Huyendo del Alfa - Portada del libro

Huyendo del Alfa

Katlego Moncho

Hechizos de desmayo

MateoInforma.
OriónHemos tenido un problema durante el entrenamiento.
OriónUn renegado.
Mateo¿Qué ha pasado?
OriónLa tenemos bajo control. Ha sido retenida.
OriónLa llevamos de vuelta con nosotros.
OriónHemos tardado más de lo que pensábamos en volver.
MateoMi oficina, ahora.

MATEO

La gente me tenía miedo. Temían lo que yo representaba y la audaz justicia que seguía.

Exigía respeto.

Lealtad.

No había espacio en mi manada para los desleales.

Tenía quince años cuando me hice cargo de la manada. Mis padres, asesinados, me habían enseñado a vivir por mi cuenta, a valerme por mí mismo desde muy joven.

En lo que a mí respectaba, había ganado el título de Alfa hacía mucho tiempo. Era digno de la manada de la Luna de Vistas, y ella de mí. Nadie tomaría lo que era mío. Cada vez que alguien osara intentarlo, cada vez que un renegado cruzara a nuestro territorio buscando tomar y tomar, lamentaría su decisión.

Y ahora alguien se había atrevido de nuevo.

—¿Cuándo ha ocurrido esto?

Orión estaba en posición de firmes junto a mi escritorio. Orión era el Beta, y mi amigo más cercano, además del mejor en su trabajo. Organizado, respetable y leal, era la personificación de lo que quería en mi manada.

—La chica cruzó a nuestro territorio hace unas horas. Vino desde la dirección de la manada Litmus.

Gruñí. La mención del nombre me molestó. El Alfa de Litmus representaba todo lo que odiaba. Era deshonroso y cruel. Cuando comunicamos con él en un momento de necesidad, se negó entre carcajadas. Muchas manadas de los alrededores esperaban el día en que su heredero le reemplazara. Anhelaban la llegada de alguien más tolerable.

Yo aguardaba ansiosamente el día en que Royce tomara el control.

—Hay más, Mateo.

Fruncí el ceño. Aunque Orión nunca dejaba de informarme a fondo de cualquier incidente, a menudo intentaba presionarme para que me compadeciera más.

—Estaba siendo perseguida por un par de lobos. Olían a Dayton.

—¿Por qué os ha costado tanto tiempo traerla?

Orión vaciló, algo que normalmente nunca hacía. Me tenía ansioso.

—Experimentamos algunas dificultades para conducirla hasta aquí...

—Escúpelo, Orión.

—Cuando le hicimos frente, quedó inconsciente. Y cuando intentamos moverla, bueno, quien la tocaba se desmayaba. Los médicos tuvieron que buscar unos guantes especiales para tratarla.

Las señales de alarma se dispararon en mi mente. Quienquiera que fuera aquella intrusa, tenía poderes o estaba maldita. En cualquier caso, aquello significaba problemas, tal vez intenciones perversas. ¿Quién sabía lo que aquella hembra había planeado de haberse acercado lo suficiente a la manada?

¿Qué pasa si necesita ayuda?

Zeus, mi lobo, era tan recto y obstinado como yo. Aunque estábamos de acuerdo en muchas cosas, cada vez que surgía un desacuerdo era difícil llegar a un arreglo.

Debemos deshacernos de ella, —le dije.

No tienes suficiente información para tomar esa decisión todavía.

~Ella trae consigo maldiciones y magia inexplicable. Tenemos que proteger lo que es nuestro.

La justicia sólo es buena cuando es necesaria.

El gruñido de Zeus se desvaneció en silencio. Había dejado clara su opinión, aunque la clemencia podía ser muy peligrosa.

Ya se había producido una situación similar. Un renegado había llegado a nuestras tierras, alegando que huía de un alfa cruel. Dijo que había sido desterrado por tratar de proteger a la hija del alfa de insinuaciones no deseadas.

Sin embargo, el alfa había organizado el encuentro y pensaba que el renegado había querido robarle a su hija. No quiso atender a razones y ordenó que lo mataran por traición.

Vino a nosotros en busca de refugio.

Y había mentido.

Cuando lo descubrimos, Zeus y yo chocamos al respecto de qué hacer con él. Yo quería mandarlo a paseo, con un tirón de orejas por entrometerse en nuestra vida de forma tan grosera.

Sus problemas traerían problemas innecesarios sobre nuestras cabezas. Sin embargo, cuando se negó a dar el nombre del supuesto alfa, mis sospechas aumentaron.

Zeus había insistido en que agotáramos todos los métodos de averiguación antes de decidir qué hacer. Yo estaba de acuerdo —nadie debería ser castigado por un crimen que no ha cometido—, salvo por la información que se negaba a compartir. Lo debatimos durante días.

Al final, el renegado había querido matarme por mi título, y sus verdaderos motivos se revelaron tras colarse en mi dormitorio.

—¿Está vigilada?

—Sí, Alfa. Tengo a Max y a Sam haciendo guardia fuera de su habitación.

—Muéstramelo.

Orión abrió el camino hasta la enfermería. Aunque no se hallaba lejos, estaba separada de nuestra casa de la manada. Sam y Max nos esperaban frente a una de las puertas de la sala de tratamiento. Antes de que pudiéramos entrar, la puerta se abrió de golpe y Mamá Deo, nuestra bruja residente, salió.

Sam se apresuró a cerrar la puerta, pero no antes de que el aroma a fresas y vainilla se extendiera por el pasillo. Fue suficiente para que mi nariz se estremeciera, y tuve que contenerme para no intentar respirarlo todo.

¿Qué demonios?

Orión se apresuró a ayudar a Mamá Deo. Estaba pálida y temblorosa, y me reprendí por no haberme dado cuenta antes.

Mamá Deo era como una mamá gallina para todos en la manada. Como resultado, la mayoría la veía como una segunda figura materna , especialmente yo, aunque no fuera un hombre lobo. Mi madre no me había mostrado compasión y una naturaleza enriquecedora, pero Mama Deo me lo había dado con creces.

—¿Qué ha pasado? —pregunté. Los dirigí a una habitación contigua. Allí, Orión la acostó en la cama.

Murmuraba sin descanso y en voz baja palabras que no podía entender.

Orión le cogió la mano y yo me puse en el otro lateral para hacer lo mismo. La preocupación marcaba sus rasgos al igual que los míos. Sentí la tensión vibrar bajo mi piel, en mis huesos.

—Mamá Deo —tuve que llamarla por su nombre unas cuantas veces más antes de que se espabilara. Seguía temblando y pálida, pero sus ojos se centraron en mí.

Forzó una sonrisa temblorosa.

—Estoy bien —me aseguró, y dirigió la mirada hacia la habitación donde se encontraba la muchacha—. Pero ella es especial. Esa chica es un auténtico pararrayos. No la toques ni con un palo de tres metros.

Sus palabras hicieron que se me erizase el pelo. ¿Quién era aquella persona para hacer que se tambaleara una de las brujas más fuertes de este lado del mundo? Mi agarre se tensó antes de soltarla. Me levanté y crucé la habitación. Orión me llamó, sin duda levantándose para seguirme.

Entré furiosamente en la otra habitación y me detuve.

Me estampé contra una pared de aquel mismo delicioso aroma. Fresas y vainilla. Se me hizo la boca agua. Era tentador.

Mis ojos se posaron en la figura que yacía en la cama y mi corazón casi se detuvo. Era hermosa. Pelo rubio y suelto, piel blanca como la leche y curvas que podrían matar a cualquier hombre.

Es mía.

No sabía si era Zeus o yo quien lo decía. No importaba. Deseábamos a aquella chica. La necesitábamos.

Queríamos poseerla.

Márcala.

Fóllatela.

Sin duda, sería increíble.

—¿Alfa? —oí que Orión me llamaba débilmente, pero mis ojos estaban pegados a ella.

¿Cómo se llamaba?

Mateo, no puedes matarla. No puedes dañarla.

Ya veremos.

No sabía si podría. Pero si llegaba el caso, y aquella renegada resultaba ser como todos los demás y la manada estaba en riesgo...

No tendría muchas opciones.

—¡Alfa! —resonó de nuevo. La llamada de Orión me impulsó a actuar. Tenía que tocarla, tenía que saber si su piel era tan suave como parecía. Si su pelo brillaba tanto de cerca.

Caminar hacia su cama era como caminar a través de la melaza, lento y laborioso. Para cuando llegué a su cama, mi corazón latía con fuerza. ¿Podría Orión oírlo? ¿Sam? ¿Max? Esperaba que no.

Alargué una mano para acariciar su pelo, sobre su mejilla, y pegué un brinco. Fue como una descarga, que recorrió mi cuerpo directamente hasta la ingle. Me dejó dolorido.

Palpitante.

Zeus gritó al contacto con aquello y rugió dentro de mi cabeza, justo cuando ella abrió los ojos.

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