Tras el Omega - Portada del libro

Tras el Omega

Jessica Edwards

Capítulo 3

ALICE

A las seis en punto, me dirijo hacia la parte trasera de la cafetería para llegar a la oficina, donde Robbie, mi jefe, está sentado detrás de su escritorio hablando por teléfono.

—Sí, cariño. Por supuesto, me aseguraré de comprar el correcto esta vez. De acuerdo. Yo también te quiero. Adiós.

Me mira con su sonrisa desdentada.

—Alice, ¿cómo estás?

—Estoy bien, gracias, pero quería preguntarte si hay un uniforme extra aquí en alguna parte.

—¿Qué ha pasado con el que tienes?

Se levanta de la vieja silla de madera y busca en las cajas de cartón que están colocadas al fondo del despacho.

—He derramado café en la camisa y la mancha no sale.

Soy pésima mintiendo, pero parece que se lo cree.

Se vuelve a sentar después de entregarme un nuevo uniforme.

—Ten cuidado esta vez, ¿de acuerdo? Sé que te gusta tu café, pero si vuelve a ocurrir tendré que pedirte que lo pagues.

Le arrebato el uniforme.

—Gracias, Robbie, y esta vez prometo tener más cuidado.

Camino rápidamente hacia el baño, cierro la puerta y me miro en el espejo.

Tengo la cara en forma de corazón y las mejillas sonrosadas. Llevo el pelo rubio interminable recogido en una trenza en la espalda.

Tengo la piel de marfil con ojos brillantes y azul pálido, como el cielo claro.

Mi madre me dice que mis ojos son como el color de los diamantes, tan pálidos que pueden parecer blancos.

Mis dientes están perfectamente rectos y blancos después de años en los que mi madre me sermoneaba sobre cómo cuidarlos.

Mi nariz es un poco prominente, pero puedes culpar a mi padre por ello.

Afortunadamente, eso es lo único que tengo de él. Nunca he conocido a mi padre, ni querré conocerlo nunca.

Tras unos instantes, suspiro, cierro los ojos y apoyo las manos a ambos lados del lavabo.

¡Hazlo de una vez por todas! ~

Abro los ojos y me quito la camisa rápidamente, luego miro por encima del hombro para ver la mordedura.

—¿Qué...?

No está.

Me miro en el espejo para ver nada más que una piel pura y tersa. ¿Dónde demonios...?

No se ve ni una sola marca. No lo entiendo.

¿Cómo ha desaparecido, si ha ocurrido hace apenas unas horas?

Tras ponerme el uniforme, salgo del baño y me coloco detrás del mostrador, pero no puedo concentrarme en hacer nada.

Las preguntas siguen interrumpiendo mis pensamientos, pero no puedo responder a ninguna de ellas.

¿Tal vez se ha curado de la noche a la mañana?

Eso no puede ser posible. ¡Mira de nuevo! ~

Me quito la camisa por encima del hombro derecho y vuelvo a comprobarlo.

Nada.

—Maldita sea, Alice, ¿tratas de ofrecer a esta gente un estriptís o algo así?

Pongo los ojos en blanco cuando oigo su voz y miro hacia el frente de la cafetería para ver a Sam caminando hacia mí con su mochila escolar colgada del hombro.

Saca su portátil y los deberes de hoy y se sienta frente a mí en uno de los nuevos taburetes rojos.

—Quiero un batido de fresa y unas patatas fritas, por favor.

Se pone a teclear en su portátil mientras yo preparo el batido, y me dirijo a la cocina para ver a Terry preparando la comida para los clientes que esperan.

—Otra de patatas fritas, pero es Sam, así que tómate tu tiempo, ¿vale? —anuncio. Le hago un gesto con el pulgar hacia arriba, pero él no lo ve o lo ignora.

Al entrar de nuevo en la cafetería, me doy cuenta de que no hay tantos clientes como pensaba.

—Alice, el batido está un poco desbordado —dice Sam con indiferencia.

—¡Mierda!

Corro hacia la máquina de batidos, limpio el desorden y paso el vaso escarchado sobre el mostrador.

—Muchísimas gracias —Sam da un sorbo al batido, suspira de placer y guarda el portátil.

—Bueno, ¿qué piensas de nuestro nuevo profesor de Inglés? Está bueno, ¿verdad? —Me guiña un ojo—. No me importaría...

—¡Sam! Tiene como cuarenta años! —me escandalizo. La golpeo con el paño de cocina que llevo en mi hombro.

—¡La edad es sólo un número!

Todos los clientes de la cafetería dejan de hablar, se giran en sus sillas y nos miran a las dos mientras nos reímos del enamoramiento de Sam con nuestro nuevo profesor.

Les pido disculpas inmediatamente por nuestro comportamiento adolescente.

—Sam, en serio. Es lo suficientemente mayor como para ser tu padre —insisto. Estoy limpiando la barra, en un esfuerzo por parecer ocupada, cuando la puerta del local se abre.

Casi inmediatamente, noto que todo queda en silencio.

Miro para averiguar el motivo, sólo para ver cuatro anatomías corpulentas en la entrada del restaurante.

¿Por qué están aquí? Parecen totalmente fuera de lugar.

Bane camina con confianza hacia el cliente más cercano, dejando a los otros tres haciendo guardia en la puerta.

Se inclina hacia uno de los habituales y le habla en voz baja. No sé cómo, pero puedo oír cada una de las palabras.

—Deberías dejar de mirarnos, antes de que te arranque pieza por pieza, grandullón.

—¡Oye! —salto. Me apresuro a salir de detrás del mostrador, poniéndome justo delante de él, sólo para encontrarme con un amplio pecho—. Seas quien seas, no voy a permitir que hables así a la clientela.

Ryder viene a ponerse al lado de Bane, sin apartar la vista de mí.

—¿Estás diciendo que no somos bienvenidos aquí porque no somos clientes habituales? —Bane me mira con puro asco escrito en su cara.

—Por supuesto que eres bienvenido aquí, pero si vas a faltar al respeto a mis clientes, tendré que pedirte que te vayas.

Lo digo con toda la confianza que puedo reunir, pero con los ojos de Ryder sobre mí todo el tiempo, estoy realmente sorprendida de no haberme cagado encima.

—No estamos aquí para crear problemas. Sólo hemos venido a comer algo en esta cafetería tan recomendable.

La voz de Ryder llena todo el local. Mientras habla, no puedo evitar quedarme mirando sus brillantes ojos verdes.

—Bueno, mientras no creéis problemas, tomad asiento y os traeré unos menús —digo.

Ninguno de los dos aparta la mirada del otro, pero la conexión se rompe demasiado rápido cuando oigo la voz de Sam llamándome.

—¡Alice! ¿Dónde demonios están mis malditas patatas fritas?

Me doy la vuelta y veo que Sam me lanza la mirada más gruñona jamás conocida por la humanidad.

Sin mirar a Ryder, me excuso y camino detrás del mostrador; me tiemblan las manos al coger cuatro menús y cuatro pares de cubiertos.

Vuelvo a levantar la vista para ver a Ryder sentado en uno de los reservados con sus amigos, pero sus ojos permanecen fijos en mí.

—Tengo fama de ser una persona paciente, pero por favor ¡dame mis patatas fritas! —se queja Sam.

—Le he dicho a Terry que se tomara su tiempo, así que cuando Terry termine con tus patatas, te las traeré.

Paso por delante del mostrador y me río cuando oigo a Sam discutiendo con Terry en la cocina.

Mientras eso sucede, voy a su mesa y le doy a Ryder todos los menús.

—Volveré en unos minutos para tomar vuestro pedido. La cocina cierra a las siete y media —informo. Me apresuro a volver a la caja, y entonces veo a Sam acomodada de nuevo en su asiento con unas cuantas patatas fritas en un plato.

—Esas no eran tuyas, ¿verdad? —señalo las patatas fritas del plato justo cuando oigo a Terry gritar desde la cocina.

—Ahora lo son —precisa. Coge otra patata frita y golpea su batido con el codo.

Es entonces cuando todo empieza a suceder a cámara lenta.

El tiempo se ralentiza cuando veo que la bebida cae al suelo. Siento un impulso incontrolable de cogerlo antes de que llegue al suelo.

Con la ralentización del tiempo, me da tiempo suficiente para cogerlo, unos centímetros antes de que se derrame por todas partes.

Miro el batido que tengo en la mano y luego miro a mi alrededor para ver si alguien se ha dado cuenta. Pero solo me encuentro con cuatro pares de ojos curiosos.

—Tienes buenos reflejos, Alice.

Sam no parece tan asustada como yo. En lugar de eso, coge otra patata frita mientras yo lanzo el vaso de batido sobre la encimera, donde se vuelca.

Se me corta la respiración:

—¿No lo has visto?.

—¿Ver qué? ¿Cómo has rescatado mi delicioso batido que ahora se derrama por todo el mostrador?

—¡Sam, sinceramente, estoy flipando ahora mismo!

—¿Estás bien? ¿Quieres que llame a tu madre?

—No, es que... necesito contarte algo sobre lo que pasó aquí anoche —le susurro por encima del mostrador con la esperanza de que nadie me oiga.

—¿Qué te pasa hoy? ¿Y por qué susurras? Nadie nos mira.

Sí que están ~mirando —replico.

Sam los mira, luego se da la vuelta y me informa que se marchan.

—¿Cuál es el problema? ¿Qué pasó anoche? —pregunta.

Respiro con calma y repaso los acontecimientos de la noche anterior.

—Estuve trabajando aquí hasta el cierre. Terry y yo éramos los únicos que quedábamos en la cafetería. Me pidió que sacara la basura al contenedor y cuando lo estaba haciendo oí un gruñido detrás de mí —me estremezco al recordarlo—. Había tanto silencio que pensé que no había oído nada, pero me di la vuelta y me encontré al lobo más grande que puedas imaginar. Nunca había visto un lobo tan grande en Small Town.

Sam pone los ojos en blanco.

—Bueno, por estos lares vemos lobos todo el tiempo. Vivimos en una pequeña ciudad, por el amor de Dios. Es habitual ver lobos corriendo por ahí. Si uno andaba por aquí, probablemente lo había atraído el olor de la comida podrida o algo así.

Sam coge su mochila del suelo y empieza a recoger sus cosas.

—¡Sam, te digo que era enorme! Me mordió justo en el hombro y salió corriendo.

Sam deja de empaquetar sus cosas y me mira con intensa preocupación en su rostro.

—¿Te mordió? ¿Le has dicho a tu madre que te lo mire?

Sacudo la cabeza, sabiendo que está a punto de tener un arrebato.

—Pues no.

—¿Por qué diablos no lo has hecho? ¡Es enfermera! Dios sabe qué enfermedades podía transmitir ese bicho...

—No le vi sentido a decírselo a mamá. Para cuando me fui a la cama, las heridas estaban cerradas. Y hoy las marcas habían desaparecido por completo cuando me he cambiado para venir a trabajar.

Le muestro mi hombro para certificar que tiene el mismo aspecto que siempre. No hay marcas de mordeduras.

—¿Por qué no has dicho nada en el insti? —pregunta Sam.

—No creí que tuviera importancia cuando me levanté esta mañana y sólo vi algunos arañazos.

Una pausa.

—Me gustaría saber qué decirte, o al menos aconsejarte, pero...

Sam permanece tranquila y serena, pero sé que por dentro también está preocupada.

—Tu batido habría caído suelo si no me hubiera movido para cogerlo a tiempo. Pero todo a mi alrededor se movía a cámara lenta, como si el tiempo se hubiera ralentizado para que lo pudiera atraparlo antes de que se derramara a tus pies.

Sé que parezco una loca, pero tenía que decírselo.

—Y entonces he podido oír a Bane susurrando a Paul que dejase de mirar o lo destrozaría. Corrígeme si me equivoco, pero él estaba sentado junto a la puerta, y yo estoy aquí, a una distancia más que considerable. Creo que me está pasando algo.

Me doy la vuelta para mirar la máquina de café y me sirvo una gran taza.

Sam habla en un tono tranquilo y reconfortante. Probablemente sabe que estoy a punto de perder la cabeza.

—¿Todo esto ocurrió después de que te mordiera?

—Sí, y me asusta pensar en lo que podría pasarme. ¿Y si realmente me convierto en...? —insinúo. Me doy la vuelta con mi taza de café y me siento a su lado. Sam se burla.

—Eres mi mejor amiga. Pase lo que pase, debes saber que estaré ahí para ti. Incluso si no quieres mi ayuda, no deberías pasar por esto sola. Así que si te conviertes en un lobo grande y aterrador (lo cual es imposible, por cierto) prometo no decírselo a nadie. Lo último que quiero es que me persigas cuando haya luna llena.

Sam se queda conmigo hasta el final del turno, pero se va poco después, cuando su madre viene a llevarla a casa.

Sally se ofrece a acercarme, pero yo declino cortésmente porque todavía tengo que cerrar la cafetería.

Saco la basura, barro y friego el suelo y me cambio el uniforme. Luego cierro la parte trasera y salgo por la delantera.

Estoy comprobando que la puerta está cerrada con llave cuando oigo un crujido detrás de mí.

Me encojo de hombros, culpando al viento, pero cuando vuelvo a oírlo no puedo evitar pensar que es el lobo de anoche.

Estoy clavada en el suelo, absolutamente petrificada, cuando oigo unas risas que vienen de detrás de mí.

Me doy la vuelta demasiado rápido y me caigo al suelo.

—No lo sabía con seguridad, pero tenía que comprobar si tenía razón. Ahora lo sé. No me había equivocado contigo.

Miro los fríos y desconfiados ojos verdes de Ryder.

Me pongo de pie con las piernas inseguras y me estremezco cuando mi espalda choca con la fría y húmeda puerta del comedor.

—¿De qué estás hablando?

Ryder, Bane y Silver crean un semicírculo a mi alrededor, con Ryder de pie frente a mí y los otros dos a cada lado.

Kellan se queda un poco más atrás de Ryder, sin mostrar signos de unirse a este pequeño enfrentamiento.

Silver da un paso adelante, me agarra de la trenza y tira de mi cabeza hacia atrás con fuerza.

Se inclina hacia delante, justo en mi yugular, e inhala.

—Es novata, pero está evolucionando rápidamente. No me sorprendería que se transformara esta noche. Si sobrevive, claro.

Me empuja la cabeza hacia delante y se aparta.

Entonces es el turno de Bane de acercarse. Se coloca delante de mí, ocultando a Ryder de la vista.

Bane extiende una mano gigante y rodea mi delicada garganta.

—Vamos a dejar una cosa clara, aquí. No me gustas, ni me gustarás nunca. No confío fácilmente cuando se trata de gente como tú. Su olor está sobre ti, y me está costando cada gramo de control que tengo no matarte.

—¿Matarme? —tartamudeo.

—Te prometo que si te metes en mi camino y me vuelves a humillar como has hecho ahí dentro, yo mismo acabaré contigo.

Me defiendo con mis dos manos para evitar que Bane me estrangule. Su figura se vuelve borrosa, antes de que su manaza desaparezca repentinamente de mi garganta.

Caigo al suelo como un muñeco de trapo: a cuatro patas, jadeando.

Les oigo discutir por encima de mí, pero no puedo distinguir ni una sola palabra.

Levanto la vista con ojos borrosos para ver a Kellan de pie frente a mí en una postura protectora.

—¡La iba a matar y tú no ibas a hacer una mierda al respecto! ¡Ella no tiene nada que ver con los asesinatos!

La cabeza de Ryder se inclina hacia un lado mientras escucha a Kellan.

Eso no lo puedes saber. De todos modos, déjanos. Necesito tener una pequeña conversación con Alice. A solas.

Tanto Silver como Bane ríen como hienas mientras corren hacia el centro de la carretera.

—Kellan, vete. No voy a hacerle daño.

Ryder se arrodilla frente a mí y me acaricia la mejilla con suavidad.

Mientras Kellan se aleja, se gira y mira a Ryder con ojos cálidos y apenados.

—Ella no es una amenaza para nosotros.

—¡Vete a casa, Kellan!

Para cuando puedo valerme por mí misma, Kellan ya se ha perdido de vista.

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