La sierva del Alfa - Portada del libro

La sierva del Alfa

Danielle Jaggan

Capítulo 6

SKYLER

¿Conocéis esa sensación que se siente después de recibir un puñetazo? Sí, así es exactamente como me sentía. Me di cuenta de que las piernas estaban a punto de fallarme por haber corrido demasiado y la garganta me ardía por la falta de oxígeno.

Conseguí volver a mi zona ―la de los trabajadores― en un tiempo récord, y aunque tuve suerte al escapar de un hombre lobo, el destino no fue tan generoso al ponerme frente a otro, y me vio antes incluso de que yo lo viera a él.

―¡Skyler! ―gritó aunque estaba literalmente a metro y medio de mí. Di un respingo asustada y giré tímidamente la cabeza en su dirección.

―¿Sí, director? ―respondí, todavía en estado de shock por lo sucedido hacía un par de minutos.

―¿Por qué aún no has subido la comida del Alfa a su habitación? ―preguntó con su habitual voz cabreada. Y no pude evitar mirarle, atónita.

―Pero ese no es mi deber, señor. Acabo de volver de hacer mis tareas de jardinería...

―¡Cállate! ―gruñó.

―A partir de ahora llevarás todas las comidas a la habitación del Alfa, ¿me explico? ―preguntó con firmeza. Pero yo estaba demasiado sorprendida para responder.

―¿Me explico? ―repitió furioso rechinando los dientes.

―Sí, señor director ―respondí derrotada.

―¿Y por qué sigues aquí de pie? ―añadió y me escabullí.

De camino a la cocina, vi a Scarlette y se me pasó por la cabeza gritar su nombre cuando la vi yéndose a toda prisa, pero descarté la idea al ver cómo tenía los ojos caídos y arrastraba los pies.

Todo el mundo se iba a hacer su descanso del día.

Encontré la bandeja de comida en la cocina y me dirigí a la habitación del Alfa. Cuando el bullicio empezó a desaparecer, supe que estaba cerca de sus aposentos.

Este lado de la finca era el más lujoso y sin embargo me sentía como si estuviera caminando por el Valle de la Sombra de la Muerte.

A diferencia de esta mañana, sabía que había muchas posibilidades de que entrara en contacto con él. Y sinceramente no sabía qué esperar.

Comprendiendo que no podía permanecer oculta tras sus puertas, llamé débilmente a las puertas de roble, luego giré el duro pomo metálico y escuché cómo la puerta crujía al abrirse.

Nada había cambiado desde esta mañana; seguía habiendo un ambiente tranquilo y la luz del sol era la única iluminación necesaria. Solté un suspiro tembloroso mientras me armaba de valor para entrar.

Pero lo que más me sorprendió fue que no le vi pero sentí que alguien me miraba igual que cuando me acerqué a la mesa familiar para dejar la gran cantidad de comida.

A cada minuto que pasaba me invadía una sensación de nerviosismo. Para mí, mis manos no iban lo suficientemente rápido, aunque me apresuré en hacerlo todo como una loca.

La intensidad de ser observada por los ojos de un depredador hizo que la tensión en la habitación subiera de tono.

Agarrando los platos vacíos de esta mañana y devolviéndolos a la bandeja, giré sobre mis talones pero un grito ahogado escapó de mis labios, rompiendo el ruidoso silencio mientras mi corazón se aceleraba. ¿Cómo no pude sentir su presencia detrás de mí?

Me quedé inmóvil, luchando por inhalar e incluso exhalar; lo que estaba viendo me dejó sin aire en los pulmones. No es que lo que estaba viendo tuviera nada de malo, si acaso diría que era de una belleza de otro mundo.

Mi cerebro tartamudeó y mis ojos recibieron, de repente, más luz de la necesaria. Cada parte de mí se puso en pausa mientras mi cerebro empezaba a procesar la información. ¿Así que este era el Alfa?

Tenía esa cara que podía parar a cualquiera en seco. Sus rasgos eran de granito. Tenía las cejas oscuras inclinadas hacia abajo en una expresión seria, el pelo despeinado y lustroso y unos profundos ojos castaños.

Aquellos ojos marrones tenían un millón de matices que me hacían preguntarme qué significaba o qué aspecto tenía la palabra «marrón». Ese color, en él, me trasladaba al bosque y a las hojas otoñales. Al suelo en verano después de la lluvia.

¿Cómo podía haberme dejado hechizar por él? Y aunque su belleza me dejaba sin aliento, podía percibir el aura oscura que le rodeaba, mientras cada parte de él gritaba peligro.

Y yo estaba demasiado aturdida para pensar qué hacer a continuación bajo su mirada escrutadora. Estaba a menos de medio metro de mí y el único indicio de vida que veía era su respiración, pero ni siquiera eso parecía ser real. Estaba inmóvil.

Ni siquiera le vi entrecerrar los ojos y eso me hizo temblar un poco. Su piel era pálida y ¿he dicho ya que iba sin camiseta?

―Uh-uhm... Le he traído la comida, Alfa ―dije con toda la confianza que pude.

Nada.

La presión de su mirada me agobiaba y era cuestión de tiempo que cediera e hiciera Dios sabe qué. Sintiéndome incómoda, volví a hablar.

―Me voy ―le dije mientras forzaba una pequeña sonrisa y caminaba vacilante junto a él hacia la puerta.

Sin embargo, su voluminoso brazo me impidió pasar y mis ojos se desorbitaron en el proceso. Desde mi periferia le vi girar la cabeza y mirarme con la misma mirada fija, pero en ese momento era incapaz de confiar en mí misma para mirarle.

Su brazo musculoso se deslizó alrededor de mi delgada cintura en un suave abrazo, pero no lo tomé como tal.

Cuando vi que acercaba su cabeza a mi cuello, se me escapó un grito y me aparté de su agarre. Por fin conseguí mirarlo.

―¿Qué está...? ¿Necesita algo más, Alfa? Si es así, puedo conseguírselo ―me temblaba la voz. En ese momento, todo lo que oía era mi propia voz y respiración.

Cuando nuestros ojos se conectaron, vi deseo, confusión, ira... Lujuria. Pero su expresión seguía siendo vacía.

Ocurrió antes de que mi cerebro pudiera comprenderlo. A la velocidad del rayo me levantó y me arrojó sobre su cama. E incluso antes de que pudiera recuperarme, él ya estaba sobre mí mirándome fijamente desde lo más profundo de mi alma.

«No no no no».

―Por favor, no...

Y entonces su cabeza se inclinó hacia mi cuello, aspirando mi aroma. Se me secó la boca y me ardió la piel cuando su piel entró en contacto con la mía.

Pero no era un ardor malo, como el de una quemadura; el ardor era como si unas chispas se encendieran; era algo inexplicable. Si habéis entendido algo de lo que acabo de decir, entonces no estoy tan loca. Era simplemente inexplicable.

Pero esto no es lo que yo quería.

¿O si?

Gemí al sentir su gran peso que me aplastaba y me dejaba inmóvil, y cuando aflojó un poco enseguida arremetí contra él, gritando, dando patadas y puñetazos fallidos.

Cuando me cogió de las manos para ponerlas encima de mi cabeza, se me puso toda la piel de gallina; por si fuera poco, la cosa fue a más.

Con una de sus manos, y sin ningún tipo de piedad, me desabrochó el uniforme, dejándome desnuda para que él y el mundo me vieran. Las lágrimas me quemaron los ojos ante la idea de acabar como Primrose.

La mirada turbia de sus ojos me dijo que no estaba satisfecho con lo que estaba viendo y que quería más, y fue entonces cuando sentí el aire frío en mis pezones y me di cuenta de que me había abierto el sujetador.

Gemí cuando puso su mano sobre mi pecho derecho y lo apretó suavemente, y luego hizo lo mismo con el izquierdo. Ahora mis lágrimas caían libremente. ¿Cómo se atrevía a tocarme así? Mis gritos y súplicas silenciosas cayeron en oídos sordos.

Y cuando sentí que me quitaba todo su peso de encima, sentí que me invadía una especie de felicidad mientras permanecía tumbada, sin la confianza suficiente para mirar la cosa repugnante que tenía delante.

Pero, para mi consternación, sus musculosos brazos me rodearon los tobillos con maestría y tiraron de mí hasta el borde de la cama. Mis ojos se abrieron aún más de lo que creía posible al verle de pie entre mis piernas.

―¡Oh Dios, por favor no hagas esto! ―grité.

Me miró y yo hice lo mismo. Nada cambió, ningún sentimiento de remordimiento, de culpa, nada.

Lentamente dobló la rodilla derecha y se dejó caer al suelo y luego hizo lo mismo con la izquierda hasta quedar arrodillado frente a mí, separándome las piernas en el proceso.

Oh Dios, no.

Mirándome, me besó el tobillo izquierdo y se dirigió hacia la parte interior de mis muslos, luego se aseguró de dar el mismo tratamiento a la otra pierna. Y nada de lo que hice lo detuvo, yo era completamente inútil.

Mis piernas caían despreocupadamente sobre sus hombros mientras él se arrodillaba y, finalmente, se fue acercando cada vez más hasta que sentí su aliento abanicando mi parte más íntima.

Lo único que me separaba de su aliento era mi ropa interior de lino, y ni siquiera eso era suficiente. De un solo tirón, me arrancó mi ropa interior con la palma de la mano.

Me sentí avergonzada y utilizada. Nadie me había tocado nunca como él, ni siquiera yo misma. Se comportaba como un animal fuera de control y yo era su víctima.

Y me rendí por completo; ya no había nada que hacer.

Pasó un momento en el que se quedó allí, entre mis piernas, sin hacer nada más que aspirar mi aroma. Le sentí gruñir contra mí y murmurar algo incoherente. Y finalmente después de un momento decidió hablar.

―Dáme de comer.

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