Elección rebelde - Portada del libro

Elección rebelde

Michelle Torlot

Decisiones

KATIE

La siguiente vez que abrí los ojos, estaba de nuevo en otro lugar. Me molestaba un poco que cada vez que me despertaba estuviera en otro sitio. De la casa de la ciudad a una celda, luego en un hospital y, esta vez, a una cama grande y cómoda.

Me sentí aliviada de que no me estuviera espiando la doctora, Lena, o como se llamara. Y aún más aliviada de que aquel Alfa raro no estuviera merodeando cerca de mí.

Sus últimas palabras resonaban en mi mente.

«Me perteneces».

Yo no pertenecía a nadie. La única persona que me dominaba era mi padre, y eso sólo porque le tenía miedo, miedo de acabar como mi madre. Ahora, parecía que me había abandonado.

En realidad no era una gran sorpresa. ¿Cuántas veces me había dicho lo débil y patética que era? Tal vez lo era. Tal vez por eso fui capturada por la Manada de la Luna de Sangre tan fácilmente.

Eché un vistazo a la habitación. Era grande. La cama ocupaba la mayor parte del espacio.

Una de las paredes estaba ocupada por lo que parecían armarios empotrados y una cómoda con espejo. Luego había dos puertas, una que daba al exterior de la habitación, otra probablemente a un cuarto de baño.

La habitación estaba decorada en gris claro y rojo oscuro. No me gustó especialmente, aunque la cama era cómoda, más que en cualquier otro alojamiento en el que había tenido el placer de estar recientemente.

No es que tuviera intención de quedarme. Tal vez esta era mi oportunidad de alejarme de mi padre. Sabía que yo no era de mucha utilidad para él. ¿Quién había oído hablar de un rebelde que no pudiera transformarse?

Quedarme aquí tampoco era una opción. No tenía intención de ser el juguete o la mascota del Alfa de la manada Luna de Sangre. Todo el mundo sabía lo duro que era.

Por eso era el Alfa de la manada más grande y feroz.

Miré bajo las sábanas, no muy sorprendida de que siguiera llevando sólo ropa interior. Miré el vendaje de mi estómago. Para empezar, tendría que quitármelo.

Aparté las sábanas y me incorporé, aparté los bordes del vendaje con cuidado y me estremecí ligeramente. Otra cicatriz más que añadir a mi colección. Al menos lo sería, una vez curada.

Aún se me veían los puntos, pero parecían estar cicatrizando bien. Me preguntaba cuánto tiempo había estado recuperándome.

De repente, una de las puertas se abrió y vi a Kane de pie. Detrás de él había un cuarto de baño.

Debería haber sabido que no me dejaría en paz por mucho tiempo. Demasiado para mi idea de salir de aquí.

—¡Katie! ¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó, mirando con rabia el vendaje que me había quitado.

Jadeé y retrocedí en la cama hasta apoyar la espalda contra el cabecero. No tenía otro sitio adonde ir.

—¡Déjame en paz! —gimoteé—. ¡No soy tuya! ¡No quiero tu ayuda!

Kane se acercó a la cama. El corazón me latía más deprisa, sentía cómo los latidos me golpeaban la caja torácica.

Kane sonrió y me agarró por los tobillos, tirando de mí hacia él. Un hormigueo me subió por las piernas donde sus manos me agarraban los tobillos.

Antes de que pudiera reaccionar, me había soltado los tobillos y me estaba agarrando las muñecas.

Kane me sujetaba con una de sus enormes manos ambas muñecas manteniéndome los brazos por encima de la cabeza. Intenté forcejear, pero me agarró el muslo con la otra mano hasta que me detuve.

Sus dedos trazaron suavemente una línea que subía y bajaba por la parte exterior de mi muslo.

—¿De qué tienes miedo, pequeña? —ronroneó.

—¡N... nada! —Mentí mientras sus dedos seguían trazando líneas sobre mi piel.

Tarareó mientras sus dedos se movían hacia mis costillas, rozando ligeramente mi piel en una tortuosa caricia. El placer me recorrió el cuerpo y mi espalda se arqueó. Sentí calor en mi interior.

¡¿Cómo puede estar pasando esto?!

Se inclinó sobre mí, con la cara a centímetros de la mía, mientras su aliento me abanicaba los labios.

—¿Qué tal si intentas decirme la verdad? —Sonrió satisfecho.

Entrecerré los ojos. —¡Lo único que has hecho es hacerme daño desde que llegué! —Gruñí con falsa valentía.

—Nadie quiere hacerte daño, pequeña. Eres mi compañera. Sólo quiero protegerte —dijo.

Lo fulminé con la mirada y me miré la herida del estómago. Ya no me dolía, pero no se trataba de eso.

—¡Es un poco tarde para eso! Eres igual que los demás. —gruñí—. Además, no puedo ser tu pareja; no tengo una loba. No eres mejor que Terence. Sólo otro pervertido espeluznante.

El rostro de Kane se ensombreció y sus ojos brillaron en negro. Soltó un gruñido grave.

Quizá había ido demasiado lejos. Sabía que era violento; había oído los rumores. Ahora iba a arrancarme el corazón, igual que le pasó a mi pobre madre.

Apreté los ojos y apoyé la mejilla en la almohada, sin poder evitar un gemido que se escapó de mis labios. ¡Era igual que mi padre!

Esperé el dolor, pero en lugar de eso, sentí su mano acariciarme suavemente la cara.

—¡Ten cuidado, pequeña; mi lobo se está poniendo inquieto!

Abrí los ojos. Kane estaba sonriendo de nuevo.

—¿Qué... Qué vas a hacer? —tartamudeé, con el miedo sudando por cada poro de mi piel.

Kane me pasó suavemente un pelo por detrás de la oreja.

—¡¿Qué?! —Se rió entre dientes y me dio un golpecito en la sien—. No tengo que hacer nada; tu miedo está ahí dentro. Pero voy a darte a elegir.

​​Tragué saliva. No parecía que fuera a haber muchas opciones.

Kane apretó su nariz contra mi cuello, justo encima de mi clavícula, su barba rozaba mi piel.

—¡Hmm, hueles tan bien, pequeña!

Levantó ligeramente la cabeza y vi cómo sus caninos empezaban a extenderse. Rozó con los dientes el lugar que acababa de oler y luego lo besó suavemente.

Sin poder evitarlo, volví a gemir cuando una oleada de placer envolvió mi cuerpo. Jadeé y mi espalda se arqueó. ¿Cómo me estaba haciendo esto?

—Ahora, pequeña… —empezó, con sus ojos clavados en los míos.

Su voz era profunda y casi hipnotizante.

—Puedes dejar que te marque y ser mi compañera, o... —Vaciló y vi cómo sus ojos se ennegrecían.

Mis ojos se desviaron hacia la puerta cuando se abrió y un gran guardia vestido de negro entró en la habitación.

—O —continuó Kane—, haré que Paulo te lleve a las celdas. ¿Qué quieres, Katie?

Miré a Paulo. Sonrió con satisfacción y se lamió los labios. Volví a mirar a Kane cuando oí un gruñido suyo.

Mi corazón empezó a latir más rápido mientras miraba fijamente a los ojos de Kane.

—Venga ya. No puede ser tan difícil decidirse. —Sonrió Kane—. ¡Quizás debería contar hasta cinco!

Le miré fijamente. ¿Hablaba en serio? Enseguida supe que sí.

—Uno... —empezó a contar Kane—, dos… Tres…

—E... Espera —tartamudeé—. ¿Tú... Tú… No me harás daño?

Kane apoyó la mano sobre mi cabeza y me acarició la frente con el pulgar.

—Nunca te haría daño, pequeña. —Vaciló antes de decir—: Paulo, en cambio...

Miré al guardia, que seguía allí de pie, sonriendo. No sabía si aquello no era más que una treta de Kane para que accediera.

Supuse que si llegaba a la cuenta de cinco, me dejaría con el espeluznante de Paulo.

—¡Está bien… Lo haré! —vacilé mientras las lágrimas empezaban a acumularse en mis ojos.

Paulo parecía un poco decepcionado, pero salió de la habitación, cerrando la puerta con un ruido seco.

No recordaba la última vez que había llorado, pero ya no tenía sentido seguir fingiendo. Estaba aterrorizada y Kane lo sabía.

Por eso me sorprendí cuando Kane me soltó las muñecas. Me cogió la cara con las manos y me secó las lágrimas con los pulgares.

—Sshh, pequeña Katie, te prometo que cuidaré de ti —ronroneó.

Entonces sus labios presionaron suavemente mi frente.

—Sólo tienes que confiar en mí. Sé que es difícil, pero te prometo que cuidaré de ti —susurró Kane, con su aliento abanicándome suavemente el cuello.

—Cierra los ojos.

Me quedé mirándole un momento.

—¡No me hagas pedírtelo dos veces! —me regañó.

Los cerré y contuve la respiración.

Kane se rió entre dientes.

—¡Y respira, pequeña!

Solté un suspiro, pero mi respiración era entrecortada y no podía más que jadear.

Kane apartó sus manos de mi rostro y una se deslizó por mi espalda, tirando suavemente de mí hasta sentarme. La otra mano me acunó la nuca.

Sentí cómo sus dedos se enredaban en mi pelo y me sujetaban la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado. Sus labios me acariciaron la mandíbula y la garganta con besos muy tiernos; cada cual me hacía estremecer más de placer.

Una de sus manos trazó suavemente líneas sobre la piel desnuda de mi espalda. Arqueé la espalda y dejé escapar un gemido.

—Buena chica —susurró con voz profunda y seductora.

Grité al sentir sus dientes penetrar profundamente mi cuello. El dolor fue agudo y luego desapareció.

Todo lo que pude sentir era un intenso placer que nunca antes había sentido. No sólo físicamente, sino emocionalmente.

Por primera vez desde que vi cómo a mi madre le arrancaban el corazón del pecho, me sentí segura.

Rodeé a Kane con mis brazos mientras sentía sus labios y su lengua en mi cuello. Gemí de placer mientras enterraba la cara en su hombro.

Luego me levantó y me llevó. No me importaba dónde, siempre y cuando sus brazos me rodearan.

Me llevó al baño. Estaba tan embelesada que apenas me di cuenta cuando Kane me quitó la ropa interior.

Cuando quise darme cuenta, estaba desnuda y de pie en medio del cuarto de baño. Jadeé e intenté cubrirme con los brazos y las manos.

Kane me rodeó rápidamente las muñecas con las manos y me las separó del cuerpo.

—No, pequeña —me regañó suavemente—. ¡Déjame verte!

Mi cara se sonrojó y miré al suelo, entre otras cosas porque las cicatrices que cubrían mi cuerpo estaban a la vista.

Sentí las puntas de los dedos de Kane recorrer desde mis muñecas hasta mis brazos.

Cuando llegaron a mis hombros, sus manos recorrieron mi espalda, provocándome escalofríos. Se posaron en mis nalgas.

Me puso una mano en la parte baja de la espalda y con la otra me inclinó suavemente la barbilla hacia arriba para que tuviera que mirarle.

—¡Eres perfecta, pequeña! —ronroneó.

Se inclinó y apretó sus labios contra los míos. Le devolví el beso y nuestros labios se movieron al unísono.

Me decepcioné un poco cuando se apartó. Fruncí el ceño, algo confusa.

Kane sonrió y me levantó suavemente, al estilo nupcial. Se acercó a la bañera, que ya estaba llena de burbujas, con el vapor saliendo de la superficie.

Me metió suavemente en el agua. Me estremecí un poco cuando el agua caliente me tocó la herida del estómago.

Al poco tiempo, se me pasó, ya que mi cuerpo se acostumbró a la temperatura.

La bañera era enorme, con una amplia repisa a cada lado. Kane se sentó en el borde y sacó una botella de un carrito que había detrás. Se echó jabón en las manos y procedió a bañarme.

Que me bañara era, sin lugar a duda, una sensación extraña, pero empezaba a confiar en él. No sabía por qué.

Puede que fuera el vínculo de pareja, o puede que simplemente fuera que era la primera persona que me mostraba algo de amabilidad en mucho tiempo.

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