
Alexei: Una historia de la mafia rusa
Anastasia trabaja en un deslumbrante y peligroso club nocturno ruso, solo el tiempo suficiente para pagar la escuela de enfermería y escapar de los hombres groseros y las mujeres celosas. Está contando los días para dejar todo atrás… excepto por una complicación: Alexei, el magnético e inalcanzable líder de la Bratva. Su mirada la ha seguido durante meses, despertando algo que no puede ignorar. Ahora, está atrapada en un juego de miradas robadas y promesas no dichas, donde cada roce puede significar un corazón roto o una rendición.
En este mundo, el amor y la guerra juegan bajo las mismas reglas despiadadas, y ella no está segura de qué bando está.
Capítulo 1
ANASTASIA IVANOVA
La luz del sol se colaba por las finas cortinas, iluminando mi rostro. Refunfuñé y me di la vuelta, tapándome la cabeza con la almohada para esconderme de la claridad.
Ni siquiera quería mirar la hora. Ya sabía que era tardísimo.
Me había costado llegar a casa a las cinco y cuarto de la madrugada, con los zapatos en la mano, los pies y las piernas hechos polvo, y con la cabeza dándole vueltas a alguien que no podía sacar de mis pensamientos .
Alexei Sokolov.
Últimamente, su nombre no dejaba de rondarme. Era solo otra noche más trabajando de camarera en el club ruso, sirviendo vodka carísimo a ricachones trajeados que no trataban bien a la gente.
Me dolían los pies solo de pensarlo. Diez horas con tacones de infarto, yendo de mesa en mesa y fingiendo risitas para sacar más propinas.
Era un trabajo duro, pero se ganaba bien. Había sacado más de mil euros. La mayoría de un solo hombre.
De él.
Alexei, el nuevo jefazo de la banda de mafia rusa más grande de Nueva York, estaba otra vez en el reservado de la esquina con sus hombres. Tenía ese pelo castaño claro que siempre lucía perfecto, incluso a medianoche. Su mandíbula parecía tallada en piedra, y sus ojos... esos ojos azules intensos que parecían verlo todo.
Nunca se veían suaves. Pero anoche... anoche me miró diferente.
Me acerqué a su mesa, me sentía segura con mi bandeja en una mano. Sonreí, intentando mantener la calma mientras fingía no darme cuenta de cómo me miraba.
Pero vaya si me di cuenta. Y de qué manera.
Él no sonrió. Nunca sonreía. Pero no me quitaba los ojos de encima.
—Su vodka —dije, dejando el vaso.
Asintió brevemente. Luego sus dedos rozaron los míos al darme unos billetes doblados.
No abrí la mano de inmediato. Solo sonreí, di las gracias y fui a la siguiente mesa.
Pero él me siguió con la mirada mientras me alejaba. Podía sentir sus ojos clavados en mí.
Más tarde, cuando por fin miré el dinero en el baño, casi se me cae de las manos. Dos billetes de cien euros con algunos de cincuenta.
No era la primera vez, pero era la vez que más que me había dado hasta ahora. No dijo nada. Ni siquiera un comentario coqueto. Nada.
Solo esa mirada, como si estuviera tratando de contenerse. Y no podía mentir, me hizo latir el corazón de una manera que Carter nunca logró.
Carter.
Suspiré, sentándome en la cama y arreglando mi melena rubia despeinada. Mi novio, si aún podía llamarlo así, era perfecto sobre el papel: médico, trabajo estable, bien educado, estadounidense.
Muy diferente a un hombre ruso. Se preocupaba por el medio ambiente y me decía que era hermosa sin ropa elegante.
Debería haber sido suficiente. Pero no me emocionaba. Era un muermo.
Tal vez por eso Alexei me daba miedo. No quería enamorarme de alguien como él, un hombre ruso, pero no cualquier ruso: un jefe del crimen.
Un fuerte golpe interrumpió mis pensamientos.
—¡Buenos días, bella durmiente! —dijo Natalya antes de abrir la puerta de par en par.
—Es demasiado temprano para estar tan contenta —dije, volviendo a caer en la cama y cubriéndome la cara con la almohada otra vez.
—Venga ya. Las dos trabajamos hasta las tantas y yo sigo de buen humor —bromeó, sentándose en la cama y dándole un sorbo a una taza enorme de café.
—¿Cómo lo haces? —pregunté.
—Café y fingir. Y nos vamos de compras, así que levántate. Necesito un vestido nuevo y tú más ropa para el trabajo.
—Vale —dije, saliendo de la cama a regañadientes.
Al ir a la cocina, me serví un café bien cargado y me apoyé en la encimera.
—Bueno... ¿cuánta pasta sacaste anoche? —preguntó.
Dudé antes de responder. —Algo más de mil.
Casi se atraganta. —Venga ya.
—No bromeo —dije.
—Vale, definitivamente volveré a ser rubia. ¡A los hombres les chiflan las rubias. Sobre todo a los rusos!
Pero yo sabía la verdad. No eran las mesas. Era él.
Era Alexei.
—Tienes una suerte bárbara —dijo Natalya—. Yo solo saqué unos cuatrocientos. Te juro que les gustas más. Pareces inocente, como si nunca hubieras echado un polvo.
Me reí. Si ella supiera lo que había pensado anoche...
Cómo me había sentido cuando Alexei recorrió mi cuerpo con la mirada. El hecho de que no había tenido un buen orgasmo en meses, aunque Carter y yo teníamos sexo a menudo.
Pero la forma en que Alexei me miraba hacía que mi cuerpo se sintiera increíble. El tipo de sensación que necesitaba.
—Sí... tal vez —dije, bebiendo mi café.
Natalya se levantó. —Voy a vestirme, vuelvo en quince minutos. Más te vale ponerte algo abrigado o llamaré a nuestros ancestros para que te avergüencen.
—Sí, sí, Madre Rusia —bromeé, y nos reímos.
Me quedé en la cocina un rato más. Puse los dedos en el borde de la encimera y miré por la ventana.
Pensé en el dinero escondido en mi armario, enrollado con gomas elásticas. Pensé en Alexei, en lo callado que era, lo controlado, lo hambriento que parecía.
Me daba miedo. Pero más que eso... me intrigaba.
Me miraba como todos los hombres, como si quisieran algo, pero también había algo más en su mirada, algo más profundo.
Y no estaba segura de qué me asustaba más, no saber qué era o querer dárselo.













































