Asume el riesgo - Portada del libro

Asume el riesgo

Mars Mejia

Capítulo 4

KARA

El resto del viernes transcurrió rápidamente. Pasé la tarde terminando los deberes para poder estar libre el resto del fin de semana.

Layla cumplía dieciocho años el día siguiente y tenía una gran fiesta de cumpleaños. Sabía que estaría cansada el domingo, así que quería quitármelo todo de encima por adelantado.

—Kara, ¿tienes un minuto? —escuché. Mi madre llamó ligeramente a la puerta de mi habitación. Hice una mueca al verla.

—Siempre respondí con suavidad, sin saber qué podría afectarla.

Mi madre tenía los ojos marrones oscuros inyectados en sangre y el pelo negro recogido en un moño. Llevaba una camisa blanca holgada y unos pantalones de chándal negros, la evidencia de que se había quedado en casa todo el día.

—Tu padre ha llamado antes —comentó. Sus palabras hicieron que se me cayera el corazón. Mi madre observó mi reacción antes de continuar—: Se preguntaba si te gustaría visitarlo el próximo fin de semana.

Me tomé un momento para procesar sus palabras antes de permitir que volvieran los recuerdos.

—Pues no —escupí con frialdad—. ¿Le he enviado múltiples mensajes de todas las formas posibles y me responde meses después? ¿Ni siquiera se ha molestado en responderme, pero ha decidido que es una buena idea llamarte?

Mi voz se quebró. Mi madre se estremeció visiblemente y al instante me arrepentí de mis palabras.

Nunca iba a olvidar la mañana en que todo había sucedido.

Me estaba preparando para ir al colegio cuando mi madre llamó al teléfono de casa. Mi hermano, Charlie, había sido el encargado de contestar el teléfono, y me dijo que papá se iba de viaje de negocios durante unos días.

Unos días se convirtieron en unas semanas, unas semanas se convirtieron en unos meses, y los meses se alargaron hasta donde nos encontrábamos, casi un año después.

La primera vez que me di cuenta fue cuando oí a mi madre llorar en su habitación por la noche. Ella no sabía que yo podía oírla.

Aquello destruyó, me sentí muy traicionada. ¿Por qué mi propio padre nos había dejado?

Charlie no sacó el tema durante semanas. Yo le rogaba constantemente que me explicara, y sabía que sólo quería protegerme, pero aquello sólo dolía aún más.

El día que me lo contó todo fue el día en que experimenté mi primer desamor.

Mi madre había descubierto que mi padre tenía una aventura. Lo echó de casa. En lugar de intentar arreglar las cosas, él continuó su relación con la otra mujer.

Se casaron y, dondequiera que estuviese, yo quería que se mantuviera lo más lejos posible de nosotros.

Mis padres llevaban juntos veintidós años. El incidente hundió a mi madre; nunca podría perdonarle que destruyera nuestra familia.

Lo peor es que la mujer con la que se lió sabía que tenía una familia. Que estaba casado y tenía dos hijos. Y que ella era una gran razón para la separación de mi familia.

Aquella mujer fue la razón por la que mi madre experimentó semejante agonía. Ella fue la razón por la que mi hermano y yo nos quedamos sin padre. Ella fue la razón por la que yo ya no tenía una familia feliz.

Si volviera a ver su rostro o el de mi padre, los destrozaría, como hicieron ellos con mi corazón.

—Dile que no quiero volver a hablar con él —anuncié. Mis ojos se humedecieron cuando se encontraron con los de mi madre, que también intentaba contener las lágrimas. Me levanté del escritorio y la abracé. Me dolía el corazón al ver su sufrimiento.

Habían estado juntos durante veintidós años, y él lo había tirado lo tiró todo por la borda como si no significáramos nada para él.

Mi madre sollozaba en silencio mientras me abrazaba con fuerza, y yo sabía en el fondo de mi corazón que nunca sería capaz de perdonar a mi padre.

—Dile que está muerto para mí.

—Estás muy guapa— me felicitó Jess cuando entré en la gran sala de Layla con mi nuevo vestido.

Era la fiesta de cumpleaños de Layla, que resultó ser de temática blanca y negra. Por supuesto, como Jess y yo éramos sus mejores amigas, teníamos que llevar un color que destacara.

¿Cómo podría negarle a la cumpleañera su deseo?

Después de prepararle a mi madre un té y ayudarla a dormir decentemente, me pasé el resto de la noche volviéndome loca para elegir lo que me iba a poner para la fiesta de Layla.

Por suerte tenía a las mejores amigas del mundo entero, que me sorprendieron con un vestido que habían elegido para mí. Además, era de mi color favorito.

Jess llevaba un precioso vestido rojo y yo uno amarillo que me hacía sentir como el mismísimo sol.

Por no mencionar que hacía que mi culo tuviera un aspecto increíble.

—Las cosas que hago por ti —dije. Mis brazos rodearon a Layla, abrazándola con fuerza, y ella soltó una risita de felicidad.

Me alegré de que cumpliera dieciocho años porque sus padres por fin le permitían celebrar una gran fiesta. Otro año más con una de mis mejores amigas. Nos conocíamos desde que éramos pequeñas.

Había conocido a Layla en segundo grado cuando le tiré accidentalmente el zapato a la cabeza.

—Gracias —contestó. La rubia nos sonrió ampliamente a los dos y nos dio un breve, pero estrecho abrazo—. ¡Será mejor que tengáis una noche divertida! Especialmente tú, Kara.

Layla nos dedicó su sonrisa diabólica y todas miramos a la puerta cuando escuchamos que alguien llamaba. Layla abrió la puerta y apareció un hombre con un corte de pelo militar.

—Está llegando gente —anunció el guardia de seguridad sin cruzar el umbral.

Los padres de Layla eran ricos y le proporcionaban todo lo que necesitaba. Sin embargo, no la habían mimado, ni a ella ni a su hermano, Liam. Eran personas muy humildes.

Layla era una persona amable y cariñosa. Por eso montaba su fiesta a lo grande, para poder mimarse a sí misma, junto con todos los demás. A la gente le encantaban sus fiestas, aunque fueran raras.

—Vosotras dos id. Nos vemos allí —nos indicó. Layla saltó de emoción mientras Jess y yo salíamos.

Mientras bajábamos, miré por la ventana que daba a la escalera y me di cuenta de que ya había un buen número de invitados. Adornaban su pasarela de ladrillos grises, que parecía prolongarse durante kilómetros.

Respiré hondo mientras nos situábamos junto a la puerta, listas para dejar entrar a todos.

La música ya sonaba en el patio trasero, y los asistentes charlaban y reían en el patio delantero, esperando a que les dejaran entrar.

Mucha gente había llegado sorprendentemente temprano, aunque la mayoría no se molestaría en aparecer hasta las diez u once.

Me eché una de mis ondas castañas por encima del hombro y esperé a que Jess abriera la puerta. En cuanto lo hizo, el público vitoreó, saltando salvajemente de entusiasmo.

Jess y yo nos situamos a ambos lados de las puertas mientras la gente nos entregaba las invitaciones y entraba.

Debido a que muchos querían asistir, Layla se había asegurado de que sólo hubiera un número limitado de personas para que el asunto no se desmadrara. Había repartido unas cien invitaciones a gente al azar y luego algunos a sus amigos cercanos.

Dejé escapar una pequeña sonrisa cuando vi la foto de Layla en la pequeña tarjeta decorada. Definitivamente, se había esforzado mucho en la fiesta de este año, pero no la culpaba. Layla quería tener una noche inolvidable.

Jess tosió con fuerza, lo que hizo que levantara la vista hacia ella. Sus ojos castaños oscuros se abrieron mucho, tratando de indicarme algo, y desvió la mirada hacia el exterior del recinto.

Confundida, seguí su mirada y mis ojos se abrieron sorprendidos cuando vi a Jason. En realidad no me sorprendió su presencia. Más bien me llamó la atención que me pareciera tan sexy en aquel momento. Pero realmente sexy.

Jason llevaba unos vaqueros y una camiseta negra que se extendía alrededor de sus musculosos bíceps. Su pelo dorado era un lío ondulado y su clavícula parecía muy besable.

Tuve ganas de arrancarle la camisa.

—Layla le ha invitado —me explicó Jess mientras cogía la tarjeta que le tendía una chica y la arrojaba al creciente montón que había en el suelo junto a nuestros pies.

Por supuesto que Layla lo había invitado.

—No sería una fiesta sin Jason Kade —me burlé en voz baja, aunque lo suficientemente alto como para que Jess pudiera oírme—. Debería de haber sabido que lo haría.

Procedí a arrebatar la tarjeta rosa de la mano de la siguiente persona.

Estaba ansiosa por dejar mi puesto en la entrada y empezar a disfrutar de la noche con mis dos mejores amigas.

—Alguien no parece muy contento —dijo una voz profunda y divertida. Mi cabeza se levantó para ver la cara que más despreciaba. La cara que quería tener entre mis piernas, no obstante. Ay, ay, ay...

—Eso es porque estás aquí —respondí rápidamente e hice un movimiento con la mano, indicándole que siguiera caminando. Jason se rió y entró en la casa como si fuera el dueño, lo que me hizo poner los ojos en blanco.

Jess y yo seguimos dejando pasar a los invitados hasta que Layla se acercó a nosotros, con un aspecto impresionante gracias su largo vestido azul. Llevaba dos guardaespaldas, uno a cada lado, con caras estoicas.

Los observé a los tres con asombro. Aquellos tipos perfectamente podían trabajar para el presidente.

—Vamos que si no os quitarán vuestros sitios —nos advirtió. Mi bella amiga sonrió y nos cogió de la mano, arrastrándonos con ella a la diversión.

Mientras la seguíamos, vi que la gente bailaba por todas partes, y si no estaban bailando, estaban hablando o saboreando la deliciosa comida.

Layla encontró a Milo y se despidió de nosotras rápidamente antes de dejarnos atrás para que nos divirtiéramos.

—¿Un trago? —escuché. Una mano que sostenía un vaso rojo se extendió frente a mí.

Mi mirada siguió el brazo y conectó con unos cálidos ojos color chocolate. Hice una mueca cuando me di cuenta de que era uno de los amigos de Jason.

Mis ojos se entrecerraron, sin confiar en él. Lo había reconocido de mi clase de Matemáticas y porque Jess estaba muy enamorada de él.

Los engranajes de mi cerebro giraron mientras trataba de entender qué estaba haciendo.

—¿Es una especie de broma? Porque no voy a caer en ella —le advertí. Me quedé mirando la taza. Quintin sacudió la cabeza, riendo.

—No, sólo intentaba ser amistoso —me aseguró. Mi boca se abrió ligeramente para darle una respuesta, pero en su lugar le dirigí una mirada confusa. El me dedicó una sonrisa tímida—. Siento lo de Jason.

Por lo que decía Jess, parecía un buen tipo. Sabía algo de él, como que en su familia eran grandes donantes de una de nuestras iglesias locales, y que era un muy buen jugador de fútbol.

—No es tu culpa —suspiré. Hubo un breve e incómodo silencio. La camiseta roja oscura que llevaba resaltó sobre su piel morena. Le quedaba bien el color.

Quintin iba a decir algo, pero alguien se acercó y le pasó un brazo por el hombro.

—Bueno, pero si es Cora —Jason sonrió ante mi reacción de enfado. Oh, ¿así que ahora me llamaba por otro nombre? Qué manera de ser original. Le dediqué una sonrisa amarga y contraataqué.

—Qué te cuentas, Jackson —solté. Su mueca socarrona se convirtió en una línea recta y yo me congratulé.

—Q, ¿conoces a Kara? —Jason retiró su brazo. Sonreí cuando dijo mi verdadero nombre. Así que el pequeño diablo sabía mi nombre, después de todo. Quintin se encogió de hombros.

—En realidad no, pero espero hacerlo —respondió. Pensé que estaba bromeando, pero me sonrió con ojos esperanzados. La cara de Jason se enroscó en un ceño confuso.

Se me hizo un nudo en el estómago, sabiendo que aquello no era bueno. Jess llevaba mucho tiempo enamorada de Quintin. No quería darle una idea equivocada.

—¿Tal vez podamos salir alguna vez, como amigos? —propuse. Le dediqué una pequeña sonrisa, y Jason se quedó boquiabierto. Podía aprovechar aquella oportunidad para que finalmente Jess hablara con él.

—Me parece bien —sonrió Quintin. Los tres nos quedamos en silencio antes de ser abordados por alguien.

—Kara —oí decir a una voz femenina. Me giré para mirar a una morena conocida que me había roto el alma.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —siseé venenosamente. El corazón me latía con fuerza, y de repente me sentía llena de rabia y dolor.

Karina se había enrollado con Adam a mis espaldas, aun sabiendo desde el principio que él tenía novia.

—Bueno... a mi novio le han invitado —replicó. Los grandes ojos marrones de Karina miraban fijamente a los chicos que estaban a mi lado. No pude interpretar el significado de la expresión que tenía. Aunque me importaba un carajo.

—Bueno, ¿vas a hablar? —me quejé.

La presencia de Karina me estaba cabreando. Podía sentir que el dolor en mi pecho comenzaba a crecer de nuevo; no había pensado en todo aquello en una semana... hasta que ella había aparecido.

—Lo siento —Karina sacudió la cabeza con la mirada perdida y se alejó rápidamente. Si ella estaba en la fiesta entonces eso significaba... oh no, mejor que Adam no estuviera allí con ella.

Mi mano buscó rápidamente mi teléfono en el bolsillo, sólo para recordar que llevaba un vestido.

—¿Quién era ésa? —preguntó Jason levantando una ceja, con sus ojos de zafiro pegados a la nuca de Karina. No iba a nuestro instituto, así que no esperaba que la conocieran.

Imágenes vívidas pasaron por mi mente y el dolor me recorrió. Aunque Adam y yo no llevábamos mucho tiempo juntos, nadie merece pasar por este tipo de dolor.

—La chica por la que Adam me dejó —solté las palabras antes de poder pensar, abofeteándome mentalmente por admitir algo tan personal a Jason.

—¿Has visto sus uñas? No me hagas mencionar ese desastre —replicó él. Me reí ante su intento de hacerme sentir mejor, antes de ponerme seria y aclararme la garganta—. Tú, en cambio...

Jason aprovechó la oportunidad para mirarme de arriba abajo con el labio inferior entre los dientes. Mis ojos se entrecerraron antes de darme cuenta de que lo hacía a propósito.

—Bueno —comenté. Inconscientemente me froté los muslos—. Tengo que irme.

Me giré rápidamente y comencé a buscar a Jess. Mis ojos vagaron por la sala, notando lo felices que parecían todos.

Layla estaría encantada.

Miré a la pista de baile, esperando ver a Jess saltando, pero el conjunto de largos mechones negros no aparecía por ninguna parte.

Cuando me di la vuelta para alejarme de la pista de baile, alguien me agarró de la muñeca y tiró de mí. Intenté darme la vuelta, pero mi cuerpo volvió a ceder hacia quien me había agarrado.

Tenían un fuerte agarre en mis caderas.

—¿Bailas conmigo? —me susurraron al oído, y mi mente registró la familiar voz de Jason. Dudé, tratando de pensar con claridad. Su cálido cuerpo presionando tan de cerca hizo que las mariposas levantaran el vuelo en mi estómago—. Relájate.

El agarre de Jason se aflojó, dándome la oportunidad de irme o quedarme, y pude sentir cómo empezaba a balancearse detrás de mí.

No estaba segura de si era él o la atestada estancia lo que me daba mucho calor. Agradecí encontrarme de espaldas a él, porque notaba cómo se me ponía la cara de color rojo.

Cuando empezó a sonar una nueva canción, empecé a dejarme llevar por el ritmo. Las manos de Jason subieron por mis costados y cerré los ojos mientras se deslizaban alrededor de mi cintura.

Sabía que no debía disfrutar de aquello, pero no podía evitarlo. Arqueé la espalda y apreté el culo contra él.

Mis ojos se abrieron de golpe y mi respiración se agitó cuando me giró para mirarle.

Los ojos azules de Jason estaban pegados a mí, y su respiración seguía el ritmo de la mía. Su aliento mentolado me abanicaba la cara, y sus manos estaban en mi cintura, ciñéndome con fuerza.

Nuestros pechos subían y bajaban el uno contra el otro. El momento era tan intenso que podía sentir los latidos de su corazón contra mis senos.

Sentí que mi corazón subía mi garganta, y mi estómago se agitó mientras él me miraba fijamente.

—Jason —gritó entonces una chica, y ambos nos alejamos de un salto. Había estado completamente aturdida.

Me giré para ver quién nos había arrancado de nuestro extraño y fascinante momento sólo para ver a una chica de pelo castaño. Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, vi de quién se trataba: Sarah Miller. La perra dramática del insti.

Puse los ojos en blanco mientras ella se acercaba a nosotros con una mirada celosa.

—¿Qué estás haciendo con mi novio? —preguntó la mocosa en voz alta, asegurándose de que se la oyese por encima de la música.

Casi podía ver el vapor saliendo de sus orejas. Se me revolvió el estómago cuando dijo novio.

¿Fue la culpa? ¿O simplemente el hecho de que me sentía estúpida? Por supuesto que tenía una novia; y, por supuesto, era la chica que me odiaba.

Miré a Jason, esperando que corriera hacia ella como un cachorro perdido, pero en lugar de eso su cara se quedó fría como una piedra. De hecho, la miraba con pura rabia y me dejó desconcertada.

Antes de que la situación empeorara, me apresuré a hacer lo que había planeado en un principio.

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