Secuestrada por el Alfa - Portada del libro

Secuestrada por el Alfa

Midika Crane

Un acuerdo

MARA

Apenas he dormido.

No sé cuánto tiempo ha pasado. No hay ventanas, así que no sé si el sol ha salido o no.

Dos tipos duros me llevaron a la habitación que me habían asignado y desde entonces he estado dando vueltas en la cama, intentando pensar en cómo escapar.

No he podido mantener la calma durante más de cinco minutos seguidos.

¿Cómo puedo dormir si mi familia está en algún lugar preguntándose dónde estoy?

Conociéndolos, supondrán lo peor. Y esta vez tendrán razón.

O peor aún, ¿y si piensan que me escapé?

Creo que conseguí evadirme durante al menos una hora hace un rato, pero cuando volví en mí fui consciente al instante de dónde estaba y el corazón se me hundió en el pecho una vez más.

Salgo de la cama. Cuando me trajeron estaba aturdida y apenas pude reparar en nada. Pero ahora se me corta la respiración al darme cuenta de dónde estoy.

¡Estoy en mi habitación!

Todo lo que conozco y me gusta está aquí. Elegí llos colores, colgué los cuadros, compré el juego de cama. ¡Está todo aquí!

Corro hacia la puerta, pero está cerrada.

Me siento desorientada. ¿Ha sido todo una pesadilla? ¿Estoy en casa?

No, no puedo ser…. Recuerdo haber sido secuestrada, y recuerdo haber hablado con Kaden.

¿Pero podría ser un sueño? ¿Algo provocado por las advertencias de mis padres? Un aleteo de esperanza me llena el pecho.

Golpeo la puerta.

—¡Madre! ¡Padre! Soy yo, ¡dejadme salir!

No hay respuesta a mis gritos.

Todo es igual. La alfombra gris, las paredes azules...

Me acerco a las fotografías y cojo una de mi madre y mi padre. Parecen muy felices. Una lágrima se desliza por mi mejilla y cae sobre el cristal de la fotografía y cubre el rostro de mi madre.

¿Qué estoy haciendo? ¡Esta no puede ser mi habitación!

Todo es una mentira sin remedio y mis padres no están aquí para salvarme. Estoy sola.

Me tumbo en la cama y cierro los ojos. No puedo distinguir lo que es real y lo que es falso. No sé si estoy en casa o sigo con la Manada de la Venganza. Me siento como si estuviera flotando entre dos realidades.

Esto es culpa de él. Kaden. Este es otro de sus juegos. Quiere que me sienta confundida porque confundida soy vulnerable.

De repente lo odio más que nunca.

Mi madre me dijo que nunca odiara, pero este ardor en mi pecho no puede ser reprimido.

Me pongo de pie, dejando atrás la familiaridad que me rodea y pruebo a abrir la puerta de nuevo. Esta vez se abre, pero hacia mí. Retrocedo a trompicones cuando alguien entra.

Hay un joven frente a la puerta.

Su aspecto es un poco diferente al de la mayoría de los miembros de la Manada de la Venganza.

Tiene el pelo oscuro y los ojos oscuros, pero su piel es impecable.

Es muy atractivo, pero desprende misterio y oscuridad.

Básicamente, es lo opuesto a cualquier miembro de la Manada de la Pureza. No es aburrido. No es insípido.

Al instante me siento nerviosa y fuera de lugar.

Sólo llevo un fino camisón blanco que recuerdo vagamente haberme puesto anoche.

Era lo único en el armario que no era ropa de día.

Este hombre, en cambio, lleva una armadura de cuero con guantes, igual que Kaden.

¿Por qué todo el mundo aquí lleva guantes?

Me levanta una ceja mientras me alejo lentamente.

—¿Mara? —pregunta. Su voz es profunda y tiene un acento exótico. Asiento con cautela.

¿Qué quiere de mí? Me doy cuenta de que no atraviesa la puerta. Respetuoso, al menos.

—¿Quién eres tú? —exijo, sonando más ruda de lo que pretendía.

Sin embargo, cualquiera de la Manada de la Venganza es mi enemigo y necesito mantenerlo así.

Cuando me escape voy a dejarlos a todos atrás.

—Puedes llamarme Coen —dice suavemente.

Me tiende una mano y yo la miro fijamente.

Lleva un guante de cuero y el costado está decorado con pequeñas gemas azules. Curioso.

Trago saliva. —Odio el cuero.

Retira la mano y la mira por un momento.

Es bastante guapo, odio admitirlo. Y, hasta ahora, la persona menos intimidante que he conocido.

—Entiendo —comenta.

Se quita los guantes y se los mete en el bolsillo de la chaqueta.

Su chaqueta es tan maravillosa como los guantes y tiene las mismas gemas. Me tiende la mano de nuevo.

Esta vez la tomo.

Sus cálidos dedos se cierran en torno a los míos y entonces dejo que me guíe fuera de la habitación y por un pasillo poco iluminado.

—Desayunarás con tu… —se interrumpe.

Kace y yo no somos compañeros. El matrimonio es para la realeza y yo no pertenezco a ese sector.

Parece incómodo. —Con Kace —termina.

Mi estómago se aprieta y empiezo a sentirme mal.

Estar en la misma habitación con Kace ya era malo, ¿pero comer con él?

Tal vez me den un cuchillo... pero no sabría qué hacer. La violencia es un pecado.

Decido intentar interrogar a mi acompañante. —¿Qué eres para él? Para Kaden, quiero decir.

Suspira. —Un guardia personal.

Frunzo el ceño. ¿Guardia personal?

¿Quién iba a saber que el alfa más temido de todos tenía guardia personal?

No se me ocurre nadie que se atreva a hacerle daño.

Me muerdo el labio. —¿Y dónde está Kaden?

Realmente no me importa, pero sigo teniendo curiosidad.

Me gustaría castigarlo por lo que le ha hecho a mi dormitorio.

Los adornos son a propósito, se está burlando de mí con lo que me ha quitado.

—Atendiendo negocios con otras manadas —responde Coen.

Claro, demasiado ocupado secuestrando a mujeres.

Coen me sorprende poniendo los ojos en blanco. —Tienes todo el derecho a despreciarlo, pero ten en cuenta esto: le gustan las mujeres sumisas.

Aprieto los dientes con disgusto. —Por suerte, no soy de su propiedad.

Cuando llegamos al comedor ahí está Kace. Está comiendo un trozo de piña.

Va vestido de forma informal, como si ya fuéramos un matrimonio que lleva años quedando para desayunar así.

¿Espera que compartamos habitación después de nuestra unión?

Levanta la vista y se encuentra con mi mirada cuando entramos. Le devuelvo su mirada de desdén con una mirada fija.

Siento que no quiere estar emparejado conmigo casi tanto como yo no quiero estarlo con él.

Al menos tenemos algo en común.

Me siento al final de la mesa.

No tengo hambre, pero Coen va a traerme un plato de comida de todos modos. Así que me quedo solo con Kace.

—Noto que no me vas a proponer matrimonio esta noche —le digo.

Aprieta la mandíbula y baja la mirada. ¿No quiere admitirlo ante mí?

Parece que no quiere mostrar sus emociones.

Deja caer el tenedor. —No sabes nada.

—Sé que puedes sacarme de aquí. Si me voy, podrás tener a quien quieras.

Golpea la mesa con las manos, haciendo sonar los cubiertos, y se levanta. Le miro nerviosa. Estoy jugando con fuego.

—¿No entiendes? No puedes escapar de él. Te encontrará y te encerrará para que no vuelvas a ver la luz del sol —me dice.

Siento que mi corazón se oprime ante sus palabras. Le creo.

Kace se vuelve a sentar y se pasa una mano por la cara. —De todos modos, no importa. La chica a la que quiero intentó matarme.

Miro los cortes y los moratones de su cara y me pregunto si la chica de la que habla es quien le ha hecho eso.

¿Cómo puede seguir queriéndola después de que ella hiciera algo así?

No lo sé. Nunca he sentido el amor.

—Y ella ama a otro hombre —dice bruscamente y metiéndose un trozo de piña en la boca.

Coen entra de nuevo en la habitación con un plato de fruta. Tengo que preguntar de dónde saca la fruta la Manada de la Venganza. Lo coloca delante de mí y se aparta.

¿Es mi guardia ahora?

—Podrías conseguir a alguien mejor —le digo a Kace. Me ignora y sigue comiendo. Me imagino lo que está pensando:

¿Qué sentido tiene? ¿Qué sentido tiene esperar a alguien cuando te obligan a casarte con otro?

Empiezo a preguntarme cómo será mi vida amorosa y sacudo la cabeza ante las conclusiones a las que llego.

Pero la Diosa de la Luna ha decidido, evidentemente, que este sea mi destino, así que debo aceptarlo y afrontarlo lo mejor posible.

Si no tengo que ver a Kaden, quedarme aquí puede no ser tan malo. Pero aún así intentaré escapar para ver a mi familia y hacer las maletas de nuevo.

Aunque me mate.

***

Me retiro poco después y paso el resto del día paseando por mi «dormitorio».

Me paso el cepillo por el pelo y miro la foto de mis padres escondida en una esquina del espejo. Sonríen con naturalidad.

Me pregunto qué estarán haciendo. No pueden ser tan felices como en esta foto. Deben echarme de menos... ¿no?

Dejo el cepillo, deseando que mi pelo brillara tanto como el de otras chicas. Un poco de maquillaje también me vendría bien.

Mi tez pálida no es atractiva, sobre todo después del llanto interminable de anoche.

Me han dicho que Kace se propondrá a mí en la próxima hora

Estar sentada en esta habitación, igual que en la de casa, es extrañamente tranquilizador.

Tiene justo el efecto contrario al que sin duda pretendía Kaden.

Alguien llama a la puerta.

Se supone que Coen está apostado fuera, asegurándose de que no intente escapar y, al mismo tiempo, dándome algo de privacidad.

La única otra opción sería la ventana, pero cuando corrí la cortina me encontré con una pared de hormigón.

La puerta se abre y me recibe el encapuchado Kaden. Inmediatamente me molesta su presencia en lugar de asustarme.

Tengo la tentación de agarrarlo por el cuello y estrangularlo.

Me doy cuenta de que se ha puesto un traje, aunque sigue llevando guantes de cuero.

Resisto el impulso de tirar de su capucha para revelar la cara que hay debajo. No entiendo cómo se las ha arreglado para colocar una capucha en su traje.

—¿Qué quieres? —pregunto fríamente.

¿No debería estar fuera, de fiesta con los demás miembros de la manada? La idea me enferma.

Lo celebran mientras que ni Kace ni yo queremos pasar por ello.

Los miembros de la Manada de la Venganza no tienen corazón. Debo recordar eso.

—He venido para asegurarme de que vas a llegar a tiempo. Veo que tienes el vestido que mandé hacer para ti —dice.

Al igual que Coen, permanece frente a mi puerta sin cruzar el umbral, como si fuera a matarlo si lo hace.

Miro el vestido que me han ordenado llevar.

El grueso material púrpura oscuro se adhiere a mi cuerpo. El corpiño brilla con gemas que nunca me habría podido permitir.

Realmente es muy bonito y si estuviera en otro lugar disfrutaría llevándolo.

En la Manada de la Pureza no se nos permite llevar ropa rica y oscura como ésta.

Significa una creencia en el Destino que a ninguno de nosotros se nos permite ponderar.

—¿Esperas que huya? —le desafío.

Permanece en silencio por un momento.

Me pregunto si, bajo su capucha, es como todos los demás de esta manada. ¿Los mismos rasgos? ¿El mismo aspecto exacto quizás?

—Sí —responde.

Frunzo el ceño. Ojalá pudiera.

¿Cómo podría escapar del alfa más notorio y de su manada? Pero todavía me hago la pregunta. —¿Por qué?

—Porque pareces tan estúpida como para hacerlo.

Le frunzo el ceño.

—Tampoco parece que te haya entrado en la cabeza que puedo matarte. Y a tu familia.

Levanta la mano derecha enguantada y se limpia el polvo inexistente con la otra mano. —Pero no tienes que preocuparte. No te mataré.

Me tiende el brazo para que lo rodee.

Lo miro fijamente.

¿Qué sentido tiene rebelarse ahora? Ninguno.

Así que enlazo mi brazo con el suyo y partimos.

Se inclina hacia mi oído. —Todavía...

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