Bailey King
El olor de las palomitas de maíz que tenía delante le producía náuseas. Se le revolvió el estómago y la cabeza le dio vueltas.
O tal vez era su cabeza lo que le daba vueltas. Quizás porque no había comido en dos días.
Nada. En absoluto.
Y ahora necesitaba comer por dos, lo sabía, pero no había tenido dinero para comprar comida y estaba sintiendo las consecuencias.
Peyton seguía trabajando en el cine y tenía que servir la comida que ofrecían en el menú del cine. Todos los días.
El olor de las palomitas y los colores de los granizados la volvían absolutamente loca. Si no la hacían sentir mal, le daban hambre, y no podía permitírselo.
Sebastian seguía sin hacer nada por hablar con ella. Ahora que sabía por qué era tan rico, deseó no haber accedido a nada de todo esto. Nunca.
Sin embargo, no cambiaría el pequeño bulto de su pecosa barriga por nada del mundo. Se miraba todos los días en el espejo y le encantaba cómo le brillaban los ojos y la forma en que su pelo parecía aún más sano desde que se quedó embarazada.
Nunca entendió las pecas pero sabía que la hacían única, así que le encantaba.
—Hola, ¿eres sorda o algo así? —le dijo un chico bruscamente haciendo que Peyton saliera de sus pensamientos y lo fulminara con la mirada.
—No, pero soyalérgica a los idiotas.
El chico se quedó con la boca abierta y soltó la mano de su novia, golpeando con el puño el mostrador.
—¿Tienes idea de quién soy?
Peyton se fijó en su brazo: llevaba una chaqueta de cuero, y una camiseta blanca lisa con un dibujo de unos aviadores. Llevaba unos vaqueros y unas zapatillas Converse negras.
Ella sonrió y lo miró a los ojos.
—Pues mira, en realidad sí lo sé. Eres el tipo con un pasado jodido. Intentas ser guay y follarte a cualquier cosa con vagina y te crees el puto amo.
»La gente te tiene miedo y a ti te encanta porque por una vez no eres tú quien le tiene miedo a otra persona, probablemente a tu padre, que yo diría que es un borracho. También sé que te crees un tipo duro y quieres que los demás piensen lo mismo para que no se metan contigo y te partan la cara.
Entonces miró a la chica que estaba a su lado, y puso la mano en alto para silenciarlo antes de seguir hablando.
—Y ellaes esa chica que cree que va a ser la que te cambie, pero todos sabemos que esa persona será probablemente tu vecina.
Volvió a dirigirse a él.
—Y sé que crees que el hecho de que te tengan miedo en el colegio hace que esté bien que seas un idiota, pero adivina qué.
Se inclinó hacia él como si quisiera contarle un secreto.
—Este es el mundo real, y cuando hayas aprendido por fin que no todo gira en torno a ti, dejarás de usar el cerebro situado bajo tu cremallera del pantalón y empezarás a usar el cerebro situado bajo tu pelo.
Satisfecha con su discurso, Peyton se echó hacia atrás y cruzó los brazos sobre el pecho en señal de victoria.
—Ahora discúlpate y sé un humano o sal de mi vista.
Rojo.
Ese era el color que adquirió su cara al agarrar de nuevo la mano de la chica.
—¡Al menos no soy una zorra embarazada que trabaja como una esclava en el cine!
Peyton se quedó con la boca abierta y levantó lentamente el mostrador para salir.
—Por lo menos no soy un pequeño delincuente de instituto.
Sus ojos se abrieron de par en par y ella sonrió.
—¿Crees que no he visto el tatuaje en tu muñeca, Sr. Voy al Reformatorio?
Ella sonrió y él volvió a acercarse a ella.
—¡Puede que haya estado en un reformatorio, pero al menos quiero hacer algo útil con mi vida!
Peyton volvió a mirar hacia la chica.
—¿Y ella quién es? ¿Un bebé? ¿O ya tiene uno en camino?
El chico se quedó callado un momento antes de mirarla con desprecio y retroceder.
—¡No voy a perder más el tiempo hablando con una basura como tú!
Empezó a alejarse y Peyton sonrió victoriosa.
—¡Gracias a Dios! Ya me dolía la vista con ese energúmeno.
Oyó a otro tipo gruñir.
Peyton volvió detrás del mostrador y sonrió como si no hubiera pasado nada mientras miraba hacia su tripa.
—Ves, tu mamá puede con todo.
Se frotó la barriga y sonrió al siguiente cliente cuando levantó la vista.
—¿Qué puedo ofrecerte?
El chico pidió, ella le cobró y fue a entregarle el cambio.
Sin embargo, el chico no lo aceptó y dijo: —No, quédatelo. Pusiste a Jacob en su sitio; eso es suficiente para mí. —Se alejó y Peyton se guardó el dinero en el bolsillo.
Dinero para comer.
Miró la hora y se dio cuenta de que su turno había terminado hacía cinco minutos.
Contenta, tiró el delantal en su taquilla y cogió su bolso. Mientras se dirigía a la salida, se cruzó de nuevo con el chico impresentable, Jacob, y le sonrió sarcásticamente, soplándole un beso.
Siguió caminando y se detuvo en seco cuando sintió una ola de mareo.
Se llevó la mano a la cabeza y sintió que alguien la agarraba por el hombro mientras empezaba a desmayarse.
—¿Está usted bien, señorita? —Ella miró al hombre que le hablaba y vio como si hubieran tres personas. A punto de decir algo, se detuvo inmediatamente cuando sintió que iba a vomitar.
También sintió cómo sus rodillas se debilitaban mientras caía en un par de brazos y dejaba que la oscuridad la invadiera por completo.