La posesión de Dante - Portada del libro

La posesión de Dante

Ivy White

Capítulo 4

HAZEL

—¡Suéltame, Dante! —le grito, reclamo mi poder personal y él me suelta.

Me mira. Retrocede varios pasos. Cruzo los brazos y él alza las manos para indicarme que no me va a tocar. Se detiene en la puerta y niega con la cabeza.

—¡He terminado! Hazel, un consejo. Sé sincera y no me des la impresión de que quieres empezar algo conmigo cuando no es así —se da vuelta y coloca las manos a ambos lados del marco de la puerta.

—Nunca haría nada para lastimarte, Hazel. Ni en un millón de putos años te haría daño intencionadamente. Solo para que lo sepas. Ah, y si no quieres verme, aléjate de mi casa, porque vivo aquí.

Sale de la habitación. Me deja mirando la puerta abierta, y yo cojo mi vaso de agua y le doy un pequeño sorbo.

Chloe entra en la habitación, mirando por encima del hombro para ver a dónde va Dante. ¿Por qué el ángel de la guarda siempre entra en la habitación una vez que la disputa ha terminado?

—¿A qué viene esa cara triste? —me pregunta, volviendo a mirar por encima del hombro.

Me encojo de hombros y nos vamos las dos a la discoteca.

AL DÍA SIGUIENTE

Al despertar, me tapo los oídos para bloquear el insoportable ruido de la voz de Dante cantando en el aire claustrofóbico. La luz me ciega. Cierro los ojos y me pregunto por qué decidí beber tanto anoche.

Me incorporo y miro mi asqueroso vestido, después de haber conseguido mantener los ojos abiertos sin que me queden cicatrices permanentes. Es cierto lo que dicen sobre cómo te ves la noche antes de salir y cómo te ves a la mañana siguiente.

Me siento mal y mi atuendo no ayuda. Huele a alcohol rancio y a cigarrillo. Yo ni siquiera fumo.

Tengo curiosidad por saber qué impresión dan mi cara y mi pelo. Lo más probable es que los demás crean que acabé en la cama con un hombre, pero al menos volví de una pieza.

Me levanto de la cama. Mi cabeza no para de dar vueltas en círculos, y reúno el valor necesario para hacer el camino de la vergüenza hasta el baño.

No será uno de mis momentos de mayor orgullo, y lo sé mientras me miro en el espejo y contemplo con horror el reflejo que me devuelve. Soy un desastre.

Abro la puerta despacio y en silencio. Salgo corriendo de la habitación de invitados y recorro el pasillo hasta el baño, intentando evitar a Dante. Doy un portazo, hago pis, me cepillo los dientes y me lavo la cara.

Arrastro el cepillo por mi pelo desgreñado, me inclino hacia delante y veo mi cutis enfermizo en el espejo. Mis ojos parecen los de un panda. Tengo ojeras, la tez pálida y la piel áspera.

Cojo mi crema hidratante del bolso, me la aplico en la cara y me grito a mí misma por no haberme desmaquillado anoche, pero no recuerdo haber vuelto a casa, y mucho menos haberme quitado el maquillaje como corresponde.

Coloco el tapón dentro del desagüe de la bañera, giro el grifo para dejar correr el agua libremente y espero a que salga caliente antes de añadir mi remojo relajante muscular y colocar mi maquinilla de afeitar en el lateral de la bañera.

Es una locura, porque se podría pensar que vivo aquí cuando en realidad soy una visitante, pero Annette siempre me grita por no tratar su casa como si fuera la mía.

Incluso intenté darle una gran suma de dinero hace un par de años, pero la rechazó y me dijo que se sentía ofendida por haber intentado dársela.

Ahora veo su casa como la mía propia y, aunque pudiera mudarme aquí, me sentiría demasiado descarada para avanzar con ello. Estoy muy agradecida por lo que Annette ha hecho por mí.

Chloe me ha dicho que me mudara numerosas veces y me ha abrazado cuando necesité apoyo. Es mi mejor amiga, y eso me lleva a una de las razones por las que no puedo darle una oportunidad a Dante.

Es el hermano de Chloe, y no ayuda que sea seis años mayor que yo. Ella fliparía y Annette también, porque él debería mirarme como a su hermana pequeña.

Pero la tensión entre nosotros va mucho más allá del amor fraternal. Apunta hacia la tensión sexual y la lujuria desde mis dieciséis años.

Siempre estuvo ahí para protegerme cuando lo necesité, pero ayer se acercó a mí más que nunca, y estoy segura de que lo disfruté. Por eso le dije que se apartara.

Nunca me había visto en esa situación, así que, cuando se acercó, opté por volar.

Me metí en la bañera antes de prepararme para ir a ver a Chloe, y estoy pensando en mi disputa de anoche con Dante.

La forma en que me tiró del pelo hacia atrás y se quedó cerca de mí. Esa sensación de seguridad mezclada con adrenalina y confusión me hizo cuestionarme todo en lo que respecta a nosotros.

Después de lavarme, cojo la maquinilla y saco el tapón. Observo cómo todos mis pelos dan vueltas en el agua y desaparecen por el desagüe. Me lavo completamente y respiro el aire caliente.

Todas las superficies están cubiertas de una capa de agua condensada. Una mezcla de fresa y menta, fresca pero cálida y deliciosa.

Miro el vestido que está en el suelo y no me alegro de haber olvidado traerme ropa nueva. Pongo los ojos en blanco, me envuelvo el pelo en una toalla azul y encuentro un top largo a un costado.

Está definitivamente limpio, y sé que será un riesgo, pero no puedo ponerme mi viejo vestido de anoche. Me lo pongo, abro la puerta y salgo corriendo, cerrando mi propia puerta tras de mí con un fuerte suspiro.

Rebusco en mis cajones. Encuentro un vestido amarillo de verano para ponerme y un conjunto de ropa interior azul real, que dejé aquí la última vez que me quedé a dormir.

Me los pongo, doblo la parte de arriba y la vuelvo a dejar en el baño, donde estaba, antes de llamar a la puerta de Chloe para ver si se despertó. Tengo que decirle que el vestido negro que me dijo que podía quedarme está en el baño.

—Chloe, ¿estás levantada? —grito a la puerta. No obtengo respuesta. Me calzo las Converse en la habitación de invitados, cojo las llaves y salgo de casa sin decirle nada a Dante, que está cocinando abajo.

Volveré más tarde, cuando esté en el trabajo, para no tener que ocuparme de él. Voy a mi cobertizo personal y allí me tumbo en la cama. Leo un libro, feliz y cómoda.

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