Ave y lobo - Portada del libro

Ave y lobo

Raven Flanagan

Los rumores son ciertos

FREYA

—Las madres se preocupan por sus hijos, querida Gwylan —dijo padre, como si tratara de convencerse a sí mismo—. A Raga le ha ido de maravilla con la Valquiria durante varias temporadas, como sabíamos que le iría. No hay por qué preocuparse por unos pocos avistamientos en las fronteras. Si las bestias se acercan a los cultivos, el Consejo y la familia real harán algo. Nada como la visión de unas alas para hacerles meter la cola y salir corriendo.

Padre tenía un brillo en los ojos como el que solía tener cuando recordaba su propia época vistiendo la armadura de su pueblo. Había servido durante muchas temporadas, hasta que nació Freya, y la atención que ella había necesitado lo había llamado a casa permanentemente.

Pero era Raga quien parecía confiada. —No escuches el cacareo de las gallinas en el mercado, madre —dijo.

Freya captó el estado de ánimo de su hermana y decidió cambiar de tema. —Me alegro de que estés en casa, Raga. Aunque, si roncas, puede que yo misma te sirva a los chuchos de las montañas —chistó Freya con una sonrisa ladina.

—¡No dudo que lo harías, Freya! La más feroz de todas nosotras, y mi inspiración cada día —Raga rodeó con un brazo fuerte los hombros de su hermana, mucho más pequeña, y las condujo a ambas en dirección a los deliciosos aromas de la cena. Estofado de verduras y hierbas llenaban el aire—. Vamos a comer.

Freya tenía hambre. Se dirigió hacia los armarios en busca de cuencos.

—¡Las dos! —el dedo de su madre señaló a sus hijas— Las dos oléis a bosque y a sudor. No quiero que vuestra suciedad del día apeste nuestra primera comida juntas en un ciclo lunar. Id a limpiaros —hizo un gesto con las manos para alejar a las niñas de la cocina.

Tras una severa inclinación de cabeza de su padre y una sonrisa compartida entre Freya y Raga, se pusieron en marcha. Las chicas se apresuraron a subir la escalera curva del centro de su casa, construida en el interior del gigantesco árbol.

—Freya, ayúdame con mi armadura y yo te volveré a trenzar el pelo —dijo Raga cuando llegaron a la habitación que compartían al final de la escalera. Raga empezó a quitarse las grebas y luego el cinturón al que estaban sujetas sus armas.

Freya desabrochó el broche de la armadura sujeto entre las alas de Raga, admirando las suaves plumas.

—¿Cuánto tiempo estarás en casa antes de que te envíen fuera de nuevo? —le preguntó Freya a su hermana después de traerle una toallita húmeda a Raga para que se limpiara la mugre de la piel.

Raga dejó escapar un profundo y cansado suspiro. No respondió mientras colocaba su armadura y sus armas en el arcón a los pies de la cama. Raga bajó los hombros y las alas. Se puso una mano en la frente y se apartó el corto pelo blanco con puntas rojas de la cara.

A Freya le preocupaba que hubiera algo más en la frontera de lo que Raga admitía ante sus padres. Mucho más.

—Ven aquí —Raga hizo un gesto a Freya para que se sentara en el taburete frente al lavabo—. Te diré lo que realmente está pasando.

Freya se sentó y Raga se puso manos a la obra: cepillar y trenzar cuidadosamente los largos mechones platinados de Freya. —Es algo más que unos pocos avistamientos. Los rumores que madre ha estado escuchando son ciertos. Los Vargar se están acercando demasiado. Y cada vez vienen más.

Freya no podía ver la cara de su hermana, pero podía sentir que sus manos estaban firmes. Su voz estaba agotada pero llena de fuerza.

—Aún no puedo decírselo a madre y a padre, pero no estaré aquí mucho tiempo. El Consejo ha decidido enviar un gran equipo para vigilar las fronteras como muestra de fuerza. Esperan que este equipo sea lo suficientemente grande como para hacer retroceder a los chuchos. Pero quieren suficientes soldados allí por si algo sale mal.

—En caso de que...

—Freya, no te preocupes. Sé cómo luchar contra los chuchos, y esto ni siquiera es una llamada a la guerra, es solo una precaución extra.

Freya sabía que su hermana necesitaba que fuera valiente. —Hermana, tengo fe en ti. Es solo que no quiero estar sola otra vez.

Raga abrazó a Freya para consolarla. —Nunca estás sola, Freya. Madre y padre te quieren y se preocupan por ti. No hay otro Adaryn como tú. Eso te hace única. Eres muy fuerte, y eres una escaladora increíble. Eres increíble, y quiero que te veas como nosotros lo hacemos —Raga se aseguró de que el pelo de Freya estuviera bien sujeto en la larga trenza que le caía por la espalda—. Es tu fuerza, la forma en que siempre sigues adelante, lo que me motiva durante mis largas horas de entrenamiento y trabajo con las valquirias. Les encanta oír historias de la poderosa Freya y de cómo nada la detiene. Cuando todos los demás aprendían a volar, tú aprendiste a escalar. Alcanzaste el cielo igualmente. No te sientas sola con nuestros padres. Que vean la fuerza que yo veo.

Freya dejó escapar un suspiro. Raga siempre sabía qué decir para hacerla sentir mejor. Nunca se sentía sola cuando estaba con su hermana, pero un mal presentimiento se había instalado en sus entrañas como una pesada piedra.

—Gracias, Raga. Siempre echo de menos hablar contigo cuando no estás. Estoy muy triste de que te vayas pronto. ¿Cuándo te vas?

—Pasado mañana. Debo volver al Nido de Valquirias al mediodía y planear nuestras defensas. Deja que sea yo quien se lo diga a madre —casi suplicó Raga, como si Freya fuera de las que cotillean.

Se puso una mano sobre la boca y alzó las cejas hacia Raga en señal de que sus labios estaban sellados.

Tras un asentimiento y unos segundos de silencio, Raga se levantó y cogió el brazo de Freya para bajar las escaleras hacia los tentadores olores de la cena.

Freya intentó no sujetar el brazo de su hermana con demasiada fuerza mientras descendían. Quería abrazarla lo suficiente como para evitar que su hermana desapareciera. Raga era su única amiga verdadera en este mundo, y se iba en dos días.

Al menos Raga tendría la compañía de su compañera valquiria cuando se marchara. Dormirían juntas bajo las estrellas y vigilarían la frontera.

Sentirse sola era problema de Freya, no de Raga.

Sin embargo, esta no se sentía como las otras misiones a las que Raga había sido enviada. Esta parecía tener más amenaza detrás. Freya podía sentir que algo estaba mal por la forma en que Raga había hablado de ella, y la forma en que se apresuraban a salir. Normalmente tenían un descanso más largo.

¿Había ocurrido algo? No era raro que los Vargar fueran vistos probando sus límites en las fronteras. De vez en cuando incluso conseguían robar algunos fardos de los cultivos de Adaryn al amparo de la noche.

Sin embargo, sus pueblos no habían estado realmente en guerra durante la mayor parte de la vida de Freya. Ella había oído las historias sobre siglos de guerra entre ellos, pero eso había sido hace mucho tiempo. Ella solo sabía de dos batallas. Una de ellas había sido justo después de que ella naciera. Su padre había luchado en ella, y el ataque fue otra de las razones por las que su padre había pedido la baja en el servicio. Además, él siempre decía que la familia era lo primero, y tuvo que volver a casa para ayudar a su compañera con su demasiado pequeño y frágil nido.

Freya se preguntaba por qué los Vargar podían estar sobrepasando sus límites en la frontera ahora. El invierno llegaría en unas pocas lunas. No podía imaginarse a ninguno de los dos bandos con energía para luchar en el frío. Había oído que los Vargar vivían en lo profundo de las montañas nevadas. Tal vez estuvieran mejor adaptados al frío que los Adaryn. Su pueblo necesitaba dormir mucho en las estaciones más frías.

Nunca había visto un Vargar, solo dibujos de ellos en libros antiguos. Eran grandes bestias cuadrúpedas cubiertas de pelo, como un lobo pero mucho más grandes. Se sostenían sobre las patas traseras.

Quizás su pelaje los mantiene calientes en las montañas, pensó Freya.

En el comedor familiar, Freya se sentó junto a sus seres queridos, escuchando a Raga contar sus nuevas aventuras. Mantenía un tono ligero. Había vencido a su comandante, Alvyna, en un entrenamiento de combate. Su grupo de valquirias había encontrado un gran arbusto de bayas silvestres y había hecho su propio vino de bayas en la colonia de soldados de la frontera. Cuando mencionó el vino de bayas, saltó de la mesa y se apresuró a coger un odre de la bolsa que había dejado junto a la puerta.

—Conseguí guardar un poco para traerlo a casa. Tuve que esconderlo de las chicas. Este lote estaba fenomenal —Raga bebió un trago de la bebida y se la pasó a su padre, que la olió vacilante.

—¡Huele fuerte! ¿Es esto lo que hacen nuestros poderosos guerreros estos días? Unos tragos de esto y los malditos Vargar estarían delante de nuestras narices antes de que saliera el sol —bromeó antes de beber un trago de vino y pasárselo a su madre.

Sin mediar palabra, cogió la bolsa y bebió unos grandes tragos antes de pasarle el odre lleno de vino a Freya. —Podría ser más fuerte.

Papá parecía sorprendido. Le dedicó a su compañera una media sonrisa pícara.

—¿Qué estás mirando, Lonan? A las damas nos gusta compartir vino siempre que nos reunimos. He probado el que comparten con el Consejo —se rió entre dientes y sus mejillas se sonrojaron—. Pero no está nada mal, Raga.

—Bueno, madre, supongo que tendré que traer más si encontramos otro lote de estas bayas. Es muy bueno lo que nos hizo pasar ese vino durante esas largas noches aburridas.

Freya sujetó la bolsa. No estaba segura de qué hacer. No quería sentirse excluida.

—Solo he probado un poco antes y no fui una gran fan.

—Pruébalo —dijo Raga.

Freya se asomó para ver el líquido carmesí que se arremolinaba en su interior. El aroma a bayas silvestres llenó sus fosas nasales y tuvo que admitir que era agradable. Pero, después de un sorbo, Freya arrugó la nariz ante el sabor amargo. —No, sigue sin gustarme. Pero gracias.

Su familia se rió y continuó pasando el odre por la mesa entre cuencos de abundante guiso de verduras. El sonido de su charla y sus risas reconfortó a Freya. Se relajó en su asiento. Se sentía segura y cálida, felizmente sentada junto a su hermana.

Se hizo el silencio en la mesa. Freya se dio cuenta de que había desconectado y se había perdido algo importante.

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