Jen Cooper
LORELAI
Brax y yo cruzamos el portal y la magia nos abandonó a los dos. Jadeé ante la ligereza que me dejó... y ante la oscuridad. Su peso había desaparecido, pero las sombras crecían en mi interior como si reconocieran dónde estábamos. Yo no lo reconocía.
Era todo muy oscuro, más oscuro que nuestro blanco invierno que consistía en una noche constante. Era como si cada espacio tuviera una sombra. Me estremecí cuando el frío me mordió la piel a través de la ropa. Brax me rozó, sus labios se posaron en mi mejilla.
—Tenemos que meternos en el agua —dijo, con los labios azules.
Los acantilados eran oscuros; el agua, turbia y negra. Dudé, el miedo me recorría mientras mis sombras llenaban cada parte de mí.
Los susurros en el aire me hicieron girar, pero solo era el bosque detrás de mí, oscuro y aterrador. El bosque parecía vivo, con cosas que mis ojos humanos no podían ver.
La magia púrpura del portal quedó difuminada en el aire, y me mordí el labio.
—¿Podrá colarse alguien más aparte de nosotros? —pregunté.
Brax negó con la cabeza. —No, a menos que tú se lo permitas. Es tu magia; sigue estando lealmente ligada a ti. Al menos, así es como suele funcionar —dijo, mientras sus ojos también se desviaban hacia el bosque.
—Esa agua tiene un aspecto aterrador —susurré, con la voz ronca contra el frío. El silencio era aún más intimidante que los susurros. Brax sonrió satisfecho y asintió.
—Sí, no tengo ganas de esto, así que vamos a acabar de una vez, ¿no? —Avanzó un poco, con los dedos de los pies rozando el agua. Siseó y echó los pies hacia atrás—. ¡Joder! Está realmente congelada —dijo.
Sacudí la cabeza. —Me has asustado. Pensé que algo iba mal.
Exhaló un suspiro. —Y así es. Este agua me va a congelar los putos huevos —dijo temblando.
Me reí. —Supongo que no estás acostumbrado a sentir el frío, ¿eh?
Sacudió la cabeza.
—Bueno, ahora ya sabes lo que sentí al subir esa estúpida montaña. Disfruta de lo humano —bromeé, y él me sonrió, negando con la cabeza antes de meterse en el agua, tratando de demostrar su valor. Esperé, aún sin sentirme cómoda con mi capacidad para mantenerme por encima del agua.
—¿Puedes ver la cueva? —pregunté, y él frunció el ceño hacia los acantilados, mirando a través de la oscuridad. Pero negó con la cabeza.
—No. Pero mis sombras tiran de mí hacia ella; saben adónde ir. —Se estremeció y yo asentí.
Bien, entonces mis sombras también lo harían. Me sumergí, jadeando al sentir el agua helada. Me dolían los pezones y me estremecí. Brax se acercó a mí, y tenía razón, mis sombras estaban tranquilas, calmando mis ansiedades y tirando de mí hacia donde teníamos que ir.
—Vamos. Tenemos que darnos prisa antes de que los lobos se pongan demasiado salvajes sin mi magia —dije, temblando. Brax asintió y empezó a nadar en dirección a los acantilados. Observé sus movimientos: brazo, patada, brazo, patada. Podía hacerlo.
Excepto que no era tan fácil como parecía, y me agité en el agua. Las salpicaduras me hacían toser, estiré mi cuello para mantener la cara fuera de ella, pero era una nadadora inútil. Brax se acercó nadando y me subió a su espalda, ocultando una sonrisa de satisfacción.
—Definitivamente voy a recordar esta imagen para siempre —dijo riendo y empezó a mover las manos por el agua, con las piernas empujándonos hacia el acantilado.
—¿Por qué? ¿Para que puedas traumatizarme con ello?
—¿Qué? De ninguna manera. Voy a recrearlo. En la cama. —Sonrió, mirando por encima del hombro, y puse los ojos en blanco.
—No creo que la posición de una mujer agitándose sea muy erótica.
—Es exactamente lo que queremos. Niko puede conseguir que pongas esa cara de “aguantar la respiración”; le gusta dejar sus huellas dactilares en la garganta, y luego, entre Derik y yo, apuesto a que podemos conseguir que tus brazos y piernas se muevan así. —Se echó a reír y yo lo abracé con más fuerza, sonriendo a pesar del dolor que sentía en el corazón.
Me parecía mal disfrutar de algo cuando no tenía a Zale de vuelta, pero mis alfas tenían una forma de distraerme, de ayudarme a descansar de la culpa y de la impotencia que me entumecía la mente. Y funcionaba.
Brax me sonrió y le besé la mejilla cuando llegamos al acantilado. A veces olvidaba que Brax estaba tan conectado con el agua.
Tal vez su magia de lobo había desaparecido, pero eso no quitaba el hecho de que su procedencia era la manada del Agua, y eso le daba algo extra cuando se trataba de ella.
Tenían el lago en su zona, lo que significaba que nadar era probablemente tan fácil como caminar para él.
—Lo es —dijo, con sus bíceps flexionándose contra mi cuerpo mientras tiraba de mí, ayudándome a flotar con él.
—Da pequeñas patadas con tus pies. Tenemos que encontrar la entrada de esa cueva, y creo que está bajo el agua —dijo, y mi ritmo cardíaco se aceleró.
—Nunca he estado realmente bajo el agua —admití.
Se encogió de hombros. —Estate tranquila. Imagina que estás en una gran bañera, hundiéndote bajo la superficie para ordenar tus pensamientos. Te he visto hacerlo, así que sé que puedes.
Tenía razón; lo hacía. Podría hacerlo. Asentí con la cabeza, dispuesta a hacer lo que hiciera falta.
—Tus sombras deberían guiarte hasta la entrada, pero si necesitas salir a tomar aire antes de pasar, hazlo; yo seguiré tus indicaciones —dijo, y yo asentí, tomando unas cuantas respiraciones de práctica.
—¿Supongo que también eres muy bueno aguantando la respiración?
Sonrió, acercando mis labios a los suyos.
—¿Cómo crees que me mantengo entre tus piernas tanto tiempo, escupefuegos?
Me reí y negué con la cabeza.
—Vale, hagámoslo. Aspiré todo el oxígeno que pude, reteniéndolo en el pecho mientras me hundía bajo la superficie con la mano de Brax en la mía.
Utilicé las pataditas que me había dicho para avanzar, pero no me hizo falta. Mis sombras alimentaron mi cuerpo, moviéndome hacia las rocas altas, negras y dentadas que cubrían el lecho del lago.
—No las toques. No sabemos de qué están hechas ni qué pasará si se tocan —oí la voz de Brax en mi cabeza.
—Tienes razón, ni siquiera sé por qué pensé en ir a tocar esas afiladas rocas negras que parece que quieran ensartarme como a un asado —le respondí, y él se rio por el enlace.
—Hmm… Me has dado otra idea para practicar en la cama más tarde —se burló, y casi suelto el aire de la risa.
—Me pido la boca —Niko interrumpió el enlace, y yo ignoré los comentarios sexuales de ambos, tratando de ver a través del agua oscura, evitando los pinchos de las rocas que seguían saliendo de la nada.
Ya era difícil ver, pero estas cosas lo hacían más difícil. Sin embargo, mis sombras me estaban ayudando, esquivándolas. Sin ellas, estaba bastante segura de que habría echado a perder esta misión hace al menos cuatro pinchos.
Mi pecho y mis pulmones empezaron a arder mientras parpadeaba con fuerza, el pánico aumentaba a medida que mis sombras me movían más deprisa. No sabía cuánto tiempo me quedaba antes de necesitar respirar, pero no me parecía mucho. Brax me agarró de la mano y me arrastró con él, pero yo tiré de nuestra conexión.
Me miró y le señalé la superficie. Brax fue a tirar de mí hacia arriba cuando su cabeza se giró hacia el agua que había detrás de él. Frunció el ceño y me empujó hacia ella. Quise protestar, pero mis sombras también me empujaban hacia allí.
Contuve lo que me quedaba de oxígeno, el dolor ardiente en el pecho empeoraba cada vez más.
—Creo que estamos cerca, o las sombras nos habrían dejado salir a la superficie. Aguanta, escupefuegos —animó Brax.
—Lo intento —respondí.
—No te asustes; usarás más aire —aconsejó.
—Lo intento —repetí, y él movió las piernas más fuerte. Hasta que me tiró contra él, y nos encontramos cara a cara con una pared. Puso la palma de la mano sobre ella, presionándola, con los ojos muy abiertos. Me encogí de hombros y palpé a lo largo de ella, pero necesitaba aire.
Apreté el pecho, tratando de no tomar aliento, pero estaba acabando con todas mis fuerzas.
—Brax —insté en el enlace.
—Sácala de ahí —Derik interrumpió en el enlace, pero Brax seguía buscando.
—Está aquí; tiene que estar —me respondió mientras me agarraba al acantilado. Empezaron a aparecer puntos negros en mi visión y agarré a Brax. Maldijo por el enlace un segundo antes de que algo me agarrara el tobillo.
El aire se me escapó en un tornado de burbujas y solté un grito cuando lo que me había agarrado me tiró hacia abajo.
El pánico se apoderó de mi pecho dolorido y busqué a Brax. Me agarró de las manos, tratando de hacerme retroceder, luchando contra lo que fuera que me tenía, con sus bíceps tensos mientras su propia cara parecía también necesitar aire.
—¡Salid de ahí! —Niko rugió por el enlace.
—¡No la sueltes! —Derik le gritó a Brax.
Intenté apartar de una patada a lo que fuera que me tenía, pero me sujetaba el tobillo con más fuerza. Ya no importaba; no me quedaba aliento. La oscuridad rodeó mi visión, y el rostro desesperado y los ojos abiertos de Brax fueron lo último que vi antes de que me absorbiera por completo.
Estaba bastante segura de estar muerto, pero sentía dolor. Me dolía y me ardía el pecho. Pensé que, si realmente estuviera muerta, no debería sentirme tan mal. Mis sombras se agitaron en mi interior y mi garganta se cerró, el agua salió de mí a toda velocidad.
Abrí los ojos de golpe mientras tosía y balbuceaba, vaciando los pulmones y el pecho de toda el agua que había tragado. También me ardía la nariz y respiraba agitadamente para compensar.
—Gracias, joder —gruñó Brax, con voz cruda mientras me envolvía entre sus brazos. Yo estaba acostumbrada a tener frío, pero él también estaba helado. Me estremecí contra su cuerpo y me aparté para verlo.
—¿Qué ha pasado? —resollé, y él señaló con la cabeza hacia la entrada de la cueva, donde el agua me lamía los pies. Estaba sobre una piedra rodeada de escombros, un banco en el interior de las cuevas.
—Las sombras intentaban mostrarte por dónde ir para llegar a la entrada. No eran tus sombras, aunque creo que hablaban con ellas. Pero no intentaban ahogarte —dijo, y yo volví a toser, con una mueca de dolor en el pecho.
—Vale. Eso es un poco espeluznante, pero gracias, sombras —dije al aire, y el agua burbujeó antes de aquietarse. Me tensé y miré a Brax.
—Nos entienden; saben por qué estamos aquí.
—¿Y nos ayudarán?
—Son difíciles de entender, ya que en realidad no hablan, pero por lo que sentí en mis sombras, creo que sí. Pero hay algo que debemos vigilar.
—¿El qué?
—No todas están del mismo lado. Algunos nos ayudarán, pero no creo que todas lo hagan.
—Y supongo que no hay manera de notar la diferencia, ¿no?
—Solo mediante los sentimientos que nos transmitan nuestras sombras —admitió, y yo asentí; eso era estupendo. Fui a levantarme y Brax me ayudó. Me agarré a él, con la cabeza dándome vueltas.
—Preciosa, ¿estás bien? —preguntó Derik en el enlace.
—Sí, estoy bien. ¿Cómo está el portal? —pregunté.
—Está aguantando.
—¿Solo aguantando? ¿Ha pasado algo?
—Intentó cerrarse. Cuando te desmayaste.
—Oh.
—No vuelvas a hacerlo, o saltaré ahí dentro y me encerraré contigo —amenazó Niko, y yo sonreí. Eran muy sexys cuando sacaban ese lado protector.
—Y tú estás sexy cuando estás viva y respirando. Mantente así. Me gusta Brax, no quiero tener que matarlo por dejarte morir —Niko advirtió, y me reí.
Brax puso los ojos en blanco. —Tenemos que seguir moviéndonos; no sabemos en qué parte de estas cuevas está la bestia —dijo, y yo me enderecé, siguiéndolo hacia las oscuras cuevas que parecían inestables como el infierno.
Los escombros y las rocas no solo estaban en la orilla, sino que formaban los caminos de las cuevas. Eso hacía que moverse por ellas fuera un poco más lento de lo que yo quería. Al menos las sombras estaban más vivas de lo que lo habían estado dentro de mí y de Brax en nuestro reino. Las suyas me controlaban constantemente, me tranquilizaban, me acariciaban como hacían normalmente, pero la sensación era más intensa que de costumbre.
—Yo también lo siento —dijo Brax, y su voz resonó en las cuevas.
—Me gusta —respondí.
Sonrió. —Si al menos tuviéramos tiempo para ver cuánto podemos sentir aquí... —Movió las cejas sugerentemente y yo me reí, agarrándome a un trozo de roca por encima de la cabeza y agachándome cuando la cueva descendió ligeramente antes de volver a extenderse.
—Tengo una idea mejor. ¿Recuerdas el juego que jugamos con mis sombras? ¿El que tenía que encontrarte? —pregunté, y él asintió, entrecerrando los ojos en los túneles que teníamos delante.
—Sí, ¿quieres probarlo para encontrar a la bestia? —adivinó.
Asentí con la cabeza. —Puede que no sepamos qué aspecto tiene ni nada, pero si proyectamos nuestras sombras nos dirán cuándo no estamos solos —dije. Brax asintió, con sus sombras saliendo de él. Yo también proyecté las mías y salieron corriendo como niños por las cuevas.
Estaban casi emocionadas, como si las dejáramos salir a jugar, y era algo adorable. Eché de menos poder utilizarlas durante el embarazo. Confiaba tanto en la magia que era refrescante no poder hacerlo.
Mis sombras se movían rápido, buscando por los túneles, compitiendo con las de Brax en un juego al que jugaban juntos. Sonreí a Brax y él me cogió de la mano, ayudándome a pasar por encima de las rocas más grandes que bloqueaban el camino más que el resto. Podría haberlo hecho yo misma, pero me gustaba demasiado su tacto como para rechazar la mano que me tendía.
Nos topamos con una pared de roca que nos costó más mover, y justo cuando despejamos el camino lo suficiente para colarnos por él, se oyó un enorme rugido a través de las cuevas. Me encogí ante él, con el eco palpitando en mis tímpanos mientras me tapaba los oídos.
Los acantilados temblaban, las cuevas nos amenazaban con dejar caer escombros y rocas, llenándonos de polvo. Me sacudí mientras mis sombras regresaban a mi interior, empujándome hacia delante. Miré a través del polvo y seguí el camino al que me llevaban mis sombras.
Habían encontrado a la bestia.
Brax también me siguió, con sus sombras hacia atrás mientras observaba el techo irregular y áspero de los túneles de la cueva. Estaba resistiendo, pero ninguno de los dos sabía por cuánto tiempo.
—Tenemos que movernos más rápido. A mis sombras no les gusta que estemos aquí tanto tiempo —susurró, y yo asentí, caminando más rápido por el sendero irregular.
Mis sombras guiaron mi cuerpo y a Brax hacia donde teníamos que ir. Me alegré mucho de no tener que hacerlo sola porque mi sentido de la orientación era terrible. Me habría perdido ya tres veces.
—No, no lo habrías hecho, preciosa, porque he memorizado cada giro que has dado —dijo Derik, y sus palabras calentaron mi cuerpo helado. Mi ropa húmeda seguía pegada a mí, pero la forma en que se aseguró de que estaba bien hizo que me calentara.
—¿Por qué? Tengo a Brax.
—También tiendes a huir de nosotros en los peores momentos. Me aseguraré de que salgáis de allí aunque os separéis. Los dos —dijo Derik, y me lamí los labios.
Me hubiera gustado haber tenido tiempo esta mañana para admirar su hermoso cuerpo y apreciar el amor que siente por mí.
Pero se lo compensaría, se lo compensaría a todos. Había sido una perra loca los últimos cuatro días, y no era probable que eso cambiara hasta que tuviera a Zale de vuelta, pero tal vez podría ceder un poco y disfrutar de mis alfas por el consuelo que eran para mí.
—Lo sabemos, pequeña Luna. No tienes por qué sentirte culpable, pero si quieres compensármelo con más tiempo en mi polla, estoy totalmente de acuerdo —dijo Niko riéndose por lo bajo, y yo me eché a reír.
Me tapé la boca cuando la bestia soltó otro rugido, su ira se convirtió en un gemido a medida que nos acercábamos.
—Ya casi estamos —le susurré a Brax.
—Cuidado, escupefuegos, nos detecta —advirtió y se acercó más a mí, con la mano en la parte baja de mi espalda.
—Yo también puedo sentirlo —dije, con mis sombras retorciéndose bajo mi piel, pero no se estaban asustadas, sino más ansiosas. Intentaba entenderlas igual que Brax, pero estaban demasiado alteradas.
Doblamos una esquina, y la abertura oscura a una pared de rocas y escombros reveló la sombra de un hombre. Si es que era un hombre. Tenía piel, pero estaba cicatrizada y estirada con tatuajes que la cubrían toda. Pero no eran tatuajes como los de mis alfas; estos parecían mágicos, como si fueran runas o algo así.
—Encerraron al amante de Adrenna en ese cuerpo —susurró Brax, y la bestia gruñó, sacudiéndose y moviéndose, intentando salir, pero la cueva temblaba con cada movimiento que hacía.
Tropecé con Brax y me atrapó. Me apoyé en él y me acerqué a la bestia. Sus ojos se clavaron en mí entre las rocas de su jaula y parecían… tristes.
Fruncí el ceño, sus ojos negros eran intimidantes pero profundos. Una cicatriz le atravesaba un ojo, hasta la mejilla, y tenía la cara deformada. También tenía la piel ligeramente peluda. Cuando me acerqué, sus manos, casi garras, rechinaron furiosamente.
—¿Fue humano una vez?
—Según Tabitha, nadie lo sabe. —Brax se encogió de hombros.
—Vamos a sacarte de aquí —le dije a la bestia. Él rechinó los dientes con rabia, dando más golpes para que más rocas lo empujaran hacia el suelo. Una roca se soltó y rodó hacia abajo, casi llevándome con ella, pero Brax me apartó antes de que me golpeara y ambos caímos.
Aterricé en el suelo con un ruido sordo al igual que Brax.
—Cuidado —tosió, haciendo una mueca de dolor mientras se levantaba y me ayudaba a levantarme, con el polvo de los escombros llenando el aire. Lo atravesé y me giré hacia la bestia.
—Necesitamos que te quedes quieto para poder sacarte sin que te aplasten —le dije, ni siquiera segura de que pudiera entenderme. Me miró y giró la cabeza antes de gemir y sacudirse un poco. Cuando lo hizo, la sangre resbaló por su grueso cuello venoso.
—Está herido. No sé si puede morir, pero no quiero que eso ocurra antes de que haya matado a Adrenna —espeté, y al oír su nombre, soltó otro rugido que se convirtió en aullido. Me tapé los oídos y me escondí entre los brazos de Brax mientras toda la cueva rugía con él.
Se sacudió y tronó antes de soltar otra carga de rocas y peñascos que obstruían el paso. La bestia rechinó los dientes mientras echaba espuma por la boca. Fue una especie de cruce entre humano y lobo que salió mal. Como si estuviera atascado a mitad de la transición y no pudiera pasar por ninguno de los dos lados, ni humano ni lobo. Y tenía el tamaño de un dragón. Eso hacía la idea de sacarlo, ridículamente improbable, pero tenía que intentarlo.
Ignoré los escombros que cayeron tras el miniterremoto, ignoré las pequeñas rocas que desgarraron mi camiseta, dejando arañazos y cortando mi piel. No tenía tiempo para regodearme ni preocuparme por la magnitud de lo que teníamos que hacer; solo tenía que hacerlo.