Entre sombras - Portada del libro

Entre sombras

Elizabeth Gordon

Sucios secretos

Dan¿Qué estás haciendo, cariño?
RamonaDescansando un poco.
RamonaCon Marvin 🐱
DanNo me pongas celoso
Dan¿Estás en la cama?
RamonaSi
Ramona¿Celoso de mi gato? 😋
DanÉl consigue abrazarte y yo estoy aquí cenando con mi familia.
RamonaChico malo...
Ramona¿Mensajes durante la cena?
RamonaVe a estar con tu familia
RamonaY ven a buscarme después
Ramona😘
DanSí, cariño. Perfecto.
DanPero primero dime qué llevas puesto.
RamonaNada ❤️
DanMaldita sea.
DanQue siga así.

—¡Papá!

Dan levantó la vista de su teléfono móvil, que había estado escondiendo bajo la mesa. Jacob le miraba con desprecio.

—¿Por qué no está tu teléfono en el cuenco azul? —preguntó su hijo.

Como Dan se sentaba en el extremo opuesto a su esposa en la mesa, era bastante fácil ocultar sus conversaciones.

Y como Dan cubría a todos sus hijos cuando los veía romper la estúpida regla de Karen, esperaba que ellos hicieran lo mismo. Pero esto demostraba que su hijo era un imbécil integral...

—Lo siento —murmuró Dan, guardando el teléfono en su bolsillo trasero y evitando la mirada de su mujer—. Son los chicos del trabajo.

—Una lasaña estupenda, Jacob —dijo Libby, apurando una segunda porción en su plato.

—Tranquila, leona —le reprendió Dan. La pequeña se estaba volviendo gordita.

Cuando Dan era joven, las chicas se preocupaban por su figura.

Miró a Rosie cuando se sentó de nuevo a la mesa. Ahora, ellaera una verdadera belleza. Su hija mayor siempre comía sano y se miraba en el espejo.

Era como esperaba que Libby creciera.

Dan suspiró mientras cortaba su cena. Llevar una familia no era fácil.

La reciente enfermedad de Melinda había ensombrecido a todos los Johnson. Su comportamiento era extraño y aterrador. No era algo que Dan comentara con sus compañeros de trabajo.

Pero lo peor era cómo afectaba a Karen.

Su esposa no era una mujer fuerte. Él lo sabía desde que se conocieron.

Cuando empezaron a salir, Dan disfrutaba viendo como esa frágil mujer se sentía cómoda viéndolo conduciendo su gran camión de trabajo o cogiéndola de la mano entre la multitud.

Pero después de tener hijos, Karen empezó a preocuparse cada vez más por cómo proteger a sus pequeños del mundo. Y a pesar de sus esfuerzos, Dan, ya no era capaz de aliviar la mente de Karen.

Cuando a Melinda le diagnosticaron esquizofrenia, Dan vio cómo su mujer caía más bajo que nunca.

Pero tras unos días de bajón, ella le sorprendió con su resistencia. Saliendo de su oscuro dormitorio como un murciélago del infierno, volando directamente hacia un Pottery Barn.

Sin duda, un nuevo juego de platos para la cena haría que todo fuera mejor.

Dan le había dejado tener su fantasía. Le gustaba vivir en una casa bonita. Tener cosas bonitas. De hecho, era la casa lo que les unía.

Karen era agente inmobiliaria y Dan tenía una empresa de construcción. Se conocieron cuando ella lo contrató para remodelar esta hermosa y antigua casa victoriana, y para cuando él terminó, estaban enamorados.

Dan compró la casa, le pidió a Karen que se casara con él y el resto fue historia.

Parecía que hubiera pasado toda una vida de aquello. Aunque la pareja seguía manteniendo la casa, Dan ponía mucha menos energía en su matrimonio.

Al menos los niños sabían que su madre se preocupaba por ellos. Eso era más de lo que Dan podía decir de su propia infancia.

—¿Cómo fue la cita de Melinda? —preguntó Dan. Por primera vez durante la comida, miró directamente a su mujer.

Aunque Karen ansiaba una fuerte burbuja de protección alrededor de su familia, a veces Dan no podía evitar hacer pequeños agujeros en ella.

—Oh, muy bien, querido —respondió con una sonrisa tensa—. El Dr. Mulligan le recetó a Melinda una dosis más alta, y una vez que se adapte, se sentirá mucho mejor.

El alegre optimismo de Karen le pareció a Dan un poco patético.

Esta mujer no puede manejar la realidad,pensó para sí mismo. ~Esta mujer es demasiado débil para el mundo.~

—¿Cómo es el periodo de adaptación? —preguntó Dan con indiferencia. Sólo sus hijos lo conocían lo suficientemente bien como para detectar la crítica en su tono.

—Bueno —empezó Karen, dando un sorbo a su vino. Los chicos miraron sus platos—. Estará cansada durante una o dos semanas, un poco aturdida...

—Eso no parece que vaya a ayudar a Melinda a subir sus notas —dijo Dan con el ceño fruncido.

Karen suspiró, su copa de vino tintineó al colocarla sobre la mesa con un poco de fuerza.

—Cariño, algunas cosas son más importantes que las notas. Como la salud de nuestra hija. Su “bienestar”.

—Darle más malditas píldoras no lo curará todo, Karen.

Dan sacudió la cabeza. Si un médico le dijera a su mujer que dejara de comer, se moriría de hambre. Era ciegamente fiel a la autoridad, como lo había sido toda su vida.

—Bueno, tal vez si alguna vez la llevaras al médico, podrías decirle la forma en que harías las cosas, Dan.

Karen le dio un trago a su vino con una sonrisa de autosuficiencia.

—Tal vez lo haría, sime dejarías decir alguna palabra —desafió Dan.

— ¿Podéis dejar de hacer esto? —preguntó Libby, después de terminarse su segundo pedazo de lasaña.

—Al menos esperar hasta que creáis que estamos dormidos —añadió Jacob, echando su silla hacia atrás mientras se levantaba de la mesa.

En ese momento, Rosie también se levantó.

—Niños, ¿quién ha dicho que podáis levantaros de la mesa? —exigió Dan.

Su amenaza estaba vacía, pues sabía que era demasiado tarde para enseñar a sus hijos cosas tan triviales como la disciplina y el respeto.

Mientras el resto de su familia se levantaba a su alrededor, Dan se terminó su lata de cerveza.

Cuando fue a buscar una segunda, ya no estaba tan preocupado por su familia. Estaba pensando en Ramona.

JACOB

Jacob llevó la basura de la cocina hasta el contenedor situado al final del camino de entrada.

Era una bonita noche de primavera, lo que hizo que Jacob se sintiera un poco mejor.

Las cenas con su estúpida familia siempre le ponían nervioso. Deseaba tener más gente que se lo mereciera a quien cocinarles.

Jacob tiró la bolsa de plástico a la papelera y se sentó en una roca junto al camino.

Sacó un paquete de Marlboro del bolsillo y se encendió un cigarro. No era mayor de edad, pero el tipo de la gasolinera Shell no le pidió el DNI.

Jacob volvió a mirar la enorme casa amarilla de su familia. Era una imagen perfecta, al igual que el cuidadoso césped acorde con su impecable paisaje.

Qué jodido engaño,pensó Jacob para sí mismo.

Incluso antes de que Melinda se volviera loca, su familia estaba lejos de ser perfecta. Su padre estaba reprimido, y su madre era una completa controladora.

En cierto modo, no era una sorpresa que Melinda hubiera perdido la cabeza. Pero siempre había necesitado mucha atención. Era la hija menor y sentía que todos le debían algo.

Jacob sopló una nube de humo hacia la noche que se avecinaba.

Estaba mirando la puesta de sol sobre los árboles cuando una figura salió del bosque. Era un chico alto y larguirucho, con una melena pelirroja. Y si Jacob no estaba teniendo visiones, llevaba una larga bata blanca de laboratorio.

Se movió rápidamente, como si no quisiera ser visto, dirigiéndose a toda prisa a una casa al final de la calle sin salida.

Jacob sabía que allí vivía un niño educado en casa, pero hacía años que no lo veía.

Antes de agacharse por la parte trasera de la casa, el chico pelirrojo se dio la vuelta, como si sintiera que alguien le observaba.

Jacob levantó su cigarrillo en señal de saludo, pero el chico no devolvió el gesto. Corrió alrededor de la casa, desapareciendo por el bosque.

DAN

Dan siempre había tenido la manía de ducharse a conciencia antes de quedar con una mujer. Le parecía un ritual.

Tras un lavado corporal con el estropajo de Karen, se secó y se puso delante del espejo. Inspeccionó su torso desnudo. Aunque su piel desgastada por el sol había perdido la elasticidad de su juventud, los músculos que había debajo seguían siendo fuertes.

No está mal,pensó.

El trabajo en la construcción mantenía su cuerpo en forma a los cincuenta y cinco años.

Sacó su kit de afeitado de un cajón inferior. Dan se deleitaba ajustando su aspecto a las preferencias de cada amante.

A Ramona le gustaba bien afeitado, mientras que Karen prefería su barba de dos días.

Mientras que a Karen le molestaba el pelo canoso que le brotaba del pecho, Ramona decía que le hacía sentir que estaba con un hombre de verdad.

Mientras Dan se afeitaba, pensó en Ramona desnuda en su cama. Podía quedarse allí toda la noche porque no tenía una familia que atender. Al menos, ya no. Su ex marido solía maltratarla, así que Ramona se largó de allí.

De hecho, Dan y Ramona fueron una vez prácticamente vecinos, aunque no conectaron hasta años después.

Es curioso cómo funciona la vida,pensó Dan.

Pensó en ella acariciando a su gato bajo la barbilla y bebiendo vino de su mesita de noche.

Esperaba que estuviera contentilla cuando él llegara. Un poco de alcohol siempre la ponía juguetona.

Se dio una palmadita en su aftershave y se pasó un peine por el pelo.

Cuando salió del baño, se encontró con Karen, sentada en la cama...

Mirando su teléfono.

—¿Qué haces con eso? —preguntó Dan.

Su mujer no le miró a los ojos. Dejó caer el teléfono y Dan pudo ver los emojis que Ramona siempre le enviaba.

Ella había leído sus mensajes.

—¿Qué es esto? —preguntó ella, en lugar de responder a su pregunta.

Por un momento, a Dan le invadió la ira. La mujer ni siquiera podía aceptar lo que tenía delante de su cara.

Quizá por eso se lo dijo tan claramente. Su mujer era demasiado débil para hacer olas, incluso cuando su matrimonio era un barco que se hundía.

—Estoy teniendo una aventura —dijo Dan.

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