Nathalie Hooker
Wolfgang
¡Maldita sea! ¿Qué coño me pasa?
Había ido allí con una misión: rechazarla y seguir con mi vida.
Pero no pude pronunciar las malditas palabras.
Seguí divagando, sobre que ella era un lastre y que no valía nada para mí ni para la manada como mi compañera, pero aun así no podía rechazarla.
Se quedó ante mí, temblando y llorando mientras escuchaba mis razones para no aceptarla.
Sentí el impulso de abrazarla y no soltarla nunca.
Pero no podía hacer eso. No podía arriesgar la seguridad de esta manada sólo por ella.
—¡Deja de parlotear, muchacho! Le estás rompiendo el corazón —gritó Cronnos en mi cabeza.
La miré a los ojos. Aquellos enormes ojos grises que mostraban todas sus emociones. Temía que su pequeña figura se derrumbara en cualquier momento.
—Yo... lo entiendo —dijo finalmente. Se miró los pies mientras sus manos jugaban con la bolsa que sostenía, aún visiblemente temblorosa.
Es ahora o nunca. Recházala y supéralo.
—Bueno, yo... —empecé, pero me callé cuando una extraña chica de pelo rojo y largas extremidades atravesó el salón y corrió hacia Aurora, acunándola en sus largos brazos.
—Rory, ¿estás bien? —le preguntó y le sostuvo los hombros temblorosos mientras la joven lloraba.
—¡Emma! —exclamó Aurora, todavía conteniendo sus sollozos.
En aquel momento, mi gamma y la señora Kala volvieron de la cocina, junto con la señora Craton, que inmediatamente corrió al lado de Aurora.
Todos los rostros mostraban simpatía por la chica, que se estremecía mientras empezaba a sollozar en brazos de la otra.
—Alfa, no deberías haber sido tan dura con ella —me reprendió Remus—. Está claro que cogió la prenda por accidente. Estaba angustiada porque un bastardo hirió sus sentimientos anoche. Estoy seguro de que no volverá a hacerlo.
Si supiera que el bastardo era yo.
—¿Este es el uniforme, cariño? —preguntó Kala, señalando la bolsa que sostenía Aurora.
Ella se limitó a asentir.
—Me lo llevaré entonces, querida —dijo Kala, que tomó la bolsa de la mano de Aurora y me sonrió.
—¿Ves? No ha habido ningún daño. El uniforme vuelve a estar en nuestro poder —señaló mientras volvía a acercarse a donde yo estaba.
Me esforcé por mantener una expresión tan estoica como de costumbre. Aurora seguía negándose a mirarme.
Me chupé los dientes y me giré hacia la puerta. Indiqué a mis acompañantes que nos marchábamos.
Salí de la casa, aún escuchando los sollozos de la joven.
Cronnos empezó a sermonearme por haberla herido de nuevo, pero lo único que pasaba por mi mente era lo jodidamente débil que yo era.
Y el detalle de que todavía no la había rechazado.
Aurora
En cuanto Montana cerró la puerta, subí corriendo las escaleras y entré en mi habitación, cerrando la puerta tras de mí. No quería escuchar ninguna de sus preguntas, ni las de Emma.
¿Qué iba a decir? No podía decirles por qué estaba tan molesta.
No era porque me hubieran acusado de robar. Era porque ahora sabía con certeza que Alfa Wolfgang no me quería como pareja.
—Aurora, no llores... Él sí te quiere. Sólo que no quiere aceptarlo —dijo Rhea, tratando de hacerme sentir mejor.
Pero yo seguía llorando y llorando.
—¡Rors! Vamos, tía. Abre. ¿Qué pasa? —escuché a mi mejor amiga llamarme desde el otro lado de la puerta.
—No quiero hablar de ello —respondí.
—Vamos, cariño. No llores. No ha sido tan grave. Todos han entendido que fue sólo un error —aseguró Montana—. Por favor, abre. Odio verte así.
—¡Marchaos... dejadme en paz! —grité desde mi cama.
—Creo que deberías irte a casa por ahora, Em —oí decir a Montana mientras se alejaba de la puerta.
—Llámame cuando te sientas mejor, ¿vale? Estoy aquí para ti —dijo mi amiga antes de marcharse también.
No sé cuándo, pero al final me dormí.
Cuando me desperté, era casi de noche, así que me levanté y decidí dar un paseo para despejar mi mente.
Bajé las escaleras y vi a mi madrastra profundamente dormida en el sofá del salón.
No quise interrumpirla, así que salí de la casa en silencio y bajé al parque donde mi padre solía llevarme a jugar.
Cuando llegué allí, el sol se había puesto y la luna brillaba con fuerza en lo alto. Me senté en uno de los columpios y pensé en los acontecimientos del día.
Cómo me había tratado Alfa Wolfgang; las palabras que había dicho sobre mí.
Mi tristeza pronto fue sustituida por la rabia. Noté que mi cuerpo hervía de ira. Pensé que iba a estallar en cualquier momento.
—Es hora de transformarte, Aurora. Como es tu primera vez, te va a doler un poco —avisó Rhea desde mi cabeza—. ~Te recomiendo que corras hacia el bosque, luego te quites la ropa y la escondas en algún lugar. Una vez que cambiemos de forma, las prendas se romperán y te quedarás desnuda cuando vuelvas a tu forma humana.
Recordaba vagamente a mi padre contando chistes sobre cómo acababa desnudo después de sus transformaciones y tenía que volver a casa cubriéndose con cualquier hoja o trozo de cartón que pudiera encontrar.
Miré a mi alrededor y vi que estaba completamente sola. Me levanté, corrí hacia el bosque que había más allá del parque infantil y me escondí detrás de un árbol.
Miré a mi alrededor una vez más, sólo para asegurarme de que estaba sola, y luego me despojé rápidamente de mi ropa.
La escondí en el hueco de un tronco, y luego esperé más instrucciones de Rhea.
—Bien, ahora concéntrate. Siente el aura que te estoy enviando. Notarás que el calor emana de tu pecho y se extiende a todo tu cuerpo. No luches contra él. Deja que se apodere de tu ser.
Hice lo que me dijo, y sentí que empezaba una sensación de hormigueo en mi pecho. Poco a poco, empezó a hacerse más fuerte.
Entonces el dolor brotó de mi interior, haciendo que cada hueso de mi cuerpo doliera como si se partiera en dos.
—¡Aah! —me quejé. Me agarré los brazos mientras el dolor se intensificaba.
—No luches, no te resistas. Deja que se apodere de ti —dijo Rhea en mi mente.
Me esforcé por no contenerlo. Por dejarme llevar. El dolor se extendió a mis brazos y piernas, a los dedos de las manos y de los pies.
Podía sentir cómo se estiraban todos los huesos de mi esqueleto. Mis piernas se doblaron hacia atrás de forma incómoda.
Caí al suelo, viendo cómo mis manos se transformaban lentamente en garras afiladas. Un denso pelaje se extendió sobre mí, cubriendo mi desnudez.
Mi boca se alargó, convirtiéndose en un hocico mientras los colmillos afilados sustituían a mis dientes.
Miré a la luna y sentí que todos mis sentidos se agudizaban.
Mi visión era tan aguda como la de un gato. Pude ver una pequeña mariquita que revoloteaba sobre un arbusto a un par de kilómetros de donde me encontraba.
Mi sentido del olfato también se había hecho más fuerte, permitiéndome oler el rocío que apenas había empezado a asentarse en la hierba. Podía detectar los conejos que se ocultaban junto a un árbol no lejos de donde yo estaba.
Podía olerlo todo a kilómetros de distancia.
—¡Lo has hecho, Aurora! Te has transformado en loba. ¿Cómo te sientes? —me preguntó Rhea.
—Tengo... ganas de correr —le dije a mi animal interior, ganándome una dulce risa de su parte.
—¡Entonces hazlo! ¿A qué esperas?
No lo pensé dos veces: salí corriendo como un perro salvaje.
Corrí tan rápido que mi visión se volvió borrosa. Me sentí plenamente libre, viva como nunca antes.
Un par de kilómetros después, llegué a un claro con un enorme lago. Estaba sedienta, así que me acerqué y agaché la cabeza para beber.
Pero me detuve cuando vi mi reflejo.
Mi pelaje era blanco como la nieve y mis ojos tenían un brillo púrpura, como una amatista. Nunca había visto ni oído hablar de una transformación como aquella.
—Tal vez seas única —me dijo Rhea.
Resoplé y bebí hasta hartarme de agua.
—Sí, claro —respondí.
Me tumbé en el claro, dándome la oportunidad de descansar después de la intensa carrera.
—Eres especial, Aurora. Sólo que aún no lo ves —continuó Rhea.
—No soy especial, Rhea. Soy una inútil. Ya has oído al propio alfa. No me aceptará como su compañera porque soy una débil. Un lobo inútil.
Mientras hablaba, recordé sus hirientes palabras. No pude evitar el gemido que se escapó de mi interior.
Esto no tiene sentido. No tengo nada bueno en esta ciudad a lo que aferrarme. Tal vez debería empacar mis cosas y marcharme.
Podría ir al pueblo donde creció mamá, en el este. Siempre he soñado con ir allí algún día.
Estaba sumida en mis pensamientos cuando oí el chasquido de una ramita.
Me puse de pie, repentinamente alerta, y me enfrenté a la fuente del sonido.
Me encontré mirando a un enorme lobo negro con ojos de color azul hielo. Me resultaban muy familiares, pero no podía decir dónde los había visto antes.
El lobo se movió amenazadoramente hacia mí. Gruñó, mostrando sus colmillos.
Mierda.