Sapir Englard
SIENNA
Me sentía como una maldita cobarde, pero tenía el cerebro hecho polvo por todo lo acontecido en el bosque.
Me sentía como si me hubieran drogado y, fuera lo que fuera que mi agresor estaba a punto de hacerme, me veía incapaz de detenerlo.
La sombra bajó y empezó a engullirme, pero dejé de luchar al sentir un abrazo familiar.
—Sienna —susurró suavemente mi padre—. Cálmate, cariño. Toma, te he traído una bata. Vamos dentro.
Sus dedos recorrieron mi pelaje y volví a sentir de nuevo la normalidad. Me envolvió con la manta, yo aún en mi forma de loba, y me desplomé entre sus brazos.
—¿Qué ha pasado? ¿Te han atacado? —preguntó preocupado.
Sinceramente, no estaba segura, pero sentía que mi mente acababa de librar una especie de guerra.
Me pregunté si estaba relacionado con la tensión que se respiraba en la manada de Aiden cuando nos encontraron. Tenía que haber alguna conexión. Pero no podía ponerme a pensar en ello o me iba a desmayar.
—Estoy bien, papá. Solo necesito descansar. Ha sido una noche larga y extraña —respondí.
AIDEN
Mi oficina empezaba a parecerse a una celda. Me sentía más inquieto que nunca, pero no podía salir corriendo sin que nadie se percatara.
Josh y yo habíamos acudido al lugar en que la patrulla había perdido el rastro del intruso, pero no logré encontrar ninguna pista sobre adónde se había dirigido.
Admito que regresar con las manos vacías no me hacía quedar muy bien, pero la alternativa era mentir a Josh y a los cuatro soldados, y ya estaba mintiendo más de lo que quería en otros asuntos.
No era poco común que un extraño se adentrara en el territorio de la manada, pero el inexplicable olor y la posterior desaparición mantenían en vilo a todos los que se habían enterado.
Hasta entonces solo lo sabíamos Josh, Jocelyn, Nelson, Rhys, los cuatro soldados y yo.
Hice que el último grupo guardara silencio hasta que pudiéramos averiguar quién era el intruso y hacia dónde se dirigía.
Por precaución, envié pequeños destacamentos de guardias para que protegieran lugares o personas de importancia.
Fuera quien fuera, íbamos a estar preparados cuando reapareciera y, con suerte, íbamos a ser lo suficientemente fuertes como para hacer frente.
Cuando nos quedamos solos, Josh se cruzó de brazos indignado. —¿Y bien? —preguntó—. ¿Vamos a quedarnos aquí sentados en la Casa de la Manada a esperar?
—¿Qué otra cosa sugieres? No puedo enviar a todos a peinar el bosque si no saben lo que buscan. Ni siquiera sabemos lo que estamos buscando.
—Bien, ¿y de quién es la culpa? —murmuró Josh mientras comenzaba a caminar en círculos por mi oficina, como era habitual en él.
—Tuya, técnicamente hablando —respondí secamente—. Al beta le corresponde asegurarse de que nuestras fronteras sean seguras.
—No hace falta que me recuerdes cuál es mi trabajo. Hice exactamente lo que tenía que hacer. Cuando tuve claro que nos enfrentábamos a algo sin precedentes, fui a buscarte. Tú eres el que se olvida de sus deberes.
—No des más rodeos y dime lo que piensas de verdad —dije, impacientándome.
—Te estás volviendo débil, Aiden. Un alfa en plenas facultades habría sido capaz de rastrearlo —dijo. Y otra vez la misma cantinela. Su insistencia estaba empezando a cansarme.
—Tú mismo has dicho que no sabemos a qué nos enfrentamos —respondí—. Si es lo suficientemente poderoso como para ocultar su olor, naturalmente que mis poderes parecen menos efectivos en comparación. ¿Es eso lo que me querías decir? ¿O es sobre Sienna?
—Dímelo tú.
—Perdí el control de mi Bruma. Fue temporal.
—Justo a eso me refiero. Has perdido el control. Nunca te había pasado. Si lo que nos dijiste es cierto, ¿por qué no eres sincero con ella? Estás malgastando su tiempo y el tuyo también. Si dejas que las cosas sigan así, uno de los dos va a salir malparado. Ahora es cuando has de mantenerte más fuerte que nunca. No lo digo solo por el bien de la manada, Aiden. Te hablo como amigo.
—Acepto tu preocupación, pero voy a hacerlo a mi manera.
Josh dejó escapar un gruñido y golpeó el escritorio con el puño. —Maldita sea, Aiden, podrían estar atacándonos ahora mismo y lo único que te preocupa es una chica. Una chica que, hasta el momento, te ha rechazado.
—Cuidado con lo que dices, Josh.
—La cuestión, Aiden —continuó Josh—, es que esta noche estuvimos muy cerca de descubrir algo desconocido. Sé que oliste lo que yo olí. No es humano. Y no es un hombre lobo. Así que si es algo desconocido, ¿cuáles son sus puntos fuertes? ¿Cuáles son sus puntos débiles? ¿Acaso tiene puntos débiles? Siento que no te estás tomando esta amenaza lo suficientemente en serio.
Estaba tan preocupado como Josh, pero no podía demostrarlo. Un abismo de poder aún se interponía entre nosotros.
Por un momento, pensé en lo que habría hecho mi hermano Aaron. Ojalá estuviera aquí.Un sentimiento de dolor me invadió y alejé ese recuerdo de mi mente.
No había tiempo para pensar en el pasado cuando el presente era tan peligroso.
—La idea de que este intruso sea algo desconocido se me ha pasado por la cabeza, pero no hay nada que hacer salvo esperar. Sea lo que sea, lo último que quiero es que se sienta amenazado. Si es pacífico, quiero que siga siéndolo. Como tú has dicho, no sabemos cuáles son sus poderes.
—¿Y si no ha venido en son de paz?
—Ya nos habría atacado si no fuera así. Probablemente ocultó su olor para evitar la confrontación.
—O se está preparando para un ataque sorpresa.
—Ya basta de teorías, Josh. Ve a echar un vistazo a las patrullas e infórmame en caso de que haya noticias.
—Como quieras, mi Alfa. Recuerda que tienes un trabajo que hacer aparte de conseguir que esa chica se acueste contigo.
No respondí y me despedí de Josh con un simple movimiento de cabeza. Sin embargo, tenía razón al preocuparse. Desde que había marcado a Sienna, mi cabeza estaba nublada por el deseo.
Nunca había negado mi Bruma durante tanto tiempo ni la había sentido con tanta fuerza como cuando estaba cerca de ella.
Quizás si pasábamos algunos días sin vernos podría relajarme y centrarme de nuevo. Así que el intruso se antojaba como una buena distracción.
SIENNA
Estaba sentada a solas en la oscuridad cuando oí que tocaban a la puerta de mi habitación. Me incorporé y me quité los auriculares. —Adelante —dije.
—Bien, pensé que ya te habías dormido —dijo mi padre, cerrando suavemente la puerta tras él—. ¿Te importa si me siento? —preguntó señalando mi cama.
—En absoluto —respondí.
Cuando conoció a mi madre, mi padre estaba bastante delgado —mi madre me había enseñado fotos—, pero la edad, el matrimonio y dos hijas le habían regalado unos kilitos de más.
Cuando se dejó caer a mi lado, el colchón se hundió.
—Quería hablar de lo que ha pasado —dijo, alternando la mirada entre el suelo y mi cara.
»Sé que tu madre está emocionada con que te hayas juntado con el Alfa para la temporada.
—Decir eso es todo un eufemismo —suspiré.
—Sí —dijo riéndose—. No es muy discreta, ¿verdad?. —Hubo un breve silencio antes de que continuara—. Tu madre me ha contado que te fuiste de casa enfadada y... bueno, pensé que igual te venía bien hablar con alguien de todo lo que ha pasado.
—Papá...
—Sé que no soy un hombre lobo y no puedo entender exactamente por lo que estás pasando, pero soy lo suficientemente viejo como para saber que volver a casa transformada en loba no es habitual. ¿Quieres hablar de lo que te ha pasado esta noche?
De todas las personas de mi vida, la última a la que esperaba abrirle mi corazón era mi padre, pero tenía razón. Tenía la cabeza hecha un lío y necesitaba desahogarme.
Me puse a hurgar en el edredón sin saber por dónde empezar.
—En la cena pasó algo y bueno... parece que ahora que me ha marcado el Alfa, todo el mundo tiene ciertas expectativas. Ya sea mamá o mis amigas o los miembros de la manada, a los que ni siquiera conozco, todo el mundo quiere algo. Y nadie se ha preocupado de preguntarme qué quiero yo.
Mi voz empezó a temblar y se me llenaron los ojos de lágrimas. —Siento que estoy perdiendo el control y no me gusta.
Decirlo por fin en voz alta fue como una liberación, como si me quitara un peso de mil toneladas de encima.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, cayendo por mis mejillas. Mi padre me dio un abrazo y dejó que le empapara el hombro con ellas.
—No pasa nada —dijo acariciándome la espalda—. Es perfectamente normal que te sientas así.
—No, no es normal —me atraganté—. Yo soy alguien dominante. La gente como yo no deja que estupideces como esta le afecten.
No solía hablar de mí misma de esa manera.
Sabía, en el fondo, que era cierto que tenía una vena dominante e indomable. Era la razón por la que había tenido tanto éxito a la hora de resistir los avances del Alfa hasta el momento.
Pero decirlo en voz alta casi lo hacía menos real. Como si mitigara la verdad.
Tal vez me estaba engañando a mí misma y mi naturaleza era ser otra loba sumisa que hacía lo que le decían.
Pero entonces mi padre me puso una mano bajo la barbilla y me obligó a mirarle a los ojos.
—No creo que lo que sientas sea estúpido, Sienna —dijo—. Y dominante o no, todo el mundo tiene su corazoncito.
Lo bueno de tener un padre humano era que era mucho más sentimental que mi madre y Selene. O que cualquier hombre lobo.
Normalmente, los lobos veríamos esta situación como una muestra de debilidad, pero en ese momento me sentía feliz de estar a su lado.
—¿Sabes una cosa? Cuando te trajimos a casa por primera vez, me di cuenta enseguida de que eras especial. Tenías esa seguridad en todo lo que hacías, incluso cuando eras un bebé. Al verte crecer, he visto que esa seguridad se manifiesta en todo, desde tu forma de comportarte hasta tu arte. Llorar no te va a quitar eso, Sienna. Sigues siendo la mujer loba más fuerte que conozco.
—No pensarías eso si hubieras visto lo de esta noche.
—¿Quieres compartirlo conmigo?
—Lo único que importa es que hice el ridículo. No quiero volver a verlo. Ojalá nunca me hubiera marcado, papá. Ojalá me hubiera dejado en paz.
Una nueva retahíla de lágrimas brotó de mis ojos.
—¿Se te ha ocurrido pensar que tal vez no podía dejarte en paz? ¿Que tal vez ha visto a la misma mujer hermosa y fuerte que yo y se sintió tan abrumado por la emoción que no tuvo más remedio que marcarte?
—Tú eres mi padre. Me ves con buenos ojos.
—Hablo en serio, Sienna. No eres una cobarde, así que no dejes que te convierta en una. Como dice tu madre, podría tener a cualquier mujer de la manada comiendo de su mano, pero te eligió a ti. Recuérdalo. Tú no lo necesitas a él. Él te necesita a ti.
El destello de los faros inundó mis ventanas cuando un coche se acercó a la entrada de la casa. Mi padre y yo miramos afuera y vimos a Selene salir de su coche.
No la esperábamos y rara vez se presentaba así sin avisar.
Mi padre abrió la puerta antes de que a Selene le diera tiempo de tocar el timbre y la envolvió en un gran abrazo como solo los padres saben dar.
—¿A qué debemos este placer? —preguntó papá al abrir la puerta principal—. ¿Va todo bien?
Selene iba en pijama y llevaba una maleta. Era evidente que había salido de casa con prisa.
—Jeremy ha recibido una llamada de la Casa de la Manada y se ha tenido que ir a trabajar. Algo gordo ha pasado. No me ha dado ningún detalle, aparte de que se trataba de una incursión en la frontera. La última vez que algo así sucedió, la manada se confinó. Siento aparecer así sin avisar, pero me sentía más segura estando aquí que sola en casa.
¿Incursión en la frontera? ¿Confinamiento? Era algo serio.
El Alfa solo decretaba confinamiento si la amenaza era grave y tenía que imponer la ley marcial. ¿Y por qué me había enterado de esto por Selene?
¿Acaso a Aiden no le preocupaba mi seguridad?
Aunque no sabía por qué me sorprendía, si yo no era más que un pedazo de carne para él y, al parecer, desechable. Menudo imbécil.
En mi cabeza yo seguía dándole vueltas a la misteriosa mujer del claro del bosque. ¿Tenía ella algo que ver con todo esto?
Por un momento pensé que debía contarle a Aiden lo que había visto, pero si él no creía necesario mantenerme informada de lo que pasaba, tampoco tenía por qué informarle yo.
Además, pensar en verle después de lo que había ocurrido no hacía más que ponerme nerviosa.
Yo no iba a dar el primer paso. Si quería hablar conmigo, que viniera a buscarme.