Luna bendecida - Portada del libro

Luna bendecida

KristiferAnn Thorne

Capítulo 5

―Alfa Roman, llegaremos en un momento ―dijo Beta Logan en voz baja.

―Gracias, Logan.

Roman había estado callado durante los dos días de viaje. Había repasado una y otra vez los detalles de lo que el futuro Alfa de mierda le había hecho a su compañera y apenas podía controlar su rabia.

Roman habría dado cualquier cosa por recuperar a su cachorro nonato y a su pareja, y saber que alguien había roto un vínculo de apareamiento con tan poco cuidado le enfurecía.

Estiró sus largas y poderosas piernas, ansioso por llegar. Empezó a oler las marcas del territorio Oru, y un profundo gruñido salió de él.

―Alfa Edward carga con una gran vergüenza. Esto es por el futuro Alfa, Carson. No estoy seguro de si estará allí para conocerte o no. Tenemos entendido que lo encerraron en una celda lejos de su cachorro nonato y de la mujer con la que rompió su vínculo.

―No deseo conocer a un cachorro que escupe en el ojo de la Diosa de la Luna. No mantendré una alianza de manada con él una vez que ocupe el lugar de su padre.

―Entendido ―dijo Logan.

Sabía que el Alfa no estaba contento; había sentido gran simpatía por la Luna que había sido traicionada. Había oído hablar muy bien de ella y de su entrenamiento. Tenía sangre guerrera y el corazón de una verdadera Luna.

Otras manadas habían estado dispuestas a acogerla, pero varias Lunas se sintieron amenazadas a pesar de que ella no había hecho nada malo.

El Alfa gruñó. Su lobo empezó a sentir el poder del Alfa Edward mientras se acercaban hacia la gran casa de la manada Oru.

Logan observó que se había arriado la bandera de la manada y se había añadido una bandera lisa negra, que indicaba el tiempo de luto.

―La manada siente su pérdida ―observó Logan.

―Como deberían. No tienen ni idea de lo que ha hecho ese cachorro. Ella es una Luna bendita. Él no habría sentido el amor del vínculo hasta que lo hubieran consumado.

»Sin embargo, ella sintió ese sentimiento de amor puro siendo mucho más joven, mucho más intensamente, cuando la Diosa Luna la bendijo con el poder de Luna y de guerrera. Carson tiró todo eso por la borda.

Logan se sobresaltó y miró a su Alfa. Abrió la boca para hablar y la cerró cuando el gran hombre levantó la mano.

―No, no se lo he dicho. Pensé en darles la noticia en persona.

―Esto los sacudirá, Alfa.

―Así es. Y espero que vengan tiempos difíciles para la manada Oru.

El gran todoterreno y la caravana de guerreros se detuvieron frente a la manada Oru. Se quedaron sentados mientras contemplaban la sombría fila de recepción.

Roman se dio cuenta de que el Beta estaba de pie detrás del Alfa. La orgullosa y feroz pareja de guerreros estaba a su derecha, y la Luna de Edward a su izquierda. Todos vestidos de negro, con el escudo de Oru.

Roman abrió su propia puerta, sin esperar a que nadie lo hiciera. Tomó desprevenido al resto de lobos, impresionados por lo que acababa de hacer. Todos bajaron la cabeza excepto Edward, que extendió la mano y el antebrazo en señal de respeto.

Se estrecharon rápidamente las manos y asintieron. Roman era más alto que el Alfa Edward; medía dos metros y medio. Sabía que su tamaño por sí solo intimidaba, y lo utilizaba a su favor. Su pelo oscuro y sus ojos negros como el carbón aumentaban el miedo que infundía.

―Alfa Edward.

―Alfa Roman. ¿Puedo presentarte a los guerreros Michael y Fiona Canaver, padres de Abigail?

Roman extendió la mano y el antebrazo a Michael, que la agarró e inclinó la cabeza.

―Gracias, Alfa.

Hizo lo mismo con Fiona, que se inclinó y dio las gracias. Podía sentir su dolor y su rabia y sintió admiración por ellos al ver cómo mantenían sus emociones.

Roman miró al Beta, que permanecía orgulloso con la cabeza ligeramente inclinada. Le pareció curioso. No había nada de lo que él o su hija pudieran sentirse orgullosos.

Olfateó el aire mientras daba largas zancadas para seguir al grupo de lobos. Podía oler la tristeza y algo más que no podía definir.

Hazel se mantuvo callada tal y como Edward le había ordenado. No era el momento de hacer de anfitriona ni de montar una fiesta. La visita de Alfa Roman y su Beta no implicaba ningún tipo de alegría y la manada no podía fingir lo contrario.

Lo único que podía hacer Hazel era ofrecer apoyo y nada más. Su cachorro había hecho un gran daño, e iba a ser criticada por fallar como madre y Luna.

Edward les enseñó un ala de visitantes utilizada para descansar y reponerse tras largos viajes. Allí les esperaban bebidas y aperitivos, además de duchas y baños.

Roman y su grupo se tomaron su tiempo, haciendo esperar a su anfitrión. Era una señal de falta de respeto, y Edward se lo aceptó en silencio pero con desagrado. Su lobo estaba refunfuñando cuando oyó unas pesadas botas pisando fuerte en la casa de la manada.

―Gracias por la hospitalidad. Estoy seguro de que comprenderás que dos días de viaje requieren algo más que un simple enjuague. ―A Roman le brillaban los ojos como una llama dorada en un mar de negro.

―Espero que te hayas refrescado ―dijo Edward mientras ofrecía asiento al otro Alfa y tomaba el suyo.

Roman echó un vistazo a la sala y se recostó en la silla.

―Así es, junto con mi equipo.

Mantuvo la mirada fija en el incómodo Alfa.

―Dime, ¿cuándo podré conocer a la bendita Luna? Como sabes, muy pocos tienen el privilegio de ser bendecidos y protegidos por la mismísima Diosa de la Luna.

Edward jadeó y salió disparado de su silla.

―¿Qué?Ella noestá bendecida. Es imposible.

Varios gruñidos estallaron en la sala, y Edward pidió a todos que mantuvieran la calma. La pareja de guerreros se levantó de sus sillas y ambos Alfas gruñeron en señal de advertencia.

Roman esperó mientras todos se volvían a acomodar.

―Por sus venas corre la sangre de una guerrera feroz. Fue apareada con un Alfa que proviene de una manada muy poderosa.

»Antes de su primera transformación, su primer celo, ya estaba siendo protegida por la Diosa de la Luna; solo faltaba esperar hasta su primera consumación. El poder de tu hijo junto con el de ella habría generado algo completamente diferente a todo lo que hemos visto.

Edward guardó silencio. Desde hacía mucho tiempo ya no se oía hablar de Lunas benditas.

―¿Cómo no sintió nada de todo esto?

―Claramente no se tomó en serio su entrenamiento Alfa ni su papel. No se centró en su futura Luna. Si hubiera empezado a aprovechar su verdadero poder Alfa, la habría reconocido inmediatamente.

―Pero sintió algo por Taylor.

―Es un cachorro hormonal con una dosis añadida de hormonas Alfa. Habría sentido eso con cualquiera. Se habían mantenido separados hasta la ceremonia de Luna, ¿correcto?

Michael gruñó, mostrando su desaprobación de discutir acerca de la integridad de su hija.

―Mis disculpas, guerreros. No pretendo haceros daño ni faltaros el respeto. Si hubieran completado el vínculo, hubieran sentido el poder inmediatamente. ―Roman inclinó la cabeza en un gesto de respeto.

El grupo se quedó atónito y en silencio. Jacob bajó la cabeza derrotado. Su hija estaba destinada a una vida de vergüenza.

―¿Y la joven que lleva a su cachorro, mi nieto? ―Edward apenas podía hablar.

―Debo decir ahora, Alfa Edward Oru, que no tengo ningún deseo de mantener alianzas con manadas que no valoran el vínculo de pareja. No la reconoceremos como Luna, y no estoy predispuesto a reconocerlo como Alfa.

―¿Cómo llegaste a saber que Abigail era una Luna bendita? ―Edward estaba en estado de shock.

―Lo intuí en cuanto la vi.

No era verdad, pero era todo lo que les diría.

No contaría el hecho de que tenía una Profetisa en su manada. En su momento, ella había sido rechazada por ir en contra de un Alfa que quería instigar una guerra con acusaciones infundadas. Ella alertó a las otras manadas de que él quería atacar.

No debería haber sido rechazada por hacer lo correcto. Pero lo fue y ahora por fin había encontrado un hogar y el respeto que merecía en la manada de Luko, y él la protegería.

Roman se inclinó hacia delante y sostuvo la mirada de la pareja de guerreros.

―Sé que debe ser difícil de creer, pero estoy seguro de que vuestra hija es una Luna bendita.

Fiona asintió.

―Había oído hablar del término, pero creía que eran más un mito que otra cosa. Pero no me sorprende. Abigail siempre ha sido especial.

―Una Luna bendita… ―dijo Michael lentamente―. Tenemos que decírselo.

―No ―discrepó Roman rápidamente―. No hasta que me asegure de que está a salvo. Ya visteis cómo Carson intentó llegar hasta ella. Hay que protegerla de cualquiera… ―Le dirigió a Edward una mirada severa―. A cualquiera que intente utilizar sus dones en su propio beneficio.

―Estaba destinada a aparearse con mi hijo. Eso significa que sus dones eran para él ―protestó Edward.

―Y él la rechazó ―dijo Roman sin un ápice de piedad―. Perdió todo derecho a lo que ella pudiera haberle ofrecido.

Se volvió hacia los guerreros.

―Guerrera Fiona. Guerrero Michael. Juro proteger a vuestra hija. Es un honor tenerla en mi manada, y será tratada con el mayor respeto y reverencia. Lamento que no haya recibido eso aquí.

Al lobo de Edward no le hizo ninguna gracia la acusación de que Abigail no había sido atendida, pero sabía que era la verdad.

―Si lo hubiéramos sabido...

Los ojos de Roman brillaron cuando su mirada se encontró con la de Edward.

―Tu hijo eligió su camino, y ahora tiene que recorrerlo.

Ambos se tensaron, pero ninguno se echó atrás. Finalmente, Roman inclinó ligeramente la cabeza. Edward aceptó en señal de respeto.

Aún tenía que lidiar con el lío que había montado su hijo, y para eso no había una respuesta fácil. Descubrir que ella era una Luna sagrada había cambiado las cosas.

Significaba que tanto su hijo como su manada hubieran adquirido un poder incomparable. Por ello, se las había arreglado para enviarla lejos antes de que el resto de la manada se enterara de esto.

Ese poder estaba destinado a pertenecer a su hijo y a la manada Oru, y Edward no quería que nadie más se beneficiara.

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