban debido a la poca energía que tenía.

—¡Te odio por todo esto, Zachary! —grité muy fuerte mientras mis ojos se llenaban de más lágrimas. Luego me dirigí hacia el baño.

El vestido de novia me asfixiaba y quería quitármelo cuanto antes. No soportaba ver aquellas manchas de sangre en el vestido, que, a fin de cuentas, eran un recordatorio terrible de todo lo ocurrido.

Tras entrar en el pequeño cuarto de baño, me deshice del vestido lo antes posible y me di una ducha fría que me ayudó a relajarme. Me froté con fuerza el cuerpo, sintiendo asco de que un asesino me hubiera tocado.

Lo que Zachary había hecho era más que un pecado. Lo había hecho en una iglesia sagrada, y por eso, deseaba que Dios lo castigara.

Me limpié y envolví el cuerpo con una toalla y salí del cuarto de baño. Me llamó la atención el chirrido del ventilador del techo y temí que se me cayera encima.

Al abrir el armario, saqué una camiseta sin mangas y unos pantalones negros, pero sin ropa interior.

—Supongo que tendré que apañármelas con esto —murmuré mientras me ponía aquella ropa y me envolvía el pelo con la misma toalla.

Me tumbé en la cama y me quedé mirando cómo giraba el ventilador del techo.

Al final, me dormí pensando en una sola persona.

En Emmett.

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