Tania Shava
Cuando la canción terminó y Alexander soltó a Julia, ella agarró la botella de champán y salió a tomar aire al banco del jardín. Necesitaba despejarse un poco.
Una chica se sentó a su lado.
«Parece que no soy la única que está harta de todo este circo».
Julia miró a la recién llegada, que le tendió la mano.
—Me llamo Blake —dijo—. ¿A ti también te tiene frita toda esta tontería?
—Hasta la coronilla. Soy Julia —Julia le dio un trago al champán y se lo pasó a Blake, quien también bebió un buen sorbo.
—Ya sé quién eres. ¿No te echará en falta Alexander?
—Si es que se da cuenta siquiera —Julia se quedó callada.
—No te cortes conmigo —dijo Blake—. Yo también estoy hasta las narices de estar aquí, y encima tengo que buscar marido.
—Me alegro de haberte conocido —dijo Julia con sinceridad.
Siguieron bebiendo y charlando. Julia conectó con Blake de inmediato. Parecía segura de sí misma y divertida.
Intercambiaron números, y al rato Blake se levantó.
—Creo que deberíamos volver.
Julia miró la hora y vio que llevaban fuera más de media hora.
—Tienes razón.
Volvieron adentro y antes de que pudiera buscar a Alexander, él ya venía hacia ella.
—Ay madre, parece que está cabreado —susurró Blake.
—Y yo que pensaba que era el alcohol haciéndome ver cosas. No me dejes sola, Blake.
Alexander llegó hasta ella y la agarró de la muñeca. No le dirigió la palabra a Blake mientras se llevaba a Julia. Cuando miró hacia atrás, su nueva amiga la observaba con cara de preocupación.
Tan pronto como estuvieron fuera, Alexander se paró en seco y se dio la vuelta. Parecía que echaba humo, pero cuando ella estuvo a punto de hablar, la sorprendió atrayéndola hacia sus brazos.
—¿Qué estás...?
Antes de que pudiera terminar la frase, Alexander la besó con fuerza.
La apretó contra él, y sus manos recorrieron todo su cuerpo. Su corazón latía a mil por hora.
Ella abrió más la boca para que él profundizara el beso mientras su lengua se adentraba y el beso se volvía más ardiente.
Aunque podía sentir que su beso era más de rabia y pasión, sus manos fueron a su pecho, su cuello y su pelo.
Estaban pegados el uno al otro y no había forma de que pudiera estar más cerca de él, por mucho que lo intentara.
—Disculpen.
Dejaron de besarse y vieron a dos señores mayores parados en frente de ellos.
—Veo que siguen como dos tortolitos.
—¿Cómo no estarlo? —respondió Alexander, sonriendo a Julia.
—Esto es lo que nos gusta ver. Un hombre que ama a su mujer dice mucho de él. Me caes bien, Alexander. Ya hablaremos más sobre la propuesta.
Julia pudo ver que Alexander estaba aliviado.
—Sería un honor. Los veré entonces —dijo.
Cuando ambos hombres se fueron, Alexander se giró hacia ella. La sonrisa de enamorado había desaparecido, y negó con la cabeza con incredulidad y enfado.
Se alejó, y cuando ella se giró para verlo, vio que Ava estaba esperándolo.
Julia observó cómo Alexander se llevaba a su verdadera novia.
No sabía adónde iban, pero se sintió triste.
Se quedó allí mientras el viento le revolvía el pelo. Quería irse a casa, pero no podía sin Alexander.
Después de lo que pareció una eternidad, él y Ava finalmente regresaron. Ava llevaba puesta la chaqueta de Alexander.
Miró a Julia con orgullo, y Julia supo que le estaba restregando que ella era la única que le importaba a Alexander.
El viento se había vuelto frío, y Julia se alegró de que hubieran terminado. Llegó el coche y ella subió.
Julia observó cómo antes de subirse al coche, Alexander abrazaba a Ava y le besaba la mejilla.
No intercambiaron ni una sola palabra durante el trayecto a casa. Ella se quedó mirando por la ventana, pensativa.
Estaba hecha polvo, y lo único que quería era llegar a casa. La noche había sido agotadora.
Cuando el coche se paró frente a la casa, Julia salió y fue directamente a su habitación.
Unos segundos después, Alexander entró en el dormitorio.
Cerró la puerta de un portazo, y ella dio un respingo.
—¿Se puede saber qué demonios ha sido eso, Julia?
Julia respiró hondo y se enfrentó a Alexander.
—¿Qué demonios he hecho, Alexander?
—Sabes que tenemos que actuar como un matrimonio, pero desapareces durante media hora y haces vete a saber qué.
—No lo hice a propósito. Me hice una nueva amiga —respondió ella, tratando de mantener la calma.
—Me cuesta creerlo —dijo él cabreado.
De repente, Julia también se enfadó.
—¿Y tú qué? —preguntó.
—¿Yo qué de qué?
—¿Ava y tú?
—Eso es diferente.
—¿En qué es diferente, Alexander? No puedes quitarle las manos de encima.
—¿Así que esa es tu forma de castigarme?
—No te estoy castigando.
—Yo creo que sí.
—¿Qué te hace pensar eso?
—¿Por qué me besaste cuando estábamos bailando? —preguntó él.
Julia se quedó cortada.
—Creo que fue el alcohol y el hecho de que quería que todos creyeran que éramos pareja.
—No me mientas. Pude notar por el beso que querías más.
—¿Qué quieres de mí?
—Más bien, ¿qué quieres tú, Julia?
—¿A qué te refieres?
—No importa lo que quieras, no voy a darte la relación que deseas. No te quiero a ti.
—Entonces, ¿por qué me besaste afuera?
—Los hombres con los que hablé valoran mucho los matrimonios y los negocios. Actué así para que creyeran que éramos una pareja apasionada después de lo que hiciste.
—¿Así que todo fue un teatro?
—Sí, Ava es la única mujer que quiero tocar o con la que quiero estar.
Julia asintió.
—Lo tendré en cuenta para que no tengas problemas en el futuro. Si eso es todo, iré a cambiarme.
Fue al baño y se miró en el espejo durante varios minutos antes de quitarse el maquillaje.
Cuando intentó bajarse la cremallera del vestido, no pudo hacerlo. Lo intentó con todas sus fuerzas y luego suspiró, sabiendo lo que tenía que hacer.
Volvió al dormitorio. Alexander se había cambiado y ahora iba en ropa interior. Estaba sentado en el borde de la cama leyendo.
Julia se acercó a él y él la miró extrañado.
—¿Puedes bajarme la cremallera del vestido?
—No me digas que estás haciendo esto. ¿Tan desesperada estás?
—De verdad necesito ayuda, Alexander.
Él se incorporó y le bajó la cremallera del vestido.
Ella lo sujetó contra su cuerpo mientras volvía al baño para terminar de prepararse para dormir.
Cuando volvió a la habitación y pudo ver que le estaba enviando mensajes a Ava porque no dejaba de sonreír.
—¿Así que ese beso no significó nada para ti? —preguntó en voz baja.
—Te dije que no pidieras peras al olmo, Julia.
—Solo preguntaba, ¿vale?
—Vale —Alexander dejó su teléfono—. No significó nada. Todo el tiempo que estuvimos besándonos estaba pensando en Ava.
Julia sintió un nudo en la garganta.
—¿Así que puedes usarme físicamente cuando quieras pero yo no puedo hacerlo?
—Ese es el quid de este matrimonio de pacotilla.
—Entiendo.
—Espero que no pienses que esto significa sentimientos reales.
—¿Cómo podría hacerlo, si me recuerdas a Ava cada dos por tres?
—Suenas como una esposa celosa.
—Al menos has acertado en la parte de esposa.
—No eres mi esposa, Julia.
—Bueno, el acta de matrimonio dice que lo soy.
—¿Y por qué bebiste tanto esta noche?
—¿A qué te refieres?
—No te hagas la tonta conmigo, bebiste como una cosaca.
—¿Por qué importa eso?
—Porque podrías haber metido la pata.
—Pero no lo hice, ¿verdad?
—Sí lo hiciste, besándome de la nada.
—Bueno, estamos en paz. Tú también me besaste de la nada.
—Sí, porque tuve que compensar tu metedura de pata de irte durante media hora.
—Oh, entonces hagamos la vista gorda a que estuviste mirando a Ava toda la noche. Creo que tú metiste mucho más la pata que yo.
—¿Qué me has dicho, Julia?
—Creo que has oído perfectamente lo que he dicho.
Se dio la vuelta, haciéndole saber que había terminado de discutir con él y que le daba igual lo que tuviera que decir.
Julia se sorprendió cuando Alexander la giró y se puso encima de ella en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Qué. Me. Has. Dicho?
—Quítate de encima, Ale...
No pudo terminar de hablar por la expresión de su cara. Estaba controlador y cabreado.
—Hablemos de esto con calma —dijo ella temblorosa.
Su mano fue a su cuello, y ella supo que estaba sintiendo su pulso acelerado.
—Así que estás molesto porque he dicho la verdad —susurró.
—Se me olvida que eres una cría.
—No soy tan cría —Julia se mantuvo firme. No iba a permitir que la intimidara, no si podía evitarlo.
Su mano bajó hasta la parte superior de su pecho, y ella tragó saliva. Él se inclinó y su cara quedó muy cerca de la suya. Ella cerró los ojos.
Alexander era el primer hombre que había deseado de esa manera. Su atractivo, y su aura misteriosa la atraían como un imán. La forma en que la había besado afuera la había excitado.
Cuando se dio cuenta de que no pasaba nada, abrió los ojos.
Alexander estaba sonriendo. Inmediatamente, Julia supo lo que significaba: se estaba burlando de ella por ser una ingenua.
Julia no lo dejaría ganar. Lo agarró del cuello y tiró de su cabeza hacia abajo, y lo besó.
Él trató de apartarla, pero ella usó toda su fuerza para mantenerlo allí.
Alexander finalmente logró separarse y la miró sorprendido.
—¿Eres una fiera o qué?
—Tú empezaste, Alexander. Yo iba a dormir, pero tú me provocaste. Te deseo.
—¿Me deseas?
—Sí, bueno, ya sabes.
—Cuando te besé en la fiesta afuera, aunque intentaste seguirme el ritmo, pude notar que no tenías mucha experiencia. ¿Qué podrías hacer por mí en la cama?
Julia sabía que tenía razón. No dijo nada.
Alexander se quitó de encima.
—No me pongas a prueba, Julia. Ava es la única chica a la que quiero ver sin ropa.
Con eso, se dio la vuelta y se durmió, dejando a Julia en la oscuridad.