La sierva del Alfa - Portada del libro

La sierva del Alfa

Danielle Jaggan

Capítulo 5

SKYLER

―Tendríais que haberle visto la cara, ¡sus ojos eran del tamaño de un platillo! ―Oí decir a alguien, seguido de unas risas incontrolables, e inmediatamente supe de quién se trataba.

Al doblar la esquina hacia la cocina mis pasos se ralentizaron hasta detenerse mientras escuchaba con la espalda pegada a una pared al grupo de gente que se burlaba de mí.

Todos sabían cuánto temía a los hombres lobo en general y, sin embargo, se reían de mí igualmente.

―Nunca pude entender cómo está tan inquieta todo el tiempo, es como si siempre estuviera preparada por si alguien estuviera listo para abalanzarse sobre ella ―continuó Aurora.

Si ellos supieran.

―No me importaría acercarme a ella y darle el susto de su vida solo para ver su reacción ―dijo alguien con tanto entusiasmo que me dieron ganas de ir allí y darle una paliza.

―Oh venga, eso no sería justo...

Sonreí para mis adentros al pensar que alguien me defendía.

―... ¡Deberíamos hacerlo los dos! ―Y todo lo que oí después de eso fueron sus carcajadas guturales. La ira impulsó cada miembro de mi cuerpo y la bandeja a la que me aferraba lo sintió mientras mi nariz se inflaba y mi respiración se volvía anormal.

―Honestamente creo que está exagerando todo el asunto...

Pero ni siquiera me quedé allí para escuchar más de lo que tuvieran que decir.

Girando sobre mis talones, empujé las puertas dobles con tanta fuerza que chocaron contra las paredes junto con un desagradable chirrido que hizo que todas las cabezas volvieran su atención hacia mí.

Al instante, mi nariz fue recibida con el familiar olor a grasa y especias, pero no me detuve en la simplicidad mientras mis ojos escudriñaban la sala en busca de los hipócritas, y cuando mis ojos se posaron en ellos, esbocé la sonrisa más sádica que pude y me dirigí hacia donde estaban sentados.

Miré a cada uno de sus ojos hasta que los míos y los de Aurora hicieron contacto, e instantáneamente inspiré para calmarme. Había tanta intensidad en mis ojos que la vi inquietarse ligeramente.

―¿Quién está inquieta ahora, eh?

Mis piernas se movieron solas hasta que por fin estuve frente a ella, con la misma sonrisa sádica en la cara, por supuesto.

―Oh hola, Skyler, ¿qué te trae por aquí? ―preguntó nerviosa mientras esbozaba una sonrisa de culpabilidad.

―Oh, nada en realidad, solo estaba devolviendo esta bandeja ―respondí dulcemente.

―Eh... Vale ―dijo mientras volvía a centrar su atención en el grupo, que de repente estaba muy callado.

―Así que... ¿Qué estáis haciendo todos aquí? ¿Una pausa temprana? ―pregunté con calma.

―Bueno, nada en realidad, solo hablar...

―Ah, sí... Se me olvidaba, estabais hablando de mí ―dije con sarcasmo mientras me daba una palmada en la frente.

Todos se miraron con lo que yo podría decir que fue sorpresa y vergüenza y Aurora tragó saliva visiblemente.

―Solo estábamos...

―Burlandoos de mí, lo entiendo totalmente... ―interrumpí antes de que Aurora pudiera terminar su frase.

―Pero sabéis lo que no entiendo... Es el hecho de que alguien haya muerto hace menos de veinticuatro horas y tengáis la osadía de sentaros aquí y hablar a mis espaldas en lugar de llorar la pérdida de una compañera ―continué mientras empezaba a perder la calma.

―¿Qué tal si habláis de lo asustada que debió estar cuando la enviaron a la habitación del Alfa cuando ni siquiera era una señorita de esa clase?

―Vale, entendemos que estés disgustada por lo de tu amiga... Bueno, antigua amiga, pero ahora no podemos hacer nada al respecto ―Un chico que creo que se llamaba Cleveland me interrumpió en mitad de la frase.

Pero ese comentario solo echó más leña al fuego. Me giré robóticamente y miré al pedazo de mierda que acababa de soltar esa basura.

―Oh, pero no lo entiendes, Cleveland... Es obvio que no lo entiendes. ¿Y si hubieras sido tú a quien hubieran mandado a su cuarto anoche y te la hubiera metido a ti... A lo perrito? ―añadí, y cuando vi que se le contraía la cara de disgusto sonreí con satisfacción porque sabía que había tocado una fibra sensible.

«Sí, imagínatelo».

―¡Y tú, Aurora! Qué bajo puedes llegar a caer burlándote así. Te lo diré sin rodeos. A mí me dan miedo los hombres lobo, porque fueron ellos los que mataron a mis padres sin piedad. ¿Y si fueran tus padres los que hubiesen muerto en ese ataque de canallas no hace tanto?

»Imagínate lo traumatizante que fue ver cómo mataban a mis padres mientras los hombres lobo les roían la garganta y les lamían la carne de la columna vertebral hasta dejarlos irreconocibles ―dije mientras veía cómo sus caras se transformaban en horror.

Después de mi pequeña perorata nadie dijo una palabra, y yo no esperaba que lo hicieran. Dejé que mis palabras calaran en sus cerebros durante un rato. Cuando su silencio se hizo insoportable, giré sobre mis talones y comencé a alejarme.

Realmente no podía explicar cómo me sentía en ese momento. Dolida, triste, enfadada y un poco feliz a la vez.

―No queríamos...

Pero la detuve incluso sin mirarla. Me limité a levantar la mano indicándole que se callara.

―¡Olvídalo! La próxima vez piensa antes de decir gilipolleces. ―Entonces atravesé las puertas dobles por las que venía para hacer mis tareas de jardinería.

***

Pateé una maceta con rabia cuando me frustré intentando recortar uniformemente los bordes del hibisco. Todas las flores que había recortado antes estaban perfectamente recortadas, pero esta... Esta parecía un engendro de Satanás.

Las tareas de jardinería eran lo peor que uno podía hacer, sobre todo en un lugar como este, y lo odiaba.

Todo tenía que estar perfecto, ni una sola hoja debía ser más larga que la otra, pero lo que más me cabreaba era que nadie se fijaba en las flores ni en los árboles; eran la parte de la naturaleza que no pasaba desapercibida pero a la que tampoco se prestaba mucha atención.

Mirar la maceta rota me produjo fastidio. La suciedad estaba por todas partes y tendría que limpiarlo todo más pronto que tarde.

Así que eso hice, doblé mis doloridos músculos hasta que la piel de mi rodilla presionó contra el áspero pavimento.

Mis manos tocaron los trozos rotos y empecé a apilarlos, pero por el rabillo del ojo apareció una figura y desapareció antes de que mi cabeza se moviera en su dirección.

Sentí un escalofrío y no pude evitar sentir un poco de miedo. Sin embargo, me di cuenta de dónde estaba.

El jardín estaba en la parte más alejada de la finca, justo enfrente de la habitación del Alfa, y solo de pensar que el Alfa podría pasar por mi lado hacía que me saltaran gotas de sudor; por lo que sabía, probablemente ya habría vuelto de correr.

El revoloteo de unos arbustos a mi izquierda me sacó de mis frenéticos pensamientos y al mirarlos más de cerca vi un esponjoso conejito saltando de entre ellos y cómo se alejaba corriendo.

Sintiéndome molesta, puse los ojos en blanco y me puse a seguir recortando las hojas, pero justo cuando estaba a punto de hacerlo, sentí un fuerte impulso de mirar hacia la ventana del Alfa; justo en ese momento vi la silueta de una persona de pie delante de la ventana mirando hacia donde yo estaba.

Mirándome.

Llamadme paranoica y todo lo que queráis, pero sé lo que estaba viendo y no era producto de mi imaginación.

Cualquier persona normal pensaría que la persona que estuviera espiando desaparecería tras ser sorprendida mirando fijamente, pero no, hizo todo lo contrario y se quedó observándome firmemente desde los confines de su ventana.

Yo era como un ciervo que atisbaba al león que estaba a punto de lanzarse a por su presa. Cada músculo de mi cuerpo me gritaba que huyera, que me escondiera y no volviera a salir, porque en ese momento supe que no era un ser cualquiera.

Mi cara empezó a sentir una nueva capa de sudor frío, aunque no pudiera verle la cara y solo fuera su silueta, fue suficiente para dejarme sin sentido y no en el buen sentido.

Mi intuición me dijo quién era al instante, pero me costó aceptarlo.

Había salido a correr, ¿cómo es que ya estaba en su habitación? ¿Significaba eso que volvió pronto y estuvo en su habitación todo el tiempo, incluso cuando le llevé el desayuno?

No. No podía ser verdad. Un millón de pensamientos pasaron por mi cabeza. Mis ojos se secaron por no parpadear durante más de un minuto o dos. Si Cleveland o Aurora pudieran ver el horror escrito en mi cara ahora mismo…

«Corre».

Me alegré de que mis piernas captaran el mensaje antes de que mi cerebro pudiera procesar nada más.

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