La sierva del Alfa - Portada del libro

La sierva del Alfa

Danielle Jaggan

Capítulo 4

SKYLER

No sé cuánto tiempo estuve detrás de las puertas de roble. Sus puertas. No podía entender cómo siendo la que más trataba de alejarse de ese hombre lobo me encontraba en estos momentos detrás de las puertas de su guarida.

Cada segundo que dudaba aumentaba mi terror, tenía la piel de gallina cubriéndome la piel. Por lo que sabía, traspasar esas puertas probablemente me llevaría a la muerte.

Podría no vivir para ver otro día, ¿quién podría decir que no me asesinaría como asesinó a Primrose? Tragué saliva y cerré los ojos.

«Se acabó. Adiós, Scarlette. Mamá, papá... Estaré con vosotros en breve dondequiera que estéis».

Di un paso vacilante hacia delante, rodeé con los dedos el frío pomo de la puerta y lo giré hasta que se abrió lentamente. La habitación estaba poco iluminada y la rodeaba un enigma.

Con las manos y las piernas temblorosas, empujé la bandeja hacia el interior y me detuve. Mis ojos empezaron a escudriñar frenéticamente la habitación en busca de algún interruptor que la iluminara, pero me di cuenta de que no había ninguno.

Pero, ¿qué esperaba? No iba a haber ningún interruptor de luz en la boca oscura del lobo.

―Eh… Hola.

Pero lo único que oí era el inquietante silencio y el tamborileo de mi corazón en el pecho. Para mí, todo se había paralizado. Si me quedaba aquí más tiempo, me volvería loca.

Busqué en la habitación una mesa en la que poner su desayuno y vi una cerca de la esquina junto a su cama. Aquella cama en la que probablemente había asesinado a Primrose.

En silencio, empujé la bandeja hasta donde estaba la mesa, y cada paso me resultó espantoso. Dejé los platos que había en la bandeja y al ir a colocar el tercero sentí un chorro de aire que soplaba con fuerza contra mí a la velocidad de un rayo.

Giré la cabeza tan deprisa en la dirección de la que procedía ese aire que me sorprendió no haberme dado un latigazo cervical, pero como en cualquier otra situación de miedo, allí no había nada.

A estas alturas los latidos de mi corazón se habían disparado en mi pecho, incluso podía sentirlos en mis oídos. Pasó un rato en el que me quedé mirando aterrorizada a la nada.

El último plato estaba firme entre mis manos y lo coloqué entre los demás y luego procedí a quitarles las tapas. El primer plato era una montaña de tortitas con sirope de arce, el segundo era solo un plato con verdura cruda y el tercero era algo peludo.

Arrugué las cejas con cara de confusión y, al comprobarlo con más detenimiento, solté un grito ahogado y aparté la mirada para impedir que me subiera la bilis.

Era un conejo descuartizado. No estaba cocinado ni nada.

Incluso su pelaje estaba cubierto de sangre.

Dios mío.

Sentí otra ráfaga de viento pasar a mi lado y por el rabillo del ojo vi una figura oscura que se combaba en el aire antes de desaparecer.

Cada tripa y músculo de mi cuerpo parecía desenrollarse. Se me erizó el vello. Las cuencas de mis ojos parecían expandirse y mis globos oculares contraerse, como si mi cabeza intentara convertirse en una calavera. Cada centímetro de mi piel se puso de gallina.

Algo estaba aquí conmigo. Muy probablemente algo mortal.

Pude oír mi respiración agitada y mis ojos miraban en todas direcciones. Sabía que salir disparada hacia la puerta no valía la pena porque el instinto de cualquier lobo era perseguir, pero aun así la idea estaba ahí, muy presente en mi mente.

Mirando de vez en cuando hacia la puerta, calculé cuántos pasos me llevaría llegar al otro lado de la habitación. Tal vez, solo tal vez, si caminaba lo suficientemente rápido podría lograrlo. A estas alturas, mi atención se centraba en la supervivencia.

Podría hacerlo.

Empujé mi cuerpo y corrí a paso ligero hacia la puerta. Un paso tras otro sentí que me entraba el pánico.

Aquello se estaba volviendo insoportable, y justo cuando estaba a unos seis pasos de la puerta sentí el mismo chorro de aire; esta vez pasaba velozmente por delante de mí y mis ojos se abrieron de par en par por la expectación y al instante me detuve en seco.

Había algo detrás de mí.

Intenté mantener la respiración constante, pero acabé haciendo todo lo contrario y empecé a aguantar la respiración más de lo normal.

¿Estaba esta cosa jugando conmigo?

Todo sucedió de repente. Unos brazos como los de una serpiente se deslizaron a lo largo de mi columna vertebral y se aferraron a mi hombro derecho.

Solté un grito desgarrador que podría hacer sangrar los oídos de cualquiera. Era como una banshee en ese momento.

El brazo se arrastró más lejos y bloqueó cualquier sonido que saliera de mi boca. Me hizo girar tan deprisa que me mareé y tuve que cerrar los ojos para que se me pasara el mareo; al poco los abrí para mirar a mi asesino a la cara.

Y lo que vi hizo que mi mundo se viniera abajo.

―¿Estás loca? ―preguntó la persona en cuestión, completamente molesta, y yo asentí rápidamente con la cabeza mientras respiraba aliviada.

La sirvienta, a la que reconocí como Aurora, me dirigió una mirada interrogante y al instante me di cuenta de lo que acababa de suceder.

―Yo... No… ―respondí avergonzada.

Puso los ojos en blanco y continuó.

―¿Qué te ha pasado? Parece que hayas visto un fantasma ―señaló.

Bajé la cabeza avergonzada. Literalmente inventé un escenario de muerte en mi cabeza. Pero nunca dejaría que ella lo supiera.

Bajé la mirada hacia la bandeja y luego hacia el dormitorio.

―Ohhh... Ya veo lo que pasa... Te ha dado miedo entrar, ¿verdad? ―preguntó, divertida.

Y me limité a negar con la cabeza. Me ardían las mejillas por la vergüenza.

―No te preocupes, chica. El Alfa salió a correr temprano, ya sabes cómo son estos hombres lobo... Así que no te preocupes ―dijo tranquilizándome y luego se alejó a hacer sus quehaceres.

Después de oír desaparecer sus débiles pasos, solté un suspiro que ni siquiera sabía que había estado conteniendo y empujé la puerta para abrirla. Me sentía un poco más cómoda sabiendo que él no estaba ahí dentro.

A diferencia de mi pequeño numerito de hace un momento, la habitación del Alfa estaba iluminada por los rayos del sol que rebotaban en las paredes. Casi diría que su habitación tenía un aire tranquilo. Pero todos sabíamos que estaba lejos de ser pacífico.

Vi una mesita en el centro de su habitación y me apresuré a dejar su comida en ella. Ni siquiera abrí las tapas. Después de asegurarme de que todo estuviera en su sitio, salí corriendo de la habitación a la velocidad de un rayo.

De ninguna manera iba a pasar más tiempo del necesario en su habitación. Antes de que sonara el clic de la puerta, eché un último vistazo y cerré la puerta. Todo parecía normal.

Pero lo que yo ignoraba eran los ojos amarillos que observaban todos mis movimientos desde las sombras.

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