Holly Prange
ETHAN
«Deberíamos verla. La echo de menos», insiste mi lobo.
«No. Tenemos trabajo que hacer. Alex nos avisará cuando despierte».
«Ya debería estar despierta. ¿Y si algo va mal? Deberíamos estar ahí para nuestra compañera».
«Por última vez, no».
«¿Por qué eres siempre tan terco?», se queja mi lobo.
«No lo sé. ¿Por qué lo crees?». Contraataco, y mi lobo me gruñe irritado. «~Bien. Si no sabemos nada al final de la tarde, iremos a ver cómo está. ¿Ya estás contento?».~
«Sí».
Al día siguiente, intento mantenerme ocupado con informes y papeleo. No he sabido nada de mi compañera en todo el día y me estoy distrayendo. Mis pensamientos no dejan de desviarse hacia ella.
Hasta la noche no he tenido noticias.
«Ethan, está despierta». La voz de Alex resuena en mi cabeza. «~Está siendo dada de alta, y luego la llevaremos a las mazmorras. ¿Quieres que te esperemos?».~
«No. Adelante. Te veré en las celdas».
«De acuerdo. Te veremos allí entonces».
Cortamos el enlace mental, y mi lobo habla: «Ella no debería tener que ir a las mazmorras. Es nuestra compañera. Sabemos que es inocente».
«Eso no lo sabemos. Por eso hay que interrogarla».
«Entonces, deberías ser tú quien lo haga».
«No. No puedo. No podría hacer lo necesario si ella esconde algo».
«Ella no haría eso».
«¡Eso no lo sabes!», gruño a mi lobo con frustración. Esto ya es bastante duro para mí. No necesito que me dé la lata y se meta en mi cabeza.
Gimotea y retrocede, dándose cuenta de que me ha presionado demasiado. No me molesto en decir nada más mientras suspiro y corto nuestro enlace. Me levanto y organizo los últimos archivos antes de salir de mi despacho para dirigirme a nuestras mazmorras.
Me dirijo al nivel más bajo, donde están las celdas vacías. Ángelo es el único que está allí, ya que le ordené que se encargara del interrogatorio.
Está de pie contra el muro de piedra frente a las celdas, con las manos juntas delante de él, mirando al frente.
Cuando oye que me acerco, me saluda. —Alfa.
—Ángelo. La prisionera está en camino.
Me hace un gesto brusco con la cabeza y enseguida oímos el ruido metálico de la puerta al final de la escalinata de piedra. El arrastre de pies y el ruido sordo de las botas llenan el aire cuando empiezan a bajar.
Respiro y capto el celestial aroma a lavanda y miel que desprende mi compañera, y mi lobo ronronea.
Puedo sentir cómo mueve la cola, emocionado por ver a nuestra compañera una vez más. Cuando llegan al rellano inferior, mis ojos se encuentran inmediatamente con los suyos.
Durante una fracción de segundo, su rostro muestra sorpresa y felicidad, pero cuando se percata de mi actitud severa, su expresión se torna en inquietud y confusión.
Mantengo una expresión dura y fría, pero, por dentro, se me parte el corazón. Mi lobo gimotea, odiando que seamos la causa del ceño fruncido de su rostro angelical.
Junto las manos en la espalda y me enderezo hasta alcanzar mi estatura máxima, mientras doy un paso hacia ella. —¿Cómo te llamas?
Me mira con los ojos entrecerrados e imita mi postura, ignorando el dolor que le producen en las muñecas las esposas plateadas que le atan las manos a la espalda. —¿Qué te importa?
—Yo soy el que hace las preguntas —digo con los dientes apretados mientras intento mantener la calma. A los alfas no les gusta que los desafíen.
—Sí. Pero eso no significa que tenga que responder —me contesta enérgica, y siento cómo aumenta mi irritación por la situación.
Me acerco un paso más a ella, de modo que se ve obligada a levantar la vista para verme a los ojos. —¡Contéstame! ¿Cuál es tu maldito nombre? —gruño, usando mi voz de alfa.
—Que te jodan —me escupe, y mis ojos se abren de par en par durante una fracción de segundo, sorprendido de que no se haya visto afectada por mi aura alfa. Incluso los guardias se apartan incómodos, pero ella se mantiene firme y procede a maldecirme sin siquiera inquietarse.
La fulmino con la mirada, con la respiración entrecortada mientras intento mantener la calma. —Llevarla —ordeno a los guardias mientras señalo con la mano las celdas alineadas detrás de mí. Alex les vigila las espaldas mientras pasan a mi lado, y yo no me molesto en volverme.
En su lugar, me dirijo a Ángelo. —Trátala como tratarías a cualquier otro prisionero. Quiero saber lo que sabe.
Él asiente y yo me alejo, subiendo las escaleras mientras Alex me sigue rápidamente. —¿Quieres que hablemos de esto? —me pregunta, mientras se apresura a alcanzarme.
—No —digo apretando los dientes antes de abrir la puerta de golpe y salir al aire fresco del atardecer. Mi lobo sale disparado y mi cuerpo se transforma antes de salir corriendo hacia una zona de árboles cercana. Necesito alejarme y refrescarme antes de perder la cabeza.
El bosque es mi santuario. El denso follaje amortigua el ruido del mundo y dejo que mi lobo tome el control. Sus poderosas extremidades nos llevan a través de la maleza, y el rítmico golpeteo de nuestras patas contra la tierra me ayuda a despejar la mente.
Después de varios kilómetros, nos detenemos junto a un pequeño y tranquilo arroyo. La luz de la luna baila sobre la superficie del agua, creando un fascinante espectáculo de plata y sombras.
Vuelvo a mi forma humana, con la respiración agitada y los músculos doloridos por la larga carrera.
Mis pensamientos se dirigen a mi compañera, a su mirada cuando me ve, a la forma en que su aroma me envuelve como un cálido abrazo. Lo que más deseo es estrecharla entre mis brazos y sentir el alivio de estar unido a la persona predestinada para mí.
Pero el deber es lo primero, y no puedo permitir que mis emociones nublen mi juicio.
Cojo un puñado de agua y me lo echo en la cara; el golpe de frío me devuelve la lucidez.
Respiro hondo y oigo un susurro detrás de mí. Me quedo inmóvil, con los sentidos en alerta máxima. Escudriño la oscuridad, y mis ojos atraviesan los árboles, pero no veo nada. Mi lobo se eriza, listo para luchar.
—¿Quién está ahí? —grito. Mi voz resuena en el silencioso bosque. Avanzo con cautela, con los músculos tensos, pero la presencia parece desvanecerse tan rápido como apareció.
Vuelvo a mi forma lobuna y me dirijo a la casa de la manada con la desagradable sensación de que alguien... o algo... sigue detrás de mi manada.