Primera oportunidad - Portada del libro

Primera oportunidad

Andrea Wood

Capítulo 5

Natalie

Mientras agonizo…

Escucho su voz ronca y agresiva. Es sexy a más no poder y es muy varonil. Mi mente no quiere sentirse atraída por esta voz. Pero mi cuerpo tiene otros planes, y mis oídos lo están asimilando todo.

Este hombre sabe cantar. Sabe disfrutar de sus canciones, pero yo no lo hago; maldita sea, podría escuchar su voz a capela toda la noche.

Si le mencionara una palabra de esto a Layla, no me dejaría vivirlo para contarlo. No soy una fanática del cambio, y si fuera por mí, nunca escucharía voluntariamente a este grupo de música.

He escuchado algunas de sus canciones en la radio. Lo suficiente como para recordar de quién se trata y cambiar inmediatamente de emisora, aunque no sin que Layla ponga esos ojos de puchero, tratando de rogarme que la mantenga puesta.

Quien haya dicho que todos los grupos suenan igual en directo que en sus discos es un mentiroso. Nunca he escuchado a un artista sonar mucho mejor en directo que en sus grabaciones.

En este caso, su voz me derriba, rompe mis barreras musicales. Entonces abre la boca para hablar en lugar de cantar y, poco a poco, arruina todos los pensamientos que acabo de tener.

—¿Cariño? —Le oigo más que le veo. Todo estaría muy oscuro aquí arriba si no fuera por una sola luz que me está enfocando. Una luz que en este momento me ilumina a mí. Miro a mi alrededor, esperando, rezando porque no esté dirigiéndose a mí.

Por favor, cualquiera menos yo.

—Sí. Tú. —grita.

Las luces se encienden y él me mira fijamente. Le devuelvo la mirada. Está cabreado. ¿Qué he podido hacer para cabrear tanto a un completo desconocido?

—¿Por qué no subes tu culo al escenario? —dice, no preguntando sino exigiendo.

Veo a unas cuantas personas caminando hacia mí, sus secuaces autodesignados. Miro detrás de mí, hacia la puerta. Tal vez, sólo tal vez, pueda salir antes de que me alcancen.

Vuelvo a mirar a la multitud. Layla está al fondo de todo, todavía con Benjamin, sus ojos me suplican que haga lo que me piden. Quiere que vaya.

Es el momento de luchar o huir.

Elijo luchar. Y nadie va a llevarme; caminaré por voluntad propia. Entonces, me pongo de pie. Lo miro a los ojos, no para mostrar sumisión, sino para demostrar que soy una igual.

De camino hacia el escenario, la multitud de personas se abre paso para que yo pueda pasar. Siento que alguien me mira fijamente y levanto la vista para confirmar quién me mira así. Era lo que pensaba. Steele.

Me atraviesa con la mirada, con una sonrisa de oreja a oreja. ¿A qué juego está jugando? Pienso que tal vez esto sea parte de su espectáculo, lo de llamar al azar a las mujeres del público.

Así que camino más despacio. Puede esperarme.

Estudio su rostro. Es lo que yo consideraría guapo.

Mi corazón late con fuerza. Se pasa la mano por su pelo negro azabache. Cae en forma de cascada, ensombreciendo ligeramente sus ojos. Ojos que puedo ver cómo me miran.

Un color magnífico, azul oceánico, pero evidentemente impregnado de dolor. Una emoción tan intensa que casi puedo sentirla saliendo de él y abrazándome.

Con una sensación abrumadora, mi respiración se entrecorta.

Llego a las escaleras, un paso más cerca de enfrentarme a este extraño melancólico. Subo los escalones de uno en uno, lo más lentamente posible.

Me tiende la mano, la cojo de mala gana y dejo que me levante. Tropezando, caigo sobre él. Me atrapa, y nos encontramos pegados el uno al otro. Puedo sentir que está tan afectado como yo por esto.

Su corazón late con fuerza, igualando lentamente el ritmo del mío. Cálmate, Nat, me digo a mí misma.

Poniéndome de pie rápidamente, con la cara roja como un tomate, miro detrás de mí y me doy cuenta de que he olvidado que la gran masa de gente también está presenciando esta humillación.

No sólo por haberme caído encima de él, sino por estar aquí de pie, en este escenario.

Miro a la banda con cara de «ayudarme». No parecen sorprendidos de que me hayan llamado hasta aquí; sabían exactamente lo que iba a pasar.

Este magnífico espécimen de hombre se inmiscuye en mi espacio vital, agarrándome la mano, e inclinando su cabeza hacia un lado de mi cara. Entonces, me susurra al oído: —Ya era hora de que subieras.

»Soy Steele. Sabes, la mayoría de las chicas habrían venido corriendo hasta aquí.

Doy un paso atrás, retirando mi mano de la suya, desconcertada y enfadada por su tono presuntuoso, haciéndome ver que debería sentir un gran honor al estar a su lado.

Miro a mi alrededor, buscando a alguien que no esté de acuerdo con esto. Pero todo el mundo, incluida mi mejor amiga, está rogando, suplicando que pase algo.

Bueno, a la mierda. Les daré lo que quieren y luego me iré, joder. Miro fijamente a Steele, directamente a sus ojos atormentados, y le digo: —¿Qué quieres?

Él y yo somos los únicos que podemos escuchar lo que decimos. Gracias a Dios.

—Obviamente no estabas disfrutando del espectáculo, así que pensé en hacerte partícipe, descarada.

—Dime, Steele —siseo—, ¿cómo has pensado que mi presencia aquí arriba va a hacer que disfrute de tu espectáculo?

—Bueno, cariño, va a funcionar porque vas a cantar una canción conmigo —afirma con seguridad.

—Estás flipando. ¿Y la letra? ¡No me sé ni una palabra de ninguna de tus putas canciones! —digo histérica.

Este tipo está jodidamente loco. Empieza a reírse y se pone el brazo derecho sobre el estómago, agachado y jadeando porque mi situación le parece divertidísima.

—No creo que esto sea divertido.

Lo que parece ser una eternidad, se pone de pie y borra la sonrisa de su cara, sustituyéndola por una mirada franca y peligrosa.

—Oye ¿por qué me mientes así? Dudo mucho que no hayas escuchado ninguna de nuestras canciones, por el amor de Dios. Vas a una universidad de música.

»Vamos a poner esto en marcha. Vas a cantar. Conmigo.

—¿Qué canción? —pregunto, resignándome a esto. Quizás, si tan sólo canto la maldita canción, entonces podré irme.

—Usado por ti. —Sonríe.

Qué cabrón.

—No voy a cantar esa canción contigo. Se trata de rebajar al subsuelo el significado del amor y la degradación de las mujeres. Un ejemplo de todo lo que desprecio en la música convencional.

»No, no voy a hacerlo, joder —gruño.

—¡Ja! ¡Así que sí que te sabes una de nuestras canciones! —exclama, muy contento, al parecer.

Estoy vencida. Sólo quiero terminar con esto y acabar. Esta es probablemente la única canción que conozco lo suficientemente bien como para intentar cantar algo, y tan pronto como lo haga, no tendré que volver a verlo.

En este momento, todo lo que quiero hacer es irme. La única razón por la que todavía estoy de pie aquí en este escenario es porque estoy a punto de darle una patada en su culo engreído.

Sin que lo sepa, sé cantar. Me han comparado con algunas de las mejores voces femeninas de todos los tiempos.

—Bueno, pongamos esto en marcha —digo.

Se dirige a los miembros de la banda; todos se ponen en sus puestos. Por desgracia, Steele y yo tenemos que compartir el micrófono.

La canción comienza con el baterista golpeando la caja y el bombo. El bajista y el guitarrista entran al mismo tiempo, creando un ritmo encantador, casi hipnotizante.

El escenario vibra bajo mis pies. Me sacude hasta el fondo.

Mirando a los ojos de Steele, y él a los míos, juntos, empezamos a cantar cada verso, armonizando.

«Cuando te conocí, estabas jodidamente loca

Tal vez por eso tu coño no me asustó

Tan usado y maltratado

Inconsciente y borracha

Compartiéndote con todos

No pudiste hacer que me corriera

La ropa rota y desgarrada

Solo gritabas por más...»

La canción termina. Escudriño al público, viendo que está contento. Bajo corriendo las escaleras del escenario y salgo del auditorio. Fuera de la universidad. Corro. Sigo corriendo hasta que me falta el aire.

Mis costillas gritan de dolor, pero no quiero parar. No hasta que esté en casa, donde pueda pensar en qué demonios acaba de pasar y en las consecuencias de mi huida.

Así que sigo adelante. Durante más de ocho kilómetros, corro como si la mismísima parca me persiguiera, reclamándome la muerte. En cuanto llego a casa, corro a mi habitación y cierro la puerta con pestillo.

No hay dudas de si Layla va a querer discutir esto o no. Sé con toda seguridad que yo no quiero. Me siento en la cama y coloco la cabeza entre las rodillas, inspirando y expirando.

Siento que se avecina un ataque de pánico. Siento un ligero mareo en la cabeza, la bebida que tomé antes empieza a hacerme efecto, cada músculo de mi cuerpo está en tensión…

En este punto de la ansiedad es cuando todos y cada uno de mis miedos encajan y se desbocan en mi cabeza.

Me siento como si fuera una rehén, teniendo que ser testigo de todos los peores escenarios posibles que podrían ocurrirles a los que amo, a los que alguna vez amé, o incluso a mí misma.

Mis miedos forman un mismo puente, creando una sola pieza: el dolor y la muerte. Siempre estoy luchando por mantener a la gente alejada de mí porque, en cualquier momento, cualquiera puede morirse de cualquier cosa, y no quiero volver a sentir ese dolor.

Siento mi propio aliento, robado de mis pulmones, y mi corazón rompiéndose en un millón de pedazos. Yo era la única que quedaba viva, sabiendo que cambiaría mi vida por la de ellos. Pero eso es imposible.

La muerte es definitiva. No hay nada que pueda hacer para cambiar las cosas.

Han pasado años, y todavía siento ese vacío que sé que nunca se llenará. Estoy paralizada. Nada ni nadie puede aliviar el vacío dentro de mi corazón.

Para que el ataque remita antes, tengo que soltar las riendas y reducir al mínimo mi batalla por mantener el control. Tengo que dejarme llevar. Afrontarlo. Y al final, sé que todo irá bien.

Me repito una y otra vez mi mantra: «todo saldrá bien». Sé que un día, superaré todo esto. Cuando eso pase, estos sentimientos no se apoderarán más de mí. Tal vez entonces, pueda dejar entrar a alguien en mi vida.

Poco a poco, voy controlando mis pensamientos, y cualquier temor empieza a ser arrojado al fondo de mi subconsciente.

Oigo que un portazo. Levanto la cabeza de mi regazo. ¿Quién demonios está ahí? Me pregunto. Salgo corriendo al salón y veo a Layla y a Benjamin.

—Como mejor amiga tuya que soy, voy a preguntarte primero: ¿estás bien? —dice Layla de manera controlada mientras Benjamin actúa como si prefiriese estar en cualquier otro lugar del mundo en este preciso momento menos en este.

—Sí, estoy bien. Sólo estaba nerviosísima y no quería ser emboscada por todos los fans locos, ya sabes.

—Sí, ¡SÍ! Nat, entiendo completamente cómo has jodido esto para TI, para NOSOTRAS. El puto Ryan Steele te pidió A TI que subieras a su escenario, ¿y tú qué haces?

»¡Salir corriendo de allí antes de que pudiera saber tu nombre, y mucho menos hablar contigo! —grita, puntuando todas y cada una de las palabras.

Subestimé su ira.

—Espero que estés de coña, Layla. Quiero decir, estás de coña, ¿verdad? —una pizca de rabia se extiende por mi voz.

—No estoy de coña Nat —dice Layla, molesta.

—Sé que querías que me subiera al escenario. Prácticamente me lo estabas suplicando con la mirada. Pero me sentí humillada. Él hizo todo esto a propósito —respondo.

»No escuchaste la conversación que tuvimos. Se estaba burlando de mí; me estaba poniendo a prueba porque no estaba disfrutando de su maldito concierto. —en este punto, estoy gritándole.

—No importa. Lo que importa es que podrías haber aprendido de una leyenda. Todo su imperio está formado por LO MEJOR de este negocio.

»En vez de eso, tienes que joder todo lo bueno que se te viene encima.

Al instante, replico: —No fue lo que...

Me interrumpe. —No quiero escucharlo. He terminado de discutir esto. Voy a salir con Benjamin. No estaré en casa hasta el lunes para ir a clase. Hemos venido para recoger una muda de ropa.

»Piensa en lo que te he dicho.

Y con eso, simplemente, se va. Ni siquiera puedo hablar. Layla y yo nunca discutimos. Puede que no estemos de acuerdo en algunas cosas, pero, en última instancia, siempre cede una u otra.

Nunca nos hemos peleado por las acciones o las elecciones de la otra.

Atónita, decido esconderme en mi habitación hasta que se vayan.

Siguiente capítulo
Calificación 4.4 de 5 en la App Store
82.5K Ratings
Galatea logo

Libros ilimitados, experiencias inmersivas.

Facebook de GalateaInstagram de GalateaTikTok de Galatea