Nathalie Hooker
Aurora
La mañana amaneció con un sol brillante que iluminó mi estado de ánimo sombrío. Me había quedado con las palabras de mi padre en la cabeza y me esforcé por no pensar en la noche negativa que había vivido.
Me duché y me dediqué a buscar algo que ponerme para volver a la casa del líder y devolver el uniforme.
Y también para confrontar a Alfa Wolfgang por lo de la víspera.
—¿Qué es lo peor que podría pasar? —pensé para mí— ~Si no le gusto, puede rechazarme. Entonces ambos seguiremos adelante.~
Pero la idea de un rechazo me hizo temblar.
Si me rechazaba, me quedaría sin pareja para el resto de mi vida; a diferencia de él, que tendría la potestad de elegir a otra persona, aunque no hubiera vínculo.
Al ser un alfa, tenía el privilegio de rechazar a quien la Diosa de la Luna le asignara como compañera.
—¿Y si me rechaza? —me pregunté mientras sentía una gota de sudor frío recorrer mi sien.
—No te rechazará. Relájate. Sólo habla con él —trató de tranquilizarme Rhea.
—¡Rory! ¿Podrías bajar un momento? —gritó mi madrastra.
—Ya voy —respondí. Me cepillé el pelo y me puse una pinza para sujetar el flequillo. Empezaba a estar muy largo.
Había heredado el pelo largo y sedoso y la piel pálida de mi madre, así como el cabello castaño y los ojos grises de mi padre. Yo era una mezcla completa de los dos.
—¡Aurora! Baja ahora mismo! —gritó mi madrastra una vez más.
—¡Uf! ¿Cuál será su problema tan temprano? —refunfuñé. Cogí la bolsa con el uniforme bien doblado dentro y mi teléfono, y salí de mi habitación.
—¿Qué quieres, Monta...? —las palabras se atascaron en mi garganta cuando topé con unos ojos azules helados que me miraban directamente.
—Al-Alfa Wolfgang... —exhalé sorprendida. Estaba de pie en medio de nuestro pequeño salón, acompañado por su gamma y la señora Kala.
—Aurora, muestra un poco de respeto —siseó Montana, a mi lado al pie de la escalera, rompiendo mi trance.
—Oh, lo siento. Buenos días, Alfa Wolfgang, Gamma Remus, señora Kala —saludé, inclinando la cabeza en señal de respeto.
—Señorita Craton, estamos aquí para recuperar algo que se llevó de la gala anoche cuando se fue. No la acusaremos de hurto, pero le haremos una advertencia —expuso Gamma Remus.
—Vaya... ¿algo que me llevé? No cogí —afirmé. Estaba sorprendida y confundida. ¿De qué estaban hablando?
—Anoche te llevaste el uniforme de trabajo, querida —aclaró la señora Kala.
—¡Oh! ¿Se refiere a esto? Estaba a punto de llevarlo de vuelta... —empecé, pero de repente me cortó el Alfa Wolfgang.
—El robo no se tolera en esta manada, señorita Craton. Tiene suerte de que esta vez nos conformemos con una advertencia. La próxima vez será castigada con unos azotes y encerrada en el calabozo durante un mes.
Su voz era tan dura que empecé a temblar en el acto.
—Estoy segura de que ha habido un malentendido, Alfa Wolfgang. Sé que Rory no haría algo así —intervino la señora Kala.
—Así es —coincidió Montana—. Te aseguro, alfa, que mi Rory no es una ladrona. Algo o alguien le causó malestar. Anoche llegó a casa llorando.
Montana se puso delante de mí, tratando de defenderme.
—Seguramente, en su urgencia por escapar de quien la había hecho sentir mal, se olvidó de devolver el uniforme.
No podía hablar. Estaba temblando, clavada en el sitio, luchando contra las lágrimas que querían brotar desesperadamente.
¿Por qué el alfa estaba siendo tan malo conmigo?
—¿Quién te hizo sentir así, Rory? —preguntó de repente la señora Kala.
Miré al alfa; él me hizo una advertencia silenciosa. Cerré la boca con fuerza y me miré los mis pies.
—¿Me permiten hablar con la señorita Craton? A solas —planteó Alfa Wolfgang.
Miré a Montana, que me dirigió una mirada de impotencia, y luego volví a mirar a las tres personas que estaban ante nosotras.
—Buen, claro —aceptó mi madrastra. Mi corazón se estremeció de pánico—. Vengan por aquí. Les serviré una taza de té.
Acompañó al gamma y a la señora Kala a la cocina, dejándome a solas con el alfa.
Permanecimos en silencio durante un par de minutos antes de que finalmente se decidió a hablar.
—Sólo diré esto una vez, así que escuche con atención, señorita Craton. Soy el alfa de esta manada, conocido por mi fuerza y mi destreza en la gestión de este territorio, al igual que mi padre y sus antepasados —explicó sin dejar de mirarme— Se espera mucho de mí. Especialmente en lo tocante al tipo de pareja que presentaré como mi Luna...
Se detuvo un momento mientras me evaluaba de pies a cabeza.
—Y estoy seguro de que tú no eres apta. Espero, por tu propio bien, que no se lo hayas dicho a nadie todavía. Porque si es así, lo negaré.
Ahí estaba. Lo contemplé, erguido y con su habitual expresión estoica.
Aquello era lo que más temía. Él iba a rechazarme.
Iba a quedarme sin pareja durante el resto de mi vida.
—¿Por qué no soy lo suficientemente buena, alfa? —me atreví a preguntarle con voz temblorosa, apenas poco más que un susurro.
—¿Cómo?
—He dicho... ¿por qué no soy lo suficientemente buena para ti? ¿Por qué me condenas a convertirme en una loba sin compañero? —pregunté, ahora mirando directamente a sus ojos.
Las lágrimas caían libremente por mi cara.
—Porque no eres más que una plebeya. Serías un lastre para mí si te eligiera como compañera —dijo. Sacudió la cabeza—. He comprobado tus antecedentes. No tienes habilidades o capacidades que puedan ayudarme como líder, a gobernar y proteger la manada.
Agaché la cabeza avergonzada. Aquello era lo que pensaba de mí.
Un lastre. Una persona sin valor. Alguien que no le ofrecería nada si la tomaba como compañera.
—Yo... lo entiendo... —asumí, sin atreverme a levantar la vista.
¿Podía mi vida empeorar?