Piel de lobo - Portada del libro

Piel de lobo

A. Makkelie

Capítulo 1

MERA

―¡Corre, Mera!

―¡Kelly!

―Aguanta, pequeña.

Salió disparada de su sueño y se golpeó la cabeza contra el asiento del coche. Gimió, se frotó la cabeza y se dejó caer.

―Mera, ¿estás bien?

Miró a su hermano, que la miraba preocupado.

Su hermano ya sabía que ella había vuelto a tener una pesadilla sobre el ataque. Le dedicó una pequeña sonrisa y asintió.

―Estoy bien, Mitch ―dijo mientras empezaba a masajearse el brazo dolorido. Se lo miró y, aunque las mangas de la sudadera ocultaban las cicatrices, seguía sintiendo dolor.

Tras el ataque, los médicos hicieron todo lo posible por salvarle el brazo. Lo consiguieron de milagro, pero ella no quería pagar el precio que ello conllevaba.

El dolor que sentía en el brazo nunca desaparecería. Sus nervios estaban gravemente dañados.

Lo habían intentado todo para quitarle el dolor, pero nada era suficiente.

Como tenía el brazo prácticamente destrozado, también había perdido el 50% de su movilidad. Toda su piel estaba compuesta de cicatrices; no le quedaba piel lisa.

Dijeron que había tenido suerte.

Suerte...

Ella había tenido cualquier cosa menos suerte.

Vio cómo mataban a Kelly, su mejor amiga.

Vio cómo la despedazaban y esa imagen la perseguiría el resto de su vida.

La culpa de no haber podido salvarla era algo que nunca podría superar.

Una lágrima cayó por su mejilla. Se la secó rápidamente y miró por la ventanilla el paisaje en movimiento.

El ataque había tenido lugar hacía seis años, y ella solo recordaba fragmentos.

Recordaba haber visto a Kelly como la estaba viendo ahora.

Recordaba que habían sido atacadas por lobos, pero no recordaba cómo eran ni dónde las habían atacado.

Recordaba la reacción de unos padres al enterarse de que su hija había sido despedazada y había fallecido.

Mera no había vuelto a ver a los padres de Kelly desde el funeral.

Vivían en el pueblo donde Mera y sus padres habían alquilado una cabaña para pasar unas vacaciones.

No es que no quisiera ir, pero no recordaba el nombre del pueblo.

A veces se alegraba de no hacerlo, pero otras se sentía culpable por no haber visitado nunca la tumba de su mejor amiga.

Sus padres sí que se acordaban de cómo se llamaba aquel sitio, pero ella siempre tuvo miedo de preguntar.

Se le cayó otra lágrima y se la secó rápidamente.

Miró el paisaje y vio que habían entrado en un bosque.

―¿Adónde vamos otra vez? ―preguntó a sus padres.

Su padre sonrió suavemente.

―A nuestro nuevo hogar.

Mera puso los ojos en blanco.

A su padre le habían ofrecido un nuevo trabajo en un pueblo remoto. Por el sueldo, aceptó y al final decidió que tenían que mudarse allí.

A ella no le importaba.

Un cambio de aires y de gente era algo que ansiaba.

Después de haber sido «la chica atacada por los lobos» durante seis años, estaba harta de la ciudad.

El caso es que sus padres no les habían dicho ni a ella ni a su hermano dónde iban a vivir.

Siempre acababan diciendo: «En un pueblo que está en el bosque con una gran ciudad cerca».

Siempre lo decían como si no fuera para tanto, pero a ella y a Mitch les parecía raro.

Después, su padre les dijo que era una sorpresa, y que esa era la razón por la que estaban siendo tan misteriosos, así que parecía que había algo más.

Pero, ¿por qué si no te mudarías de repente a Noruega?

Para ella, que se mudaran por trabajo no era la única razón.

―Gracias por ser tan misterioso, papá ―dijo finalmente.

Resopló y le guiñó un ojo por el retrovisor.

Mera puso los ojos en blanco y volvió a mirar por la ventanilla.

La verdad es que se había emocionado cuando se enteró de que se mudaban a Noruega.

Siempre le habían gustado las historias de Escandinavia, y le hacía ilusión vivir allí.

A todos les apetecía.

―¿Cuánto falta para que lleguemos? ―preguntó Mitch.

―Mira hacia delante ―dijo su madre.

Mera y Mitch miraron y vieron que se acercaban a un pueblo.

Se miraron brevemente antes de volver a mirar hacia delante.

Habían llegado antes de lo que esperaban.

Mera contempló el pueblo mientras lo atravesaban. Era bonito.

Las casas eran de estilo moderno, pero estaban hechas de madera y piedra de preciosos colores.

Había una gran fuente en medio del pueblo. También era donde estaban todas las tiendas.

Era un pueblo aparentemente más abierto y de aspecto más suave de lo que ella esperaba para ser un pueblo en el bosque.

Siguieron conduciendo un poco más, fuera del pueblo, y de repente apareció una hermosa cabaña.

Su padre paró el coche y todos salieron.

―Bienvenida a casa ―dijo su madre mientras abrazaba a su hija.

Mera sonrió a su madre cuando entraron en la cabaña.

Estaba completamente amueblada y, al igual que en el pueblo, había elementos modernos por todas partes.

Caminaron hasta el primer piso y Mera se sintió atraída por una puerta al final del pasillo. Se dirigió hacia ella y, al abrirla, apareció una hermosa habitación.

Su madre y su padre se miraron brevemente antes de volver a mirarla a ella.

Ella entró.

La cama era grande y tenía sábanas azules. Había un escritorio con su ordenador portátil y un sofá junto a la ventana con sus accesorios; algunos de sus dibujos estaban colgados en la pared como habían estado en su antigua habitación.

Había un enorme vestidor lleno de su ropa y también un espejo.

La habitación tenía paredes como el exterior de la casa, y el techo tenía una chimenea cerca de la pared, que era de cristal que se fundía con sus ventanas para darle una sensación más abierta.

Tenía un cuarto de baño contiguo que tendría que compartir con la persona que tenía la habitación al otro lado del cuarto de baño.

El cuarto de baño tenía una ducha separada, un retrete y un bonito lavabo con un gran espejo encima. Todo era moderno y blanco.

Las puertas del cuarto de baño se podían cerrar desde dentro. El suelo era de baldosas negras, y las paredes, de baldosas grises.

Mera tuvo la sensación de haber estado allí antes.

Volvió al dormitorio y vio a sus padres y a su hermano.

―Así que supongo que esta es mi habitación ―dijo.

Su madre sonrió y asintió.

―No esperábamos una pelea sobre quién se queda con qué habitación, así que elegimos por vosotros ―dijo su padre.

Mera y Mitch se miraron y empezaron a reírse.

―Vamos a por las maletas ―dijo su madre mientras bajaba las escaleras.

―Pregunta ―empezó Mitch―. ¿Tú también sientes que has estado aquí antes?

Mera miró la habitación y asintió.

―Sí, pero no sé si hemos estado alguna vez en Noruega ―respondió Mera.

Mitch también asintió.

―¿Venís o vais a dormir en el coche? ―les gritó su padre desde abajo.

Mera puso los ojos en blanco mientras bajaba las escaleras, seguida de Mitch.

Salió y vio a su madre sacando una de las bolsas de su hermano del coche.

Mitch también la vio e inmediatamente corrió hacia ella para arrebatarle la bolsa.

―Buenos días.

Mera miró hacia la izquierda y vio que se acercaba gente: un hombre, una mujer y dos chicos más jóvenes, más o menos de su edad.

―Hola ―respondió su madre mientras caminaba hacia los cuatro.

Mitch y Mera se miraron brevemente.

―Soy el alcalde Adrien Måneskinn ―dijo el hombre mayor.

Llevaba el pelo corto y rubio claro, camisa azul abotonada, pantalones negros y zapatos negros de etiqueta. Sus ojos eran color avellana y amables.

―Esta es mi esposa, Synne.

La mujer les saludó con una sonrisa. Tenía el pelo negro como el de un cuervo y largo. Le llegaba hasta los muslos; tenía los ojos verdes y vestía un traje pantalón azul.

«¿La he visto antes? Siento como si la conociera...».

―Y los dos jóvenes son los becarios. Este es Edvin.

Mera miró al chico que estaba junto al alcalde. Tenía el pelo castaño y los ojos azules.

Llevaba el mismo tipo de ropa que el alcalde y el otro becario; a ambos chicos se les marcaban los músculos a través de la camisa abotonada.

Él y Edvin también llevaban pantalones negros, pero Edvin llevaba una camisa blanca abotonada con corbata, y el otro una camisa verde oscuro con las mangas remangadas y sin corbata.

Mera miró al otro becario y se dio cuenta de que llevaba el pelo rubio recogido en un pequeño moño y sus ojos castaño oscuro eran casi tan oscuros como los suyos.

Tenía pecas, lo que le hacía más guapo.

―Y Ken ―dijo el alcalde señalando al becario rubio.

Los ojos de Ken se encontraron con los de Mera y le sonrió.

Ella le devolvió la sonrisa antes de apartar la mirada y escuchar a su madre.

―Soy Dina Pack. Este es mi hijo, Mitchell.

Mitch se acercó donde estaba su madre, y saludó con la cabeza al alcalde.

―Y mi hija, Esmeralda.

Mera tragó saliva y caminó también hacia su madre.

La miraron mientras ella les dedicaba una sonrisa y asentía con la cabeza.

El alcalde la miró de arriba abajo como si estuviera evaluándola. Cuando se encontró con sus ojos, sonrió y asintió también.

―Y ya conocéis a mi marido, Patrick.

Mera miró a un lado y vio que su padre se acercaba.

―Ah, sí, el que tuve que contactar y convencer para que aceptara el trabajo ―dijo el alcalde mientras estrechaba la mano de su padre.

Su padre se rio.

―No era un trabajo al lado de casa, pero me alegro de que llegáramos a un acuerdo ―dijo su padre.

El alcalde también se rio.

―Me alegro de haberlo hecho. Eres justo lo que el pueblo necesita, y estoy seguro de que enseguida os sentiréis como en casa.

―Bienvenidos a Måneverdener ―dijo Synne con una sonrisa.

Al oír el nombre, otra sensación de déjà vu recorrió el cuerpo de Mera. Decidió no darle más vueltas.

―Gracias ―dijo emocionada su madre.

―Mañana hay un mercadillo de artesanía que organizarán los niños de la escuela primaria. Es un proyecto escolar.

»Habrá diferentes cosas que se podrán hacer y artículos a la venta hechos por los niños. Lo hacen todos los años y siempre es una pasada. Espero veros allí ―dijo Synne.

Mera pudo ver que estaba entusiasmada con el mercadillo e inmediatamente supo que era una buena esposa de alcalde.

Synne la miró y se sonrieron.

―¡Lo haremos! A Esmeralda le encanta hacer manualidades ―dijo su madre.

Mera podría haberse muerto de vergüenza en ese momento. Miró a los otros cuatro y vio que todos la miraban.

―¿Sí? ―preguntó el alcalde.

«Apuesto lo que sea a que estoy roja como un tomate en este momento».

―Sí, aunque no soy muy buena ―dijo.

Synne se rio entre dientes y se acercó a ella.

―Veremos si eso es cierto mañana en el mercadillo.

Mera se sorprendió de su comentario.

Synne le guiñó un ojo y volvió junto a su marido.

―Os dejamos para que deshagáis las maletas. Ha sido un placer conoceros y nos vemos mañana ―dijo el alcalde.

Su madre y su padre le estrecharon la mano y él se giró para mirar a Mera mientras se alejaba con los becarios.

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