Luchando por más - Portada del libro

Luchando por más

Aimee Dierking

Capítulo 4

Ese virus le dio una paliza a Sammy durante cinco días, y aun así, no se sintió al cien por cien hasta después de una semana. Gracie estaba mejor después de tres días y de vuelta a la escuela luego del fin de semana.

Sammy había pedido la cita para visitar la escuela «Stevens» con Mike. También concertó una cita para que Gracie fuera examinada por la persona recomendada por la directora.

Sammy y Mike visitaron la escuela privada y les encantó lo que vieron y oyeron. Si Sammy decidía matricular a Gracie allí, se le daría el nivel que necesitara.

Al ser una escuela de primaria, tenían más recursos que una escuela pública tradicional, y tenían clases de alto nivel que los estudiantes podían tomar cuando estuvieran listos.

Tenían clases más pequeñas y los niños llevaban uniforme, cosa que a Sammy le encantaba. Le dieron la mano al responsable de admisiones y fueron a comer para comentar lo que habían visto.

—Me gusta mucho y estoy impresionada, Mike. Creo que Gracie podría hacerlo muy bien aquí. ¿Tú qué opinas?

—¡Oh!, sin duda estoy de acuerdo. Ella es inteligente, y si las pruebas demuestran que es tan inteligente como creen que es, esto sería algo bueno para ella. El hecho de que pueda hacer toda la primaria aquí es una ventaja. Tienes un tiempo para pensar en las opciones de la escuela secundaria. Pero quiero que sepas que cualquier escuela secundaria que pienses que la beneficiaría será pagada por mí. No hay discusiones al respecto.

—Gracias, Mike. Eso significa mucho. ¿Estás seguro de que $ 17.000 por año de matrícula no es demasiado?

—Pagaría el doble para que ella asistiera allí.

Ella sabía la respuesta, pero era agradable oírla en voz alta. Terminaron de comer y pasaron un rato estupendo poniéndose al día.

Ella le habló de los cambios en el rancho y de cómo Derek estaba construyendo otro granero para hacer aún más tutorías y otra instalación más pequeña, para hacer sesiones de terapia, así como las clases de equitación que ya hacían.

—Entonces, ¿cuándo crees que Gracie podría estar lista para su propio caballo? —Mike preguntó con voz socarrona.

—No, no puedes comprarle un caballo. Tiene cinco años. Puede seguir montando a Matilda conmigo. Tú haces mucho. No necesitas comprarle un caballo a ella también.

—Sé que no es necesario, pero quiero —respondió él con una sonrisa de oreja a oreja.

Ella lo miró y le dolió un poco el corazón. Cuando sonreía así, se parecía a Jake.

Ella negó con la cabeza y dijo que lo hablarían más tarde. Quería correr un poco antes de recoger a Gracie. Así que le besó la mejilla, le dijo que lo mantendría informado de las pruebas y salió del restaurante.

Llegó a casa, se cambió, se puso los auriculares, inició su lista de reproducción y salió. No había salido desde que se puso enferma y de eso hacía casi dos semanas y media.

Estar fuera tanto tiempo significaba que tenía que ponerse al día con un montón de trabajo en el rancho. También tenía que llevar la contabilidad de la panadería de su cuñada. Por fin, se había puesto al día y le apetecía salir a correr.

Mientras se ponía en marcha, pensó en las veces que había corrido en el instituto y en lo bien que se le daba. De hecho, consiguió una beca parcial para ir a la misma universidad en la que Jake jugaba al béisbol.

Consiguió una beca académica para pagar el resto con sus notas. Se especializó en contabilidad y finanzas, sin saber lo que iba a hacer en ese momento.

Especialmente, cuando ella y Jake habían hablado de casarse durante años y él iba a jugar profesionalmente: ella no necesitaba preocuparse demasiado por un trabajo.

Sammy sintió un poco de rigidez en la rodilla izquierda al empezar, pero pronto desapareció. Recordó cuando se rompió la rodilla en la carrera del campeonato nacional en su segundo año en la universidad. Estaba destrozada.

El dolor era increíble y la recuperación, larga y dura. Tuvo que tomar clases online desde casa mientras hacía rehabilitación. Fue un semestre muy largo.

No volvió a correr para la escuela y la rodilla ya no aguantaba carreras de más de 10 kilómetros, pero seguía saliendo varias veces a la semana para mantenerse en forma.

Hoy, decidió tomar una ruta más corta, ya que hacía tiempo que no corría. Ese camino sólo tenía unos ocho kilómetros, ida y vuelta.

Hacía buen tiempo y en su lista de reproducción sonaban buenas canciones. Se sentía feliz.

Cantó mientras esperaba en un paso de peatones. Se estiró antes de que cambiara el semáforo, esperando a que pasaran los coches.

***

La fisioterapia no iba bien.

El médico le había puesto a Jake una inyección de esteroides para aliviar el dolor y la rehabilitación. El dolor desapareció, pero Jake seguía sin progresar y se sentía muy frustrado.

El doctor Mayfed pidió otra resonancia magnética y vio que se estaba formando tejido cicatricial en la zona de curación. Le practicó un procedimiento rápido para extraerlo. Le advirtieron que, si se formaba de nuevo, podría significar el fin de su carrera.

Por alguna razón, si se seguía formando cuando lo sacaran, eso limitaría su movilidad en el campo. No le permitiría hacer los movimientos por los que era conocido.

Jake intentó no pensar en la lesión. Jugó por la ciudad con Kevin.

Nunca fue un gran bebedor, pero en las últimas semanas, tomó algunas malas decisiones y, de alguna manera, terminó en los apartamentos de dos mujeres diferentes, sin recordar cómo había llegado allí.

Era un desastre, y el entrenador del equipo lo llamó y lo sentó.

—Jake, ¿qué demonios estás haciendo? Tú no eres así —le gritó el entrenador McGill.

—Lo sé, pero lo de la rodilla me ha dejado desconcertado. No me estoy curando bien y me preocupa que mi carrera haya terminado.

—Lo entiendo, Jake, de verdad. Pero acostarte con mujeres al azar, arriesgarte a contraer Dios sabe qué enfermedad de transmisión sexual, o dejar embarazada a una de ellas no es la manera de manejarlo. No me alegraré si vuelves a salir en los periódicos. Necesitas alejarte de todo esto y concentrarte en el tratamiento. ¿Has pensado en volver a casa? ¿Volver a Colorado por un tiempo?

No había vuelto a casa desde aquel día, el día en el que no le gustaba pensar. Ese día fue un cobarde, y no estaba orgulloso de haber huido. Además, la última vez que había visto y hablado con su padre tampoco había sido muy buena experiencia.

Hacía cuatro años y medio que no hablaban de verdad. Se avergonzaba de sí mismo, de cómo se había dejado arrastrar por el estilo de vida del atleta profesional y se había olvidado de lo importante: la familia.

—No sé... Sabes que las cosas no van bien con mi padre... —respondió, incómodo.

—Entonces, tal vez sea hora de que vayas y arregles las cosas. No hay momento como el presente, y tienes que pensar un poco en tu futuro. Si tu carrera ha terminado, ¿qué quieres hacer? ¿Ser entrenador? ¿Televisión? Tienes una licenciatura en derecho, úsala. Pero resuélvelo. No más borracho durmiendo por ahí, Jake. ¡Eres mejor que eso! Baja al centro médico y consigue algunos medicamentos para prevenir cualquier cosa que puedas haber cogido.

Se levantó, Jake le estrechó la mano y le dio las gracias. El entrenador Joe McGill era un buen hombre y esperaba más de sus jugadores.

Se marchó y bajó a ver al médico del equipo y le explicó avergonzado su aventura de borracho, prometiendo que se había puesto un condón. El médico le dio una palmada en la espalda y le dijo lo que le iba a hacer.

No creía haber estado expuesto a nada, pero una inyección en el culo no le vendría mal.

Se fue a casa, se tumbó en el sofá y miró a su alrededor. Le gustaba su piso, pero echaba de menos tener tierra y espacio para extenderse.

Eso era lo bueno de Colorado, de donde él era; la ciudad estaba allí mismo, pero podías extenderte por la tierra. Echaba de menos montar a caballo. Nunca pensó que diría eso, pero lo hizo.

Se sentó y sacó su teléfono. Estaba ojeando las fotos antiguas y suspiró. Miró las fotos de la hermosa pelirroja que estaba con él. Sólo con mirarla de nuevo le dolía el corazón.

«Dios, la echo de menos», se dijo.

Pero sabía que le había roto el corazón y no sabía cómo arreglarlo.

Estaba ojeando las fotos de nuevo y no oyó a Kevin entrar, así que saltó cuando Kevin estaba detrás de él.

—¿Quién es la pelirroja tan guapa? No recuerdo haberla visto antes, y no olvidaría ese cuerpo. Mierda, tío.

—Oh...ahhh… no te oí entrar. ¿Qué pasa, tío?

—No cambies de tema, ¿quién es ella? —preguntó Kevin con más fuerza.

—Era, es el amor de mi vida, y le rompí el corazón cuando me fui de casa —confesó Jake.

—Vale, te conozco desde hace muchos años, ¡y es la primera vez que oigo o veo a ese amor de tu vida! ¿En serio? Déjalo, tío. ¿Nombre?

—Samantha, o como todos la llamamos, Sammy...

—¿Cómo le rompiste el corazón?

Jake suspiró y se levantó. Fue a la cocina, cogió dos botellas de agua y le tiró una a Kevin, que estaba sentado en el sillón. Jake volvió a sentarse en el sofá, dando un gran trago a la botella antes de empezar su historia.

—Bueno, crecimos en la misma ciudad, pero fuimos a colegios diferentes hasta el instituto. Conocí a su familia; tienen un rancho de caballos muy grande y unas instalaciones a las afueras de la ciudad. Su padre murió cuando ella tenía doce años en un grave accidente de coche. La conocí en el primer año de instituto. Yo, por supuesto, estaba en el equipo de fútbol y ella, en el de campo a través. Maldita sea, ella puede correr y se ve increíble haciéndolo. En fin, estábamos practicando, y el equipo pasó corriendo, y allí estaba esta pelirroja corriendo con esos diminutos pantalones cortos y el pelo recogido en una coleta, dirigiendo al equipo. En realidad, no estaba prestando atención, y la pelota me golpeó en el casco mientras la veía pasar. Aquel día mi entrenador me echó la bronca, pero mereció la pena. Averigüé quién era, y al día siguiente, la localicé. Y estuvimos juntos todos los días después de eso, durante toda la secundaria y la universidad. Estaba conmigo cuando murió mi madre en mi segundo año de instituto, y yo estaba allí cuando se rompió la rodilla corriendo y la operaron, en la universidad. —Jake bebió otro trago y volvió a empezar—. Bueno, íbamos a fugarnos a Las Vegas y luego volar a Nueva York para casarnos, y después volver para la graduación. Yo estaba en el aeropuerto esperándola. Suelo llegar tarde, como sabes, pero esta vez, no. Fui al baño mientras la esperaba. Volví y la vi sentada esperándome junto al mostrador de facturación para que nos dieran las tarjetas de embarque. Me detuve en la esquina y me quedé mirándola mientras ella estaba sentada con su teléfono, jugando, con una sonrisa en la cara. No sé muy bien qué pasó, pero me entró el pánico. Pensé que no era lo bastante bueno para ella y que no sería un buen marido. Y luego, ¡los niños! Sabía que quería tener hijos, varios, pero no sabía si sería un buen padre. Ella tiene a su padre en un pedestal, y mi padre es, en realidad, un gran hombre, y yo no sabía si podría estar a la altura. Así que me escondí en un bar hasta que salió nuestro vuelo. Volví y la vi levantándose para irse. Estaba muy erguida mientras cogía su bolso y se iba. No lloró, pero la conozco. Esperaba a estar sola para llorar. No le gusta llorar en público. La vi alejarse... a la única mujer que amaré. La vi marcharse con el corazón roto.

Siguiente capítulo
Calificación 4.4 de 5 en la App Store
82.5K Ratings
Galatea logo

Libros ilimitados, experiencias inmersivas.

Facebook de GalateaInstagram de GalateaTikTok de Galatea