Lobos Milenarios - Portada del libro

Lobos Milenarios

Sapir Englard

La fiesta

SiennaNo creo que pueda hacer esto
SiennaNo puedo entrar
SiennaNo puedo, Michelle
Michelle?!?
Michelle¿lo dices en serio, tía?
Michelletodo el mundo MATARÍA por entrar en la Casa de la Manada
Michelle¿qué pasa?
SiennaEste vestido es exagerado
Michelle😲
SiennaY con la Bruma...
Michellepara ya. Estás buenísima. Entra ahí y diviértete
Michelle¡puede que incluso encuentres un compañero para la temporada!
Michelle¿qué es lo peor que puede pasar?

SIENNA

¿Lo peor que podía pasar? Oh, Michelle. No tienes ni idea, pensé.

Acabábamos de aparcar y nos dirigíamos hacia las imponentes puertas delanteras de la Casa de la Manada.

Todo el mundo iba vestido de punta en blanco. Con cada paso podía sentir que se acercaba mi perdición.

Quería dar la vuelta y volver corriendo a mi casa.

Sí, incluso con tacones. Así de desesperada estaba.

—Oh, esto va a venir tan bien para nuestro estatus en la manada —dijo mamá, ajena a mí—. Qué ganas tengo de conocer al Alfa. Si yo tuviera unos años menos…

—Mamá, por favor —le rogué—. Para.

Por suerte, mi madre volvió a distraerse rápidamente y no tuve que explicarle por qué necesitaba que se callara tan urgentemente.

La Bruma estaba apoderándose de mí. Todo el día había intentado reprimirla, pero entonces... La Bruma había decidido que era un buen momento para intentar apoderarse de mi cuerpo.

Justo cuando teníamos que ir a la cena. Por favor, le rogué una vez más a mi cuerpo en llamas. ~No ~tengo tiempo para esto~.~

Pero mi cuerpo me envió a la mierda. Arg, ahora estaba manteniendo una conversación con mi cuerpo. Se me iba la olla. Maldita Bruma.

Una recepcionista humana nos recibió y nos condujo al comedor.

Lámparas de araña, viejos retratos de antiguos alfas y una docena de mesas, con una cubertería de plata digna de la realeza. Se notaba que ahí no vivían plebeyos como nosotros.

Cuando nos sentamos, me di cuenta de que nuestra mesa era la más cercana a la del Alfa.

¿Coincidencia? Recordé la extraña mirada de Jeremy cuando trajo la invitación a casa.

Pero no le di más vueltas. Era una coincidencia, nada más.

Al menos desde mi asiento tenía una buena perspectiva para ver al resto de damas presentes.

Definitivamente, yo no erala más guapa, eso estaba claro. Había otras chicas jóvenes, más o menos de la edad del Alfa, de veintipico, que eran simplemente espectaculares.

Con sus largas y esbeltas piernas, sus labios carnosos y sus brillantes ojos dorados, sabía que no podía compararme con ellas.

Yo tenía más curvas, mi pelo rojo fuego me caía alborotado por la espalda y mis ojos azul hielo eran menos... tradicionales, por decir algo. Pero lo que me faltaba en sofisticación, sabía que lo compensaba con intensidad.

Nadie en esa habitación ardía más que yo. Para bien o para mal.

—¿Qué hace una chica como esa ~aquí? —Oí a una de las chicas susurrar a sus amigas. Se rieron.~

Zorras.

Tampoco es que ellas fueran de la realeza. Pero, claramente, se lo creían.

Yo sabía exactamente lo que era, y no era una loba sumisa suplicando que un lobo importante de la manada la montase.

Yo tenía integridad.

En algún lugar estaba mi futura pareja, alguien por quien valía la pena esperar. Alguien que me miraría a los ojos y me vería de verdad. Alguien que, a primera vista, me amaría. Y yo a él.

¿Y en la Casa de la Manada? No había nada que buscar.

Casi me planteé marcharme en ese mismo momento cuando noté que uno de los chicos de otra mesa me miraba el escote. No sabría explicar por qué, pero me sentí halagada.

En ese momento, una mujer entró por la puerta y los ojos del chico se dirigieron a ella inmediatamente.

Todo el mundo, incluso las mujeres, la miraban. Bronceada, alta, con un cuello precioso, llevaba un vestido rojo y se movía con la gracia de una reina, no como una loba.

—¡Es ella! —Selene susurró—. Esa es Jocelyn, la ex de Aiden Norwood. Y ahí está su nuevo chico.

Al lado de Jocelyn había un rubio de pelo pincho. Todos sabían quién era, el Beta del Alfa, su escudero. Josh Daniels. La besó en la mejilla y tomó asiento junto al Alfa.

Me pregunté si él y Aiden podían seguir siendo amigos ahora que Josh estaba saliendo con Jocelyn.

Pero mi reflexión no duró mucho porque en cuanto me di cuenta Selene y Jeremy me habían tomado de la mano y me estaban acercando a la mesa de Josh y Jocelyn.

¿Qué?

¿Por qué?

No había pedido que me presentaran a nadie.

—Jocelyn, estás tan radiante como siempre —dijo Selene.

—Oh, Selene, me halagan tus palabras. Estás absolutamente impresionante con ese vestido —respondió Jocelyn—. ¿Y quién es esta preciosa chica? ¿Tu hermana?

Jocelyn me estrechó la mano y de repente me sentí llena de la energía más cálida y sanadora que se pueda imaginar. Tanto que incluso mi Bruma se templó.

—Es un placer conocerte —dijo sonriente—. Yo soy Jocelyn.

—Sienna —logré musitar.

Por su tacto supe que Jocelyn debía de ser curandera. A pesar de su belleza, era el doble de agradable que la mayoría de las chicas de la sala.

Pero antes de que pudiéramos seguir hablando, nos interrumpieron los jadeos de sorpresa de todos los presentes.

Me giré para ver al alma de la fiesta, el señor Aiden Norwood, Alfa de la Manada de la Costa Este.

Llevaba un esmoquin caro con una corbata de color verde oscuro que resaltaba el verde de sus ojos dorados.

Tenía el pelo alborotado, como si acabara de salir de la cama. Caminaba con la mandíbula apretada y con una media sonrisa agresiva.

Tenía que admitir que solo verlo bastaba para humedecer a cualquier chica.

—Bienvenidos, miembros de la manada —dijo sin poder ocultar un pequeño gruñido en su garganta—. La cena comenzará en breve, así que por favor, tomad asiento.

Aunque su declaración fue sencilla, incluso caballerosa, sentí un trasfondo amenazador en cada palabra. Me puso tensa. Me hizo querer devorarlo.

Hizo que la Bruma saliera de su letargo temporal.

Con una media sonrisa, el Alfa se volvió hacia su asiento. No podía más.

Las llamaradas recorrieron mi cuerpo y apretaron mis muslos. Se me secó la garganta, mis mejillas se sonrojaron con un calor renovado y tuve que morderme el labio para no jadear.

¡Contrólate! ~,~ grité dentro de mi cabeza. ~No vas a ponerte así delante de todo el mundo, ¿entendido?~

Aiden se sentó junto a Josh y Jocelyn y, para mi sorpresa, charló cordialmente con ambos.

Así que los rumores no eran ciertos. Eso no era lo que le torturaba. ¿Entonces qué era?

En ese momento me sentía como una experta en todo lo relacionado con la tortura. La Bruma me estaba torturando en silencio.

Durante la temporada, era sabido que un hombre lobo sin compañera podía oler si alguien cercano estaba sintiendo la Bruma.

Si no tenía cuidado, si dejaba que mi Bruma se apoderara de mí, todos los hombres sin pareja empezarían a olerme.

Cualquier cosa menos eso, rogué mentalmente. ~No ~podría soportar la humillación~.~

Que detectaran tu Bruma en público era como una invitación pública para que te follaran.

Mientras servían el primer plato, el camarero que se encargaba de nuestra mesa me olió y sus ojos se iluminaron, lo que significaba que había empezado a desprender el aroma de la Bruma.

Con la cara casi en llamas, entrecerré los ojos en señal de advertencia y le aguanté la mirada, demostrándole que no estaba interesada.

Era guapo, no lo podía negar, pero no me estaba reservando para un camarero de una fiesta.

Se echó atrás de inmediato —bien hecho— ~y se alejóde mí.~

Estaba a punto de soltar un suspiro de alivio cuando sentí los ojos de alguien sobre mí.

No me atreví a levantar la vista.

Aquella mirada, viniera de donde viniera, tenía una poderosa atracción.

Parecía potenciar la Bruma, como si la magnificara. Hacía que ardiera aún más, si acaso era posible.

Apreté los dientes, incapaz de soportarlo. Mis bragas se humedecieron de repente y se me cerró el estómago, haciendo que se tensaran el resto de músculos de mi cuerpo también.

—¿No vas a comer?

Casi me sobresalte cuando mi madre me habló. Me giré para dedicarle una sonrisa tensa y asentí.

—Ya voy.

Mi madre, ajena a mi dolor, se encogió de hombros y le dio un bocado a su trozo de salmón. Tenía un aspecto delicioso, pero yo tenía hambre de algo que no era comida.

La mirada misteriosa seguía posada sobre mí. Podía sentirla. Y, lo que es peor, ahora podía sentir que otros me miraban también.

Mi olor flotaba por todo el pasillo, atrayendo la atención de todos los lobos que no se habían apareado y exigían ser aliviados.

No tenía otra opción.

Tenía que salir.

Inmediatamente.

Me levanté y murmuré un tenso «perdón», dejé el chal sobre la mesa y caminé tan rápido como pude para salir de aquel maldito comedor.

Sabía que iba en contra de las reglas excusarse en medio de la comida, especialmente en presencia del Alfa. Era como un insulto a Su Alteza Real.

No me importaba una mierda.

Prácticamente corrí al baño. Por suerte, estaba vacío. Cerré la puerta de uno de los cubículos y me apoyé en la pared, respirando con dificultad.

La delgada capa de seda que me cubría era demasiado. Mis bragas eran demasiado. Todo era demasiado.

Antes de que pudiera detenerme, tiré del dobladillo del vestido hasta la cintura. Deslicé la mano por dentro de mis bragas y en cuanto posé el dedo sobre el clítoris casi exploté.

Empecé a acariciarlo y no pude parar. El calor me invadía todo el cuerpo. Por dentro y por fuera, consumiéndome.

Me había masturbado muchas veces antes. Era la única forma de aguantar la Bruma sin perder la cabeza. Pero siempre lo había hecho en la intimidad de mi habitación.

Nunca cerca de tantos lobos hambrientos.

Nunca en el baño de la maldita Casa de la Manada.

No pude evitar gemir al acariciar mis partes húmedas.

La tensión, la necesidad, el fuego: todo era agonizante. Esta vez iba a explotar de verdad.

Pero entonces lo oí. La puerta del baño se abrió y unos pasos resonaron por el suelo de baldosas. No era el chasquido agudo de los tacones de una mujer. Era el ruido sordo y plano de... los zapatos de un hombre.

Me quedé helada y mi corazón se aceleró.

Justo cuando estaba a punto de gritar a quienquiera que hubiera decidido entrar en el baño que me dejara en paz, una voz profunda y grave se me adelantó.

—Puedo oler tu excitación, mujer.

Se me cortó la respiración. Mierda. ~El Alfa estaba al otro lado de la puerta.~

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