
Bip. Bip. Bip.
Bip. Bip. Bip.
Tenía la visión borrosa, pero la habitación parecía prístina, toda blanca.
—La mordedura fue profunda, pero se curará, con tiempo. Sin embargo, el proceso debería acelerarse significativamente después de la transición de su cuerpo.
—¿Y cuándo será eso exactamente, doctor? —preguntó una voz profunda y ronca.
—Es difícil de decir, pero no debería tardar mucho.
Una vía intravenosa se aferraba a mi muñeca y un monitor a mi lado emitía lentos pitidos.
—¿Crees que su cuerpo puede soportar la transición? —volvió a preguntar la voz ronca—. Es muy... pequeña. Podría partirse por la mitad.
—Tal vez, mi Alfa, pero el tiempo lo dirá.
Mi corazón empezó a latir más rápido y el pitido del monitor también aumentó su ritmo.
La vía intravenosa me administró automáticamente algo en el brazo hizo que me relajara.
—¿Me mantendrás informado de su estado? —preguntó el hombre llamado Alfa.
—Naturalmente, mi Alfa. Me pondré en contacto contigo enseguida si hay algún cambio.
Empecé a perder la conciencia de nuevo, pero la hermosa mujer no volvió a mí.
Sólo sus palabras.
Cuando volví en mí, entrecerré los ojos ante las brillantes luces fluorescentes que colgaban sobre mí.
Me pasé el pelo negro anudado por encima de los ojos para no ver.
La iluminación siempre fue la parte que menos me gustó de los hospitales.
Intenté moverme, pero al instante me di cuenta de mi error.
Hice una mueca de dolor y apreté la mandíbula. No iba a ir a ninguna parte. Me miré la pierna vendada.
Me preguntaba quién me había traído hasta aquí...
Pensé que el lobo me habría descuartizado.
Al sonar el pomo de la puerta de mi habitación, sentí de repente una oleada de miedo en la boca del estómago.
¿Y si fuera mi madre? ¿Qué me haría? Ya estaba en una cama de hospital, pero sinceramente, le temía más a ella que al lobo que me trajo hasta aquí.
En lugar de mi madre, entró la chica más agradable, bonita y amable que jamás había conocido, llevando consigo un ramo de rosas preciosas.
—Hola —dijo con un ligero acento sureño—. Veo que por fin te has despertado.
Sus ojos verdes brillaban bajo su pelo rubio ondulado, y sus mejillas sonrosadas eran aún más rojas que las flores.
Colocó las rosas junto a mi cama y se sentó, mirándome inquisitivamente.
—¿Quién... quién eres tú? —tartamudeé—. ¿Y cómo he llegado aquí?
—Soy Sky —dijo en un tono burbujeante—. Ya sabes, como cielo en inglés: el lugar donde las nubes, los pájaros y el sol pasan el rato.
—Soy la que da la bienvenida por aquí. —Sonrió.
—¿Bienvenida?
—A la Manada Sombra de Luna.
Debió de percibir mi desconcierto, porque al instante jadeó y se tapó la boca.
—Oh, rayos, probablemente no debía decir nada todavía. Yo y mi gran boca. No tienes ni idea de lo que está pasando, ¿verdad?
—Me atacó un lobo y ahora estoy en una cama de hospital... Eso es más o menos lo que sé.
Sky se mordió nerviosamente sus largas uñas ante la mención del lobo.
—Dios, ¿cómo le explico esto a un humano? —murmuró.
—Empiezas a asustarme, Sky... ¿Qué es una manada Sombra de Luna?
—Bueno, es una especie de familia... Una familia a la que te unirás... Desde lo de tu... incidente.
—Oh, Dios, no eres parte de algún tipo de secta, ¿verdad? He leído muchos libros y esto nunca acaba bien para el fugitivo —dije, empezando a ponerme nerviosa.
Sky, por su parte, parecía aliviada.
—Oh, no, nada de eso. Debes de pensar que soy un bicho raro. —Se rió—. No, somos una familia de hombres lobo, una manada.
Me quedé con la boca abierta. ¿Era esto una especie de broma retorcida? ¿Dónde estaban las cámaras ocultas?
Acababa de decir "hombres lobo".
Volví a recordar al lobo en el bosque, la forma en que me dejó después de la mordida.
Y luego ese enorme lobo rubio ceniciento, la forma en que me acarició de manera protectora.
—Sé que es mucho para asimilar, Quinn, pero los hombres lobo existen. Lo hemos hecho durante siglos, sólo que nos escondemos. Seamos realistas, la raza humana no manejaría muy bien esa información. Probablemente utilizarían las horcas y las antorchas al primer indicio de algo sobrenatural.
—Escucha, Sky, pareces una buena persona, de verdad, pero no me interesa unirme a tu aquelarre de hombres lobo o lo que sea. Hay algunos chicos góticos que hacen juegos de rol en la biblioteca los viernes... Tal vez puedas llevarles tu hoja de inscripción para...
—En realidad me gustaría hablar con el Doctor, si pudiera...
La puerta se abrió de repente y un hombre de pelo rubio ceniciento entró en la habitación. Sus músculos sobresalían de su fina camiseta blanca y sus ojos dorados eran hipnotizantes.
Nunca había visto a nadie tan guapo en mi vida, y el magnetismo instantáneo que sentí hacia él fue embriagador.
Me asusté y me puse nerviosa a la vez.
¿Por qué me sentía tan atraída por él? No era un sentimiento normal.
Cuando habló, reconocí su voz ronca. Era el hombre al que el Doctor se refería como Alfa.
—Sky, ¿qué le has dicho? —dijo bruscamente.
Sky se puso pálida de repente.
—Sólo estaba dándole la bienvenida a la Manada. Pensé que le vendría bien un toque más... Suave, ya sabes, para facilitarle la entrada.
Para este hombre parecía que "toque suave" era una frase extraña. Su vocabulario era "aplastar", "chocar" y "golpear".
—Déjala. Necesito hablar con ella a solas —ordenó.
Sky me lanzó una mirada de disculpa mientras salía de la habitación. De repente, deseé que la loca de los hombres lobo volviera.
Evité el contacto visual directo con él. Esos ojos dorados recorrían mi cuerpo de arriba abajo y, a pesar de lo incómoda que me sentía, me gustaba cómo me miraba.
—Tu nombre —dijo en tono dominante.
—Quinn.
—Quinn... —dijo, como saboreándolo.
—¿Y el tuyo? —pregunté nerviosa, aún mirando hacia otro lado.
No respondió, pero se acercó al borde de mi cama. Podía sentir un calor que irradiaba de él y me calentaba de dentro hacia fuera.
—Mírame —me ordenó.
Cuando levanté la vista y le miré directamente a los ojos, ocurrió algo parecido a un sueño. Sentí una conexión indescriptible con este completo desconocido. Sentí como si se hubiera convertido en una parte de mí.
A juzgar por la expresión de sorpresa en su rostro, él también debió de sentirlo.
—Cómo... ¿cómo es posible? Ni siquiera te has convertido —dijo, aturdido.
Sus ojos dorados se quedaron clavados en los míos plateados, sin que ninguno de los dos pudiera apartar la mirada.
—Así que, eres mi compañera...