Renee Rose
Kylie
«Lo siento, Jackson».
La estúpida decisión de ir directamente a Jackson gracias a mi enamoramiento en lugar de salir de Dodge con Mémé anoche ha sido más que contraproducente.
Puse a la única persona que amo, la única familia que me queda, en un peligro terrible. Nunca me perdonaré si le pasa algo. Entonces, a pesar de los momentos emocionantes que he tenido con Jackson King, a pesar de mi deseo de establecer una conexión genuina con él, de confiar en que él podría cerrar la brecha gigante que había establecido entre el resto del mundo y yo, voy a destruir su empresa. Mémé es más importante.
Tengo que recuperar la memoria USB sin despertar sospechas. Decido ir de forma directa.
Definitivamente es un día para usar zapatillas. Con una falda de mezclilla corta, una camiseta de anime y mis Converse negras brillantes, llego a SeCure a las 6:45 de la mañana. Me imagino que estará abierto y confío en que Jackson llegará temprano para estar al tanto de la amenaza. Subo las escaleras hasta el octavo piso.
Las luces están apagadas y las puertas cerradas. Me dejo caer en el suelo frente al despacho de Jackson, apoyo la espalda contra su puerta y saco mi computadora portátil personal. No tengo cosas que investigar: me quedé despierta toda la noche tratando de rastrear el número de teléfono bloqueado de la llamada amenazante a una dirección IP, pero aún no lo he logrado.
¿Cómo me encontraron? He tenido mucho cuidado todos estos años.
El ascensor suena. Retiro los ojos de la pantalla, con los dedos aun volando sobre el teclado, buscando cadenas de datos.
Jackson se detiene cuando me ve.
—¿No pudiste dormir?
Me pongo de pie.
—Nop. ¿Y tú?
—Ni un poco.
—¿Qué encontraste? —Voy a pretender que somos aliados y que estamos en esto juntos. Él levanta una ceja para hacerme saber que estoy fuera de lugar. Él está a cargo y no somos un equipo—. Disculpa, ¿se supone que debo besarte el trasero y llamarte señor King en el trabajo?
—Me gustó cuando me llamaste señor —dice, abre la puerta y pasa junto a mí.
—Imagino que sí —murmuro y el recuerdo de cómo me dominó anoche me vuelven a sobrecoger. Lo sigo, sintiéndome como en casa en su descomunal despacho al dejarme caer en una silla y sacar mi computadora portátil—. Traje mi computadora personal para cargar el malware. Me gustaría tener la oportunidad de estudiarlo, si estás listo para dejarme echarle un vistazo. —El miedo y la necesidad han traído de vuelta a la vieja Kylie, la que es capaz de mentirle a cualquiera, incluso a Jackson King, mi kriptonita personal.
Me ignora, con el rostro ilegible mientras saca su propia computadora portátil y la coloca en la estación de acoplamiento.
Estando demasiado inquieta para quedarme allí sentada y esperar a que él me considere digna de respuesta, le pregunto:
—¿Quieres que prepare café? —Debe tener su propia estación de aperitivos en este piso.
Deja de moverse. La luz del sol que entra a raudales por las ventanas de pared a pared le aclara los ojos. Hay algo depredador en la forma en que me mira. Como si mi oferta de preparar café lo excitara. Bueno, tal vez tenga un fetiche por la dinámica de amo y esclavo. Le encanta que lo atiendan. Definitivamente estaba siendo mandón con Sam, su compañero de casa.
—Con crema, sin azúcar.
—¿Dónde está?
—A la vuelta de la esquina a la derecha. Lo encontrarás.
Es curioso, pero podría tener la otra cara del mismo fetiche porque me excita ir a buscarle su café.
Agradecida por el gasto de la energía maníaca que me gobierna, salgo del despacho y preparo el café. Son granos recién molidos de Peet's, y hay crema real en el refrigerador debajo. Yo también me preparo una taza y regreso, justo cuando llega su secretaria.
Si las miradas pudieran matar, estaría hecha pedazos en el suelo.
—No te preocupes por su café —le digo alegremente—. Ya me encargué.
Ella me mira de arriba abajo y aprieta los labios cuando ve mis zapatillas.
Muestro mi sonrisa más brillante mientras me dirijo al despacho de Jackson.
—Su café, señor. —Me acerco a su lado del escritorio y me acerco demasiado mientras me inclino como una gatita sexual para entregarlo.
Su secretaria mira boquiabierta desde la puerta.
—Calma, gatita, o te castigaré aquí también —gruñe en voz baja.
—¿De qué hablas? —pregunto inocentemente.
—Cancela todas mis citas y cierra la puerta, Vanessa. Tenemos una situación que arreglar aquí —le dice a su secretaria mientras abre el escritorio y saca una regla de madera. La deja sobre el escritorio entre nosotros, lanzándome una mirada explicativa.
A pesar de todo, a pesar de la falta de sueño y de preocuparme por Mémé, a pesar de mi abrumadora tarea de conseguir la memoria USB y hackear el sistema de SeCure en las próximas doce horas, una carga de puro deseo sexual me atraviesa.
«Joder, sí que puede azotarme de nuevo».
Querrá hacerme algo mucho peor cuando se dé cuenta de lo que voy a hacer. Y ese pensamiento me quita la lujuria.
Extiendo la palma.
—¿La memoria?
Realmente no estoy segura de que me lo dé, pero, después de un momento, se la saca del bolsillo y la lanza al aire.
La atrapo y él sonríe ante mis rápidos reflejos.
—Te quedarás en mi despacho mientras trabajas en ello. —Hace un ademán con la barbilla hacia la silla frente a él.
«Mierda». ¿Cómo diablos se supone que voy a hackear SeCure y cargar el maldito malware mientras estoy en su despacho trabajando desde una computadora que no está conectada al sistema?
Me acomodo en una silla y conecto la memoria USB. Es un programa sofisticado y no estoy completamente segura de cómo funciona, pero no puedo concentrarme en descifrarlo. En cambio, estoy revisando todo lo que aprendí al hackear SeCure hace ocho años. Por supuesto, sé que nada volverá a ser igual esta vez.
Joder, solo he estado en el trabajo un par de días. ¿Cómo esperan que lo instale? Todavía no tengo acceso de seguridad a nada. A no ser que…
¿Cuáles son las posibilidades de acceder a la computadora del jefe? Aquí estoy, sentada en su despacho. Si ha iniciado sesión en el sistema, puedo obtener su contraseña o incluso cargar el código desde su computadora. El hombre tendrá que ir al baño en algún momento, ¿verdad? ¿O salir a almorzar?
Me late el corazón con fuerza mientras contemplo la traición y Jackson levanta la mirada, como si escuchara el latido desenfrenado.
Mantengo la cabeza gacha, como si estuviera estudiando mucho.
Tendré que huir en cuanto termine o de lo contrario me sacarán esposada. Considero las salidas. La escalera conduce a la parte trasera del edificio. Podría llegar a mi auto.
¿Y luego adónde voy?
Los idiotas chantajistas ni siquiera me dijeron cómo ponerme en contacto con ellos. ¿Cómo recuperaré a Mémé?
Un miedo terrible y espeluznante me golpea como una descarga eléctrica en la columna. «¿Y si no tienen la intención de devolverla?» ¿Qué pasa si ella ya está muerta y su cuerpo yace en algún lugar del desierto? Debería haber exigido escuchar su voz. ¿Qué diablos me pasa?
Una vez que cargue el malware, no tendré poder alguno. Mémé y yo seremos prescindibles. Me culparán por el ataque y Mémé muere.
—¿Qué pasa? —La voz de Jackson atraviesa la oficina.
Levanto la cabeza de golpe para encontrarlo mirándome con intensidad. Tiene las fosas nasales dilatadas como si oliera algo desagradable.
El corazón me late con más fuerza. ¿Dije algo en voz alta?
—Siento tu agitación. ¿Qué encontraste en el código? ¿Sabes quién lo hizo?
Dios, ¿«siente mi agitación»? No es de extrañar que este hombre creara una empresa multimillonaria con nada más que una computadora portátil. Y siempre pensé que no tenía ningún tipo de habilidad social. Tal vez se mantiene alejado de la gente porque puede leerlos demasiado bien y lo aburren.
Mi mente corre en busca de algo que decir.
—Creo que me tendieron una trampa.
Levanta el labio con desprecio.
—Pensé que ya sabíamos esa parte.
—Me refiero a internamente. ¿Cómo obtuve este trabajo? Una cazatalentos me llamó de la nada. Nunca lo vi publicado en ningún lado. Nunca me postulé con SeCure.
Jackson palidece y puedo jurar que los ojos se le vuelven azules nuevamente. Se pone de pie con una expresión sombría.
—Vuelvo enseguida. —Sale por la puerta y la cierra detrás de él.
Cuento hasta cinco para calmar la respiración. Luego camino rápidamente hacia el escritorio de Jackson y me siento en su silla.
Aprendí en mis días de atracos a desconectar el miedo cuando estaba trabajando. El tiempo siempre fue esencial y, si perdía la cabeza, el trabajo no saldría bien. Aprendí a encerrarme en un agujero negro de concentración. No me concentro en nada más que en la tarea que tengo entre manos. Ese es el espacio en el que encuentro ahora y mi visión se reduce a las indicaciones en la pantalla mientras examino las pantallas de inicio de sesión para extraer la contraseña de Jackson. Encuentro veinte, sin patrón discernible. Debe tener una diferente para cada inicio de sesión. Inteligente.
Trabajo para atravesar el cortafuegos y acceder al código del área de seguridad de la información. No me permito pensar en lo que sucederá si Jackson regresa antes de que yo lo haya logrado. O si no puedo entrar. O si no dejan ir a Mémé.
Solo veo los caracteres en la pantalla, como un rompecabezas por resolver.
Dieciséis minutos después, estoy dentro.
No hay tiempo para celebrar. Agarro la memoria USB y la inserto en el puerto.
«Lo siento, Jackson. Lo siento mucho».
Se inicia automáticamente y el código se despliega ante mis ojos a la velocidad del rayo.
Me levanto de la silla, recojo mis cosas y salgo rápidamente. No miro a su secretaria. Camino por el pasillo, como si me dirigiera al baño, y me meto a las escaleras.
Ocho pisos. Luego un estacionamiento y estaré en mi auto.
Excepto que ya sé que me han engañado. No van a dejar ir a Mémé. ¿Cómo podrían incriminarme si una anciana cuenta la historia de que fue secuestrada?
Así que cometí otro delito grave y destruí la única empresa que he admirado por nada.
Peor aún, he destruido todo lo que tenía con Jackson King. Y eso… eso casi duele tanto como la idea de que Mémé esté muerta.
***
Jackson
A mi parecer, este ataque tuvo que venir de alguien de mi departamento de seguridad de la información.
Desafortunadamente, eso lo reduce a 517 personas, ubicadas en todo el mundo. Solo 137 de ellas están en este edificio. Pero puedo comenzar con Luis, mi director de seguridad, y Recursos Humanos, para obtener algunas respuestas sobre la contratación de Kylie.
Me dirijo directamente a la oficina de Luis y entro sin tocar. Está hablando por teléfono, probablemente con su esposa, porque puedo oír la voz femenina en la línea, contando una historia larga e interminable.
Luis se sienta derecho, mirándome atentamente mientras intenta interrumpir el monólogo.
—Lo siento, cariño. El señor King acaba de entrar a mi despacho.
—¡Oh! Está bien, llámame más tarde —dice rápidamente.
—Sí. —Cuelga y me mira avergonzado—. Mi esposa está muy nerviosa por hacer que nuestro hijo participe en el concurso de talentos de la escuela.
Tengo que darle crédito a Luis. Después de todos estos años en los que he evitado todas las conversaciones personales, él todavía lo intenta. Es como si quisiera que recordara que tiene una familia y es humano, para que no le exija demasiado.
Pero eso nunca me ha detenido.
—¿Qué averiguaste sobre la nueva empleada de seguridad de información? —me pregunto.
Luis arruga la frente.
—¿Kylie McDaniel? ¿A qué se refiere?
—Te pedí que investigaras dónde la encontramos. ¿Quién la evaluó? ¿Cuánto tiempo estuvo abierta la vacante?
—Siempre tenemos puestos vacantes. Me pidió que duplicara nuestro equipo de seguridad de información hace tres años y he estado trabajando en eso. Es difícil encontrar empleados nuevos. Se necesita un promedio de tres meses para cubrir un puesto.
—¿Y publicaron esta vacante?
—No está publicada, no. Usamos una cazatalentos. Mitiga la pérdida de tiempo examinando solicitantes no calificados. Ha estado buscando activamente candidatos durante el último año.
—¿Y cómo encontró a Kylie?
Luis se encoge de hombros.
—Lo siento. No lo he investigado. Es bien sabido que se utilizan los foros de hackers para estos trabajos. Tiene sentido contratar a personas que realmente entienden con qué nos enfrentamos. Hacemos excepciones especiales para candidatos como Kylie. Por ejemplo, los requisitos laborales oficiales exigen de veinte a veinticinco años en el campo. Pero sus habilidades demostradas, basadas en la prueba que Stu administró, se utilizan en lugar de los años de experiencia.
Todo tiene perfecto sentido e incluso suena plausible. Pero Kylie tenía razón. Fue demasiada coincidencia que le enviaran la nota de chantaje inmediatamente después de comenzar con SeCure. Si los hackers estuvieran buscando una entrada, les habría tomado más de unos pocos días identificar y buscar las debilidades de cada empleado.
Esto me parece una incriminación de primera clase.
—Quiero el nombre y el número de teléfono de la cazatalentos.
—¿Pasa algo, señor? Pensé que le agradaba la chica, a pesar de su frescura.
—No importa si me agrada o no. Quiero saber más sobre las prácticas que la cazatalentos utiliza para ocupar los puestos más delicados de mi empresa —le espeto, usando mi voz más autoritativa.
Luis instantáneamente pone su rostro tranquilo y apaciguador.
—Por supuesto señor. Entiendo. Llamaré a Recursos Humanos ahora mismo y le buscaré la información. —Coge el teléfono.
—No importa —digo—. Iré yo mismo. —Necesito ver los ojos de las personas, estar lo suficientemente cerca para oler su miedo cuando las interrogue. Salgo, camino resueltamente hacia el ascensor y bajo hasta el cuarto piso para ver a la directora de Recursos Humanos.
No llego muy lejos con ella, aparte de recibir el nombre y el número de la cazatalentos.
En este momento, mi lobo busca mi atención, diciéndome algo sobre Kylie. Tengo ganas de verla. Casi necesito hacerlo.
«Maldición». ¿Es posible que la verdadera pareja de un cambiante sea humana? Porque no hay otra explicación para lo que siento.
A menos que sea solo mi instinto advirtiéndome sobre el peligro potencial que es ella para mí.
Con ese pensamiento, subo las escaleras de dos en dos de regreso a mi despacho, sin querer quedarme en silencio en un ascensor. Su olor está en todas partes, me llena la nariz como si estuviera en las escaleras conmigo.
Llego a mi despacho y abro la puerta.
Mi computadora está abierta y un programa se mueve rápidamente por la pantalla.
«Ay, mierda».
Siento que el corazón se me detiene, atrapado en algún lugar entre la clavícula y la garganta. Me sudan las palmas; la visión se me nubla de rabia.
«Dime que no es lo que creo que es. Dime…»
«¡Joder!»
Con un rugido, tomo mi computadora portátil y la tiro contra la pared, rompiéndola en un millón de pedazos.
—¡Señor King! —Vanessa entra corriendo al despacho.
—¿Hace cuánto tiempo que se fue? —Me sorprende lo tranquilo que sueno.
—¡Oh! Um… unos diez minutos, señor. ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Señor? ¿Pasó algo?
La ignoro y paso corriendo junto a Vanessa.
«Las escaleras».
Las malditas escaleras. No es de extrañar que sintiera su olor. Por ahí escapó.
***
Kylie
Llego a mi auto y salgo del estacionamiento. Me dirijo al centro, pero no tengo ni idea de adónde ir.
La policía me buscará en casa. Es hora de escapar. He hecho esto al menos veinte veces. Sé borrar mi existencia y crear una nueva en otra ciudad. Otro país, incluso. Pero que me condenen si me voy de Tucson sin Mémé.
Entonces, solo necesito un lugar para esconderme. Esperar la llamada de los chantajistas que me temo que no llegará.
Conduzco hasta Bank of America, donde tengo una caja de seguridad. Quizás pueda llegar antes de que el FBI ponga una alerta sobre cualquier cosa que tenga que ver con mi número de seguro social actual. Entro rápidamente al banco, me bajo el dobladillo de la camiseta, deseando haberme puesto los tacones hoy.
Retiro todos mis ahorros en efectivo, les doy mi identificación y solicito mi caja de seguridad. Me envían a un despacho a esperar. Pasan tres minutos. Cinco.
«Por favor, que esto me salga bien».
El gerente con sobrepeso y peinado de los noventa regresa con la caja.
Gracias a Dios.
La abro y saco todo. Tengo pasaportes e identificaciones allí, junto con más efectivo de emergencia. Actúo de forma profesional y resisto el impulso de arrojar todo en el bolso y correr. Mantengo mis movimientos limpios y transparentes. No desperdicio gestos ni momentos; mantengo una careta fría, tranquila y serena para evitar levantar sospechas.
—Muchas gracias —le digo al gerente del banco con una sonrisa brillante. Cuando salgo, casi me desmorono.
Si huyo ahora, estaré completamente sola. Sin Mémé. Sin amigos. Sin la posibilidad de mantener el estilo de vida normal que había adoptado.
Pero, si me quedo, terminaré en una prisión federal. En lugar de subirme al auto, empiezo a caminar. El centro de Tucson es pequeño, pero hay gente en todas partes y me puedo ocultar entre la multitud. Subo por la calle Congress, sin ir en ninguna dirección en particular, solo necesito moverme. Pensar.
Mi teléfono permanece terriblemente silencioso. Seguramente los chantajistas ya saben que el código se ha instalado.
Así que sí. No tienen intención de liberar a Mémé.
Busco un café y saco la computadora portátil para trabajar una vez más en rastrear la llamada telefónica que recibí la noche anterior. El simple hecho de tener algo familiar que hacer me reduce el nivel de estrés. Trabajo el resto del día sin suerte. Para cuando las ventanas se oscurecen y el barista me mira mal, sé que no hay esperanza.
No van a llamar.
Estoy algo sorprendida de que alguien de SeCure o del FBI al menos no haya intentado hacer sonar mi teléfono, aunque no lo fuera a contestar.
Salgo del café y camino de regreso al auto. No está rodeado de patrullas ni ha sido incautado, pero de todos modos paso de él. No vale la pena correr el riesgo. En cambio, pido un Uber y utilizo una cuenta ficticia para que me lleve a un motel junto a la carretera lateral de la I-10. Reservo una habitación con mi nueva identidad y tarjeta de crédito.
En la habitación del motel, me quito los zapatos y me siento en la cama con mi mejor y única amiga, mi computadora portátil.
«Piensa, Kay-Kay, piensa».
¿Qué hago ahora? ¿Me voy de la ciudad? ¿Tomo un avión para irme del país? ¿Qué se puede hacer por Mémé?
Soy una mujer inteligente, pero no me llega ninguna respuesta. Me abrazo las rodillas y me balanceo hacia adelante y hacia atrás.
***
Jackson
Me aprieto las sienes con una mano mientras la otra se mueve sobre el teclado. Son las cuatro de la mañana.
Todos los empleados de seguridad de la información y yo hemos estado trabajando todo el día y la noche para aislar el maldito malware, pero ha llegado a todas partes. Implementé medidas de emergencia para transferir los datos financieros de millones de usuarios a nuevos servidores seguros, pero dudo que seamos lo suficientemente rápidos. Probablemente ya tengan suficiente para causar un daño importante. Todavía no sé qué buscan. Esto parece ser demasiado grande para simplemente querer datos de tarjetas de crédito. Debe haber objetivos más fáciles de hackear que SeCure si eso fuera todo lo que están buscando.
—Diles a todos en el departamento que nadie se irá a casa esta noche hasta que hayamos completado la transferencia —le digo bruscamente a Luis—. Y si alguien dice una palabra de que nos estamos enfrentando a esto, está muerto. ¿Entendiste?
—Ya les he dicho —dice Luis con su infinita paciencia—. ¿En qué momento involucraremos al FBI?
—No lo haremos hasta que tengamos toda esta situación bajo control. Ni siquiera quiero que el resto del equipo ejecutivo se entere de esto hasta que lo hayamos contenido.
Luis parece dudoso, pero asiente.
—Sí, señor.
Mi directiva tiene mucho sentido. Estamos ante una emergencia de proporciones épicas. Si la prensa llega a enterarse, las acciones de SeCure caerán en picada y la población del país entrará en pánico por el robo de su dinero e información.
Pero tengo otra razón para negarme a involucrar a la policía.
Quiero lidiar personalmente con Kylie McDaniel. Me traicionó y necesito mirarla a los ojos y comprender cómo cometí tal error. Necesito asegurarme de que nunca vuelva a suceder.
Y hay algo más. Algo que ni siquiera quiero admitir que me motiva, pero lo hace.
Kylie no sobreviviría en la cárcel.
Es claustrofóbica. Eso la mataría.
Así que prefiero usar la justicia de los lobos en este caso. Encontrar a Kylie y hacer que pague de la manera tradicional. Castigo y devolución.
Ella va a arreglar esto.
Incluso si tengo que hacerla mi prisionera hasta que lo haga.
—¿Ya sabemos cómo lo lograron, señor? ¿Sospecha de la chica nueva? Supe que desapareció hoy.
—Yo me ocuparé de la gente detrás de esto. Concéntrate en contener el desastre.
—Sí, señor.
—Quédate aquí y supervisa. Voy a encontrar quién hizo esto y les haré pagar. —El depredador que hay en mí necesita cazar a mi presa. Tengo que encontrar a Kylie.
Luis debe ver la fiereza de mi lobo porque palidece y asiente con la cabeza.
—Sí, señor.